Opinión
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¡Déjennos seguir!
U

n acto de hospitalidad no puede ser sino poético. Si se acepta lo anterior, la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) jugará cada vez más un papel importantísimo en el problema que la migración presenta.

En el momento en que la máxima casa de estudios se prepara para el cambio de rector, no se han escuchado planteamientos al tema que se vive actualmente: 3 mil migrantes arriesgando su vida fueron detenidos al llegar a Piedras Negras, Coahuila. ¡Déjennos seguir!, clamaban los migrantes que iban en los trenes, arriesgando su vida, hacia el norte.

Ante la pregunta por la hospitalidad, el filósofo francés Jacques Derrida no responde, más bien la despliega, insiste en ella, se cuestiona y nos cuestiona acerca de la acogida, de aquel, aquella o aquellos que acogemos o que no acogemos en nuestra casa, en nuestro lugar propio.

Anne Dufour Acelle, filósofa y sicoanalista, invita a su maestro Derrida a dialogar con relación al tema de la hospitalidad. Le solicita el texto de las dos clases acerca del tema y de la hostilidad, el otro y el extranjero dictadas en su seminario.

La sicoanalista, conocedora del pensamiento de su maestro Derrida, expresa en el prólogo de un trabajo conjunto: La hospitalidad se ofrece o no se ofrece, al extranjero, a lo extranjero, a lo ajeno, a lo otro. Y lo otro, en la medida misma en que es el otro nos cuestiona, nos pregunta. Nos cuestiona en nuestros supuestos saberes, en nuestras certezas, en nuestras legalidades, nos pregunta por ellas e introduce la posibilidad de cierta separación dentro de nosotros mismos para con nosotros. Introduce cierta cantidad de muerte, de ausencia, de inquietud, ahí donde tal vez nunca nos habíamos preguntado, de donde hemos dejado de preguntarnos, ahí donde tenemos la respuesta pronta, entera, satisfecha, respuesta donde afirmamos nuestra seguridad, nuestro amparo.

Acoger al extranjero, brindarle hospitalidad, nos confronta sobre nuestro propio desamparo, el desamparo original, una de las claves del pensamiento freudiano. Aquello extranjero que a todos nos habita y contra lo cual defendemos la ilusoria fantasía narcisista de completud, de unidad, de invulnerabilidad.

Negar la pregunta implica reforzar la negación, acudir a la omnipotencia el narcisismo y desembocar en la hostilidad hacia aquello que amenaza nuestra ilusoria completud. El anfitrión (México) se hace vulnerable cuando acepta la pregunta. Resulta preferible erigir muros que aíslen al otro o legislar de manera arbitraria o bien perseguir o matar a aquel que amenaza con su otredad los frágiles límites que una vez traspasados nos confrontan con la propia otredad que no sólo nos habita, sino nos constituye, como sería el caso de nuestros vecinos. Aparece Edipo, el extranjero desde siempre y para siempre, muerto fuera de la ley, más allá de la ley, sin tierra ni tumba... Cómo entender si no la trágica figura de Antígona, aquella que es íntegra, fiel a sí misma, ahí donde transgrede.

¿Entenderán la poesía nuestros vecinos del norte?