50 años del golpe de Estado cívico militar, que derrocó al gobierno legítimo y constitucional del presidente Salvador Allende, el actual mandatario chileno, Gabriel Boric, llama a reflexionar sobre las causas del fracaso político de la Unidad Popular. Sin embargo, dicha afirmación encubre una mentira mantenida a lo largo de medio siglo. Si la Unidad Popular, el gobierno y su presidente Salvador Allende, fracasaron, ¿qué necesidad tenían la derecha y la democracia cristiana de promover un golpe de Estado cívico-militar? Si la vía pacífica al socialismo era una quimera, ¿por qué Estados Unidos y la burguesía chilena se tomaron tantas molestias para derrocar el gobierno de la Unidad Popular? Y si la guerra civil y el enfrentamiento armado, por decisión expresa de Allende y la Unidad Popular, no era una opción, ¿para qué romper el orden constitucional? ¿No era mejor reditar la alianza anticomunista en las elecciones presidenciales de 1976, con Eduardo Frei Montalva y la Democracia Cristiana a la cabeza?
La historia oficial del golpe de Estado cívico-militar, construida por unos y otros, pone el acento en la falta de convicciones democráticas de los partidos de la Unidad Popular. De esta guisa, exculpa a los únicos responsables de la ruptura del orden constitucional: la derecha y los generales traidores que tomaron el control de las fuerzas armadas. Fue la historia oficial que en 1989 avaló una alianza contra natura, llevando a La Moneda al golpista Patricio Aylwin. Primero la Concertación, más tarde Nueva Mayoría y hoy, el Frente Amplio beben de sus fuentes. Académicos e ideólogos de todos los colores han elaborado un alambicado relato, cuya premisa afirma que: la Unidad Popular no sólo fracasó, estaba condenada a ser derrotada. El eje argumental pone énfasis en el carácter marxista-leninista de sus partidos hegemónicos, socialista y comunista. Deduciendo, y en eso coinciden tirios y troyanos, que sus dirigentes no tenían convicciones democráticas. Lobos con piel de cordero.
La idea de una sociedad abierta a sus enemigos, propuesta por Karl Popper, fue su referente teórico. Así, el objetivo de la Unidad Popular era, haciendo un uso espurio de la democracia, establecer un orden totalitario.
Las expropiaciones, nacionalización de la gran minería del cobre, creación de las Juntas de Abastecimiento y Precios, articulación del poder popular, la forja de un área de propiedad social, y la propuesta de Escuela Nacional Unificada (ENU), entre otras medidas, dejarían al descubierto las intenciones del gobierno: eliminar la propiedad privada. En este sentido serían su sectarismo político y la incapacidad de articular una alianza de amplias mayorías, la causa real del fracaso. El presidente mártir, se dirá, fue víctima de un ideario antidemocrático que lastró las posibilidades de buscar un consenso nacional. En conclusión: la Unidad Popular dividió el país, despreció la negociación y ninguneó a la oposición. De tal manera que la terquedad de los necios hizo inevitable la intervención de las fuerzas armadas. Para no caer en la excrecencia teórica, la figura de Salvador Allende será recuperada en tanto presidente mártir. Igualmente, la violación de los derechos humanos y crímenes de lesa humanidad cometidos durante la dictadura serán condenados como excesos. Pero Allende no fue un demócrata. El fracaso de la Unidad Popular no se cuestiona.
Pero la Unidad Popular ni fracasó ni fue derrotada, salvo que entendamos como derrota el golpe de Estado. Si vamos a las urnas, sus resultados fueron al alza. El 4 de septiembre de 1970 obtuvo 36.4 por ciento de los votos, en las elecciones parlamentarias, celebradas el 4 de marzo de 1973, con un proceso desestabilizador en marcha, huelgas empresariales, sabotajes, mercado negro y desabasto, su base social de apoyo creció hasta 44 por ciento de los votos. La Unidad Popular triunfaba, sus políticas tenían el respaldo social, Salvador Allende ganaba en legitimidad y su liderazgo se agigantaba a escala internacional.
Hoy, una pléyade de científicos sociales, socialdemócratas, ex comunistas, democristianos, ex marxistas y defensores del gobierno de Gabriel Boric unen esfuerzos para mantener vigente la premisa del fracaso y la derrota política de la Unidad Popular. A José Antonio Garretón, Ricardo Lagos, Tomás Moulian, Eugenio Tironi, Alejandro Foxley, Fernando Atria y José Joaquín Brunner, el presidente Boric suma desde la derecha a Daniel Mansuy. Uno para todos y todos para uno. La Unidad Popular fue incapaz de promover un consenso.
Para el actual presidente, la Unidad Popular y Salvador Allende no buscaron el ansiado consenso democrático. ¿Pensará el presidente que un consenso democrático debe incluir a las clases dominantes, es decir, latifundistas, empresarios, terratenientes, banqueros y la burguesía local? Parece olvidar que la Unidad Popular fue una propuesta del pueblo, de las clases trabajadoras. Gabriel Boric pasa por alto que el capitalismo es un orden de dominación y explotación que se articula sobre la contradicción capital-trabajo. Aún no se ha inventado el modo de producción democrático. En realidad, el golpe de Estado se urdió en tanto la UP ganaba terreno, salía victoriosa de los embates de la derecha a pesar de los errores. La premisa debe ser otra: la caída del gobierno de la Unidad Popular fue exclusivamente responsabilidad de quienes rompieron el orden constitucional. Pero aceptarla, echa por tierra la idea de derrota y fracaso y ¡eso nunca!