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Tiempo de definiciones
C

on septiembre arranca una etapa de turbulencia política para el país. Las reglas electorales impiden llamar por su nombre a lo que tendremos de cara a la opinión pública: candidatos o candidatas a la Presidencia de la República. Tres décadas de desconfianza plasmada en las leyes electorales han derivado en eufemismos. Coordinaciones, aspirantes, asambleas informativas; todo para no decir las cosas por su nombre: candidatas, candidatos y actos de campaña. Una ley electoral que a nadie deja plenamente satisfecho, pero que es el texto vigente y que, por ende, debe respetarse. 

En ese marco, entramos en la ruta de las definiciones. ¿Será la de 2024 una elección entre candidatas? Todo apunta a que sí. ¿Será una elección partida en dos? Todo apunta a que no. La irrupción de Movimiento Ciudadano (MC) como oferta política a lo largo de los últimos años es un factor disruptivo y definitorio. MC es más que una franquicia política, tiene organización territorial, cuadros competitivos, presencia nacional y un factor adicional envidiable, tiene estrategia.

En el flanco del Frente Amplio por México, deben reconocerse dos elementos: primero, el haberse mantenido unidos a pesar, muy a pesar, de sí mismos. De la distancia ideológica, de las agendas de los liderazgos. Segundo, el haber construido una alternativa que, de parecer muerta por años, está empezando a generar escepticismo, simpatías, animadversiones, comentarios. En otras palabras, ahí está. Hace un año esa alternativa no existía, no pesaba y no merecía ni el desprecio del oficialismo. 

En nuestra coyuntura, pese a todas las críticas cíclicas que reciben las casas encuestadoras, éstas se han convertido en un factor relevante para la toma de decisiones públicas. Para tomar decisiones y también para justificarlas. Por eso es importante recordar que las encuestas, como ejercicio demoscópico profesional, son una fotografía instantánea del momento, un reflejo temporal y medida del pulso nacional. No son un oráculo ni vaticinio o sentencia previa. Una encuesta bien hecha refleja cómo acciones pasadas marcan el presente de una institución, de un gobernante, de un candidato. No predicen el futuro. 

Las dos candidaturas, llamémoslo así porque de facto lo son, de Morena y el Frente opositor se definirán vía encuesta. El tema no es menor. Habla de la necesidad de los partidos políticos de legitimar a sus cuadros y, de paso, sus decisiones. El cónclave, el acuerdo político, parece impresentable de cara a la sociedad. El día a día del quehacer político, escondido en el armario y las encuestas puestas en el centro de la discusión como método transparente, abierto y democrático. Al igual que nuestra ley electoral, un ejercicio que raya en el histrionismo, pero que refleja lo difícil que para los partidos políticos es decirle a la sociedad por qué toma tal o cual decisión. 

Incapacitados para hablar de propuestas concretas, los aspirantes solamente nos dejan ver su experiencia, sus filias, fobias y currículum. Esto es importante porque está probado que las preferencias no se construyen faltando pocos días para la elección, sino ahora. Las afinidades que despierten los candidatos en estas semanas configurarán en gran medida sus posibilidades de triunfo. La paradoja es que conocemos su pasado, pero no lo que proponen de cara al futuro. Y ese es el centro del debate que falta en nuestro país: qué futuro queremos y cómo podemos construirlo juntos, no obstante nuestras diferencias ideológicas. Un futuro que convoque a todas y todos. Un futuro que, sin retórica, aproveche las oportunidades históricas del nearshoring para la economía, y que reduzca la violencia y la criminalidad. Dos objetivos que, sin colores ni partidos, podrían unir a los mexicanos más contrapuestos por la polarización política. 

Tiempos de definiciones. Septiembre del quinto año. Tiempos de nombres y reflectores. De encuestas, rupturas y adhesiones. Tiempos de asistir al ritual de nuestra joven democracia, en el que de manera casi automática, tirios y troyanos renuevan esperanzas.