Perteneció a la generación de la Ruptura, que se rebeló contra la iconografía posrevolucionaria
Jueves 27 de julio de 2023, p. 2
Antes de ser pintor, Enrique Echeverría (1923-1972) estudió ingeniería aeronáutica, trabajó en la Compañía Mexicana de Luz y Fuerza Motriz, cursó ingeniería topográfica, además de tomar cursos nocturnos en la Escuela Superior de Ingeniería Mecánica y Eléctrica. Su amor por el dibujo finalmente se impuso y, a petición suya, en 1943 Arturo Souto, pintor español exiliado en México, lo aceptó como alumno particular.
Este julio se conmemoró su centenario natal y con motivo de la efeméride se dio a conocer el libro Enrique Echeverría, libertad pictórica (2022), con textos de Teresa del Conde, Arturo Rodríguez Döring, Juan Rafael Coronel, Xavier Moyssén; además, se prepara una magna exposición de su obra que será inaugurada en el Museo de Arte Moderno (MAM) en febrero de 2024, informó su compañera de vida, Ester Echeverría.
En el estudio de Souto, Echeverría inició su amistad con otros alumnos, como Alberto Gironella y Vicente Rojo, mientras con Carlos Blanco, Ángel Palerm, Jacinto Viqueira y Jomi García Ascot hablaba de literatura. En 1944 el joven Enrique ingresó a la Escuela Nacional de Pintura, Escultura y Grabado La Esmeralda.
Echeverría perteneció al grupo de artistas autodenominados Los Independientes, junto con Vlady, Héctor Xavier, Gironella y Josep Bartolí, quienes fundaron la Galería Prisse en 1952. Como ninguno era seguidor de la Escuela Mexicana de Pintura, no eran aceptados en ninguna galería ni ámbito cultural. La Prisse fue punto de lanza para el cambio de las artes plásticas en México. De acuerdo con Ester Echeverría, fue en la Galería Proteo, fundada en 1954, donde se empezó a dar forma al movimiento que posteriormente se denominaría la generación de la Ruptura, al que perteneció Echeverría.
Siguieron exposiciones, muchos viajes, premios y becas. Echeverría fue el primer pintor mexicano en obtener la prestigiada beca Guggenheim, en 1957.
En Enrique Echeverría, libertad pictórica, monografía publicada en 2022, doña Ester explica su interés por el arte y la mecánica. Huérfano de padre desde los cuatro años, su madre se ganaba la vida haciendo camisas de seda a la medida. Por su trabajo conoció al ingeniero estadunidense Frederick Davis, a cuya casa iba con su pequeño hijo para hacerle sus camisas. En muchas ocasiones Davis llevaba al niño a su despacho, le daba hojas de papel, lápices de colores y le pedía que copiara los cuadros de Picasso y Diego Rivera colgados en sus muros.
De allí en adelante Echeverría dibujaba todo lo que veía, como le había aconsejado Davis.
Para la especialista Sylvia Navarrete, “una bibliografía escueta y difícilmente disponible, una presencia demasiado discreta y su muerte prematura crearon la inmerecida percepción desdibujada que se tiene actualmente de la categoría que ocupa Enrique Echeverría en la escena plástica de México.
Si bien se prodigó en la síntesis geométrica del paisaje y en la interpretación orgánica de la naturaleza muerte, Echeverría también dio pruebas de una sorprendente soltura en el retrato al desechar la anécdota, abocetar la figura y disolver la espesura de los pigmentos en matices inacabados y texturas difuminadas. Mediante esa constante fusión de vías estéticas, transitó del poscubismo y del expresionismo abstracto a una subjetividad existenciaslita, así como a una pincelada lírica, y acaso angustiada, próximas a la línea de pensamiento neohumanista
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Según el crítico de arte Salomon Grimberg, Echeverría “contribuyó con un innovador arte no-subjetivo, en un momento en que la Escuela Mexicana de Pintura se resistía y resentía, ante una visión futura que era tan poderosa que amenazaba con destruir el status quo. Y así ocurrió. Enrique pertenece al valiente grupo de pintores que formaron la Ruptura, un grupo que se rebeló sin temor contra la posrevolucionaria iconografía establecida y liderada por los Tres Grandes”.
En una entrevista realizada en 1959 por Emmanuel Carballo, Echeverría aseguraba: La pintura mexicana está en crisis. Los jóvenes pintores, con vocación de parricidas, aun no acaban de sepultar a sus mayores ni de encontrarse a sí mismos
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