e reciente y fugaz exhibición en la sección Sonidero de la gira de documentales Ambulante, hay un muy interesante documental musical de Enrique M. Rizo que lleva por elocuente título Un lugar llamado música.
La película de Rizo es una descripción engañosamente sencilla de un encuentro improbable: el renombrado músico estadunidense Philip Glass se reúne con Erasmo y Daniel Medina, músicos de la comunidad wixárika, para intentar (¿lograr?) una síntesis colaborativa de sus respectivos universos sonoros. Uno de los elementos narrativos más sugerentes del filme se encuentra en los desencuentros, principalmente lingüísticos. A lo largo del documental se habla wixárika, español, inglés y, no obstante la presencia de traductores diversos, cuando todos despertaron la barrera del idioma seguía ahí. A partir de esta importante premisa, la consecuencia no es solamente lógica, sino anunciada y esperada: no nos entendemos de palabra, pero nos entendemos con nuestra música. Y el pináculo conceptual es también previsible: no importan las fronteras y los obstáculos, porque la música es el lenguaje universal. Se dice fácil, se ha dicho mucho, pero se trata de una afirmación que puede ser discutida y rebatida largamente.
El esquema narrativo del filme de Rizo plantea un contrapunto bien llevado entre la vida cotidiana de los Medina en tierra wixárika y sus improbables presencias, en compañía de Glass, en el Palacio de Bellas Artes y en la ciudad de Nueva York. Sobra decir que los contrastes son extremos, y que en esos contrastes radica una buena parte de la dramaturgia del documental. Si bien los protagonistas son Glass y los Medina, sus encuentros están matizados por la presencia de otros músicos: Leonardo Heiblum, Jacobo Lieberman, el Cuarteto Latinoamericano.
En el trayecto narrativo de Un lugar llamado música se aprecian ciertas constantes que tienen roles a veces simbólicos, a veces anecdóticos: la presencia del venado y el fuego, la insistencia en la preservación de las tradiciones, la interpretación de canciones autorreferenciales que hacen los Medina y, de modo importante, los momentos en los que Glass y los wixaritari intentan lograr acuerdos (acordes) musicales más allá de los abismos culturales y lingüísticos. En este sentido, el documental de Rizo parece plantear entre líneas (entre imágenes, entre sonidos) una pregunta clave: ¿en qué medida pueden coincidir y convivir dos manifestaciones musicales tan ajenas? La respuesta no es difícil y, de hecho, está claramente expresada en la pantalla para aquellos que la quieran entender. Como expresión de origen cabalmente ritual, la música y el canto de los Medina abunda en repeticiones casi hipnóticas, como todo aquello que se refiere al concepto del rito en cualquier cultura. Y Philip Glass es el gran exponente y promotor de la música académica basada en estructuras repetitivas (no, esa otra palabra no le gusta en lo más mínimo ). De ahí que la fusión tenga una lógica interna inatacable. No hay que olvidar que una de las primeras colaboraciones de Glass en la etapa temprana de su carrera fue con el gran músico indio Ravi Shankar.
A pesar de que Un lugar llamado música no ha tenido amplia difusión, (ojalá la tenga, porque la merece), ya se han formado dos bandos opuestos que están listos para una batalla cultural que, si por un lado puede resultar cruenta, por el otro quizás ayude a esclarecer ciertos elementos del filme y algunos malentendidos que de él han surgido. Por un lado, están quienes aprueban la intención de Glass de generar un diálogo transcultural incluyente y respetuoso.
Por el otro, aquellos que, en medio del ambiente polarizado, rencoroso y revanchista que vivimos actualmente, acusan a Glass de ser un agente del imperialismo cultural que, armado de poder y soberbia, ha venido a usar y abusar de los músicos wixaritari para llevar agua a su molino. Vamos, casi lo acusan de robar el alma a los Medina. Para los militantes más recalcitrantes de este bando, va el recordatorio de que, por una parte, la carrera de Glass ha estado marcada desde sus inicios por el conocimiento, colaboración y respeto por las manifestaciones de otras culturas y, por la otra, que hay en su concepción de la práctica musical una componente espiritual que él mismo ha evidenciado con claridad a lo largo de los años. Es necesario, entonces, ver Un lugar llamado música y tomar partido.