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Colombia hoy /II
Tierra Grata, esbozo del país rural en paz
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▲ Rodrigo Granda, ex comandante de las FARC.Foto La Jornada
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▲ Betty, indígena wiwa, durante su juventud fue enfermera de la guerrilla. Ahora regresa a la vida civil.Foto La Jornada
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Periódico La Jornada
Martes 27 de junio de 2023, p. 14

Cesar. Tierra Grata se mira como un pequeño pueblo de campesinos anidado en la Serranía de Perijá, departamento del Cesar, fronterizo con Venezuela. Algo de ganado, pequeñas casas con coloridos murales bajo los árboles, solares con cultivos caseros, panadería, ferretería, fábrica de bloques de construcción, billar, una pequeña fonda que es corazón del lugar en que se anuncia el proyecto estelar para el futuro de la comunidad, EcoTours, programa de avistamiento de aves en esta naturaleza privilegiada.

Un poco más lejos se perfila la futura ciudadela, con calles trazadas y decenas de casas en construcción. En el proyecto son amplias, bien diseñadas. Cada uno, con lo poquito de dinero que va reuniendo, endeudándose incluso, autoconstruye. El plan, el sueño, es hacer 150 viviendas de 95 metros cuadrados, con jardín y patio. Se llamará Bertalio Álvarez, en nombre de uno de los fundadores de la Primera Marquetalia, donde nacieron las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) en 1964.

También hay una Casa de la Memoria. Ahí se resguardan los objetos más preciados de la comunidad, que revelan el origen de sus habitantes. Hasta hace siete años, eran guerrilleros del Frente 41 de las FARC, vivían y dormían con un fusil colgado al hombro, acataban una férrea disciplina militar y habían sobrevivido a la cruenta guerra.

Hoy viven la inserción a la vida civil con una mezcla de ilusión e incertidumbre.

Rodrigo Granda, uno de los siete miembros del ex secretariado de las FARC (hoy Partido Comunes), es quien hace de guía en el recorrido por este esbozo de lo que puede ser la Colombia rural en paz. Tierra Grata es uno de los 24 espacios territoriales para la capacitación y reinserción (ETCR) donde se concentraron los combatientes que hace seis años protagonizaron lo que llaman la dejación de armas.

El posconflicto ha sido todo menos pacífico. Desde la firma de la paz en 2016 han sido asesinados 382 firmantes de los acuerdos, cerca de 60 familiares y más de mil 200 líderes sociales, en particular defensores de la tierra y del ambiente.

El ex comandante hoy es representante de su partido, Comunes, en la Comisión de Seguimiento, Impulso y Verificación de los acuerdos de Paz. Explica que en lo que va de este año, 52 mil personas han tenido que desplazarse por el acoso de grupos armados (grupos disidentes de las FARC que siguen combatiendo y bandas criminales), principalmente en Meta, Guaviare, Caquetá y Putumayo, donde el pasado mayo los disidentes Estado Mayor Central que comanda Gentil Duarte asesinaron a cuatro adolescentes que quisieron salir de la organización. En consecuencia, el presidente Gustavo Petro declaró suspendido el cese al fuego con esas organizaciones.

Aquí, zona conocida como el balcón del Cesar, municipio de Manaure, la policía y la Defensoría del Pueblo ya han advertido la presencia de paramilitares rearmados, Conquistadores de Sierra Nevada de Santa Marta, que se extiende desde Valledupar hasta Barranquilla y Cartagena. Hasta ahora no se han producido ataques.

Es necesario que el gobierno del presidente Petro le pare bola [ponga atención] a esta situación, dice Granda, si realmente persigue la paz total. Nosotros, en Comunes, lo hemos hablado con él, con el ministro de Defensa, con la Jurisdicción Especial para la Paz, con la ONU y los países garantes. A la fecha, no hay una respuesta contundente que nos indique que se combate a profundidad a quienes están realizando estos ataques.

Aclara: No estamos acusando al presidente ni al alto mando. Pero sí sabemos que hay algunos oficiales que siguen aliados con la mafia.

La paz como un deber

En la fonda del pueblo terminó el al­muerzo. La sobremesa está llena de anécdotas sobre los retos que representa a la mayoría la vida civil. Wilman Aldana proclama: La paz es un deber.

Esa vocación de paz viene de un hombre que vio morir asesinados a 19 familiares a manos de militares y paracos, y vivir seis desplazamientos durante su niñez. Tomó la decisión de irse de guerrillero el día en que unos soldados llegaron a su escuela, lo encerraron en el salón y exigieron entregar a su papá, que era dirigente campesino.

Wilmer ya no regresó a casa. Ahora forma parte de los consejos para la paz y trabaja con víctimas de la guerra en lo que llaman pedagogía de la reconciliación.

Por el estilo es la historia de todos y cada uno de los 360 pobladores de Tierra Grata, más los 60 niños que ya nacieron ahí, en el postconflicto, a quienes llaman hijos de la paz.

Por ejemplo, Betty, indígena wiwa, de Sierra Nevada, poco más de 40 años. En la Casa de la Memoria va a una vitrina y saca un desgastado estuche con instrumental médico. Siempre cargué con esto en la mochila. Fui enfermera de las FARC. Es firmante de paz y una vez que abrazó la vida civil estudió la carrera de técnico administrativo en salud en la Universidad de Valledupar.

Su mejor amiga Orly Guniavi Mas –conserva nombre arawak– dirige el proyecto Arando Educación. Y el pajarero Diego Calderón, uno de los dos guías para las excursiones turísticas. No fue guerrillero, sino rehén de la guerrilla, uno de los miles de secuestrados con fines de canje. Pero él se adaptó tan bien a la vida de los campamentos que se incorporó con ellos.

Es una comunidad multiétnica, con kankuamos, wayú, wiwa y arawak del Nevado de Santa Marta. Y diversa. Obed Aguirre, de 25 años, lo explica: Yo hago parte de la mesa de género, que es transversal LGTB+. Trabajo proyectos de juventudes gay. Además, Obed es todo un prospecto político de Comunes. Es candidato para concejal en la alcaldía de Manaure.

Yupkas, vecinos nómadas

El acuerdo de paz obliga al Estado colombiano a dotar tierras suficientes a los ex combatientes que dejaron las armas para hacer viable su vida civil. Pero hasta ahora esta transferencia ha sido mínima, con un rezago de casi 90 por ciento. Las autoridades locales alegan que la etnia yupka reclama los territorios destinados al ETCR. A los yupkas, por el contrario, les han dicho que los ex combatientes son los que ya no permiten que ellos pasen por ese territorio que históricamente han considerado parte de su universo de pueblo nómada, que se movía entre el río Cesar hasta Maracaibo, en Venezuela.

A mitad de la mañana, por el camino que baja a Tierra Grata, aparece un nutrido grupo de niños, mujeres y hombres yupka, encabezados por el anciano jefe, Saba López Meque, y su hermana, Carmen López, la sabedora de la comunidad. Cada hombre lleva un hato de pequeñas lanzas al hombro.

Tierra Grata los recibe. Después de conocerse, ambos grupos entendieron que sus intereses no son opuestos. Los nómadas no quieren hectáreas para sembrar, sino territorio para caminar, cazar, pescar y subsistir. Don Saba habla de las razones por las que siempre migran de una punta a otra de esta vertiente Caribe de los Andes, traspasando fronteras. Nuestra necesidad principal es el territorio. Un día estamos aquí, otro día allá. Ese es el vivir del yupka.

Antes de las despedidas pregunta la enviada: ¿Cómo le hicieron para sobrevivir durante la guerra brutal que se disputó esos territorios palmo a palmo? Cae un silencio espeso. Don Saba se muestra indignado. Al fin el intérprete explica: Fuimos y somos neutrales. Es un tema sagrado. Hay dos tipos de guerra. La exterior, de la que no hablamos. Y la interior, entre nosotros. De esa tampoco hablamos porque cada día es un nuevo día y se olvida lo que pasó el anterior. Fin de la explicación.

Poco a poco la tensión se disipa y terminan hablando de osos perezosos, tigrillos, iguanas y dantas.