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Utopías
U

na utopía no tiene por qué ser la isla soñada por Tomás Moro parcialmente inspirada por Vasco de Quiroga, tampoco la transformación a fondo del país entero o esa ventana en el horizonte de Eduardo Galeano, que nos sirve para caminar. Las utopías son a veces reales y concretas porque son parciales y aparentemente pequeñas.

Así fueron Morelos y Chihuahua en 1914 y 1915, cuando los revolucionarios del pueblo se apoderaron de esos territorios por completo y echaron de ahí a los hacendados, científicos y caciques, poniendo la generación de la riqueza y sus frutos en manos del pueblo, en un breve periodo en que, como contó décadas después un campesino: hasta los pajaritos cantaban más bonito. ¡Qué audacia imperdonable de los campesinos y trabajadores, de los soldados y los jefes de la Revolución! De 1916 a 1920 aquellos pueblos que soñaron la utopía vivieron la más atroz violencia contrainsurgente que pudiese recordarse, y en 1920 Chihuahua y Morelos estaban arrasados y arruinados… Pero los campesinos siguieron caminando, mirando en los jefes de ese paréntesis utópico, Zapata y Villa, la representación de ese ideal, esa utopía.

O pueden ser aún más pequeñas: escribo frente al lago de Camécuaro, en el municipio de Tangancícuaro, donde un gobierno municipal austero y honesto centra en la salud y la educación y en el rescate ecológico y económico de los manantiales que alimentan el río Duero (y por ende, el mayor vaso de agua dulce del país, el lago de Chapala) el rescate de la vida comunitaria y social, en un municipio que con la apertura de fuentes de empleo para reforestar, recuperar, limpiar y restaurar los manantiales y lagos y su atractivo turístico, ha conseguido recursos que se invierten en salud y educación, en el rescate de comunidades secuestradas por la violencia del crimen organizado y en el combate eficaz de las adicciones, todo lo cual da como resultado el municipio más seguro de Michoacán, con base en la utopía del bosque de ahuehuetes y fresnos que dan sombra a los manantiales y recuperan el río no sólo para ellos, sino para medio país.

O las Utopías que visité el año pasado en Iztapalapa, esos espacios comunitarios y adoptados por los barrios más marginados y deprimidos de la ciudad, donde niños, jóvenes y adultos al fin encuentran alternativas cotidianas a la exclusión permanente y se educa en el respeto y amor a la naturaleza, al deporte, la alimentación, la convivencia, donde se comparte y restaura la vida comunitaria. Once Utopías, pequeños grandes espacios que, como en el rescate ecológico de Camécuaro, a casi 500 kilómetros de ahí, inciden en la vida toda: en Iztapalapa, combinando la restauración del tejido social con campañas realmente eficaces de prevención de adicciones, se ha reducido de manera significativa la violencia y los espacios controlados por el crimen organizado.

En muchos pequeños y medianos espacios de la llamada Cuarta Transformación aparecen, florecen utopías. Otros gobiernos locales y municipales han fracasado en los intentos de transformar el país o no lo entendieron o se comprometieron con la transformación, pero los avances en cinco años son notables y aparecen tanto en lo grande –las obras, las becas, las políticas económicas del gobierno federal– como en los pequeños espacios de que aquí hablo, a guisa de ejemplos.

La utopía consiste entonces en soñar posibles, no sólo imposibles, incluso para aquello en que lo posible parece demasiado. Escribió hace una quincena de años Slavoj Zizek que el gran misterio del conflicto palestino-israelí es por qué ha persistido durante tanto tiempo cuando todo el mundo conoce la única solución viable: la retirada de los israelíes de Cisjordania y Gaza, el establecimiento de un Estado palestino, así como algún tipo de compromiso respecto de Jerusalén. Siempre que el acuerdo ha parecido estar al alcance de la mano, ha terminado esfumándose. ¿Cuántas veces ha sucedido que, justo cuando parece que falta encontrar una formulación precisa de algunos detalles menores para llegar a la paz, todo sea de repente mostrando la fragilidad del compromiso negociado? ( Sobre la violencia, pp. 120-125).

¿Es utópico pensar en la retirada israelí de Gaza y Cisjordania y en un estatuto especial que marque a Jerusalén con un círculo de tiza? De Edward Said a Yasser Arafat e Isaac Rabin muchos lo mostraron viable, hasta que alguien dinamitó el proceso, quizá porque aunque sea sin duda lo mejor para israelíes y palestinos, no lo es para los grandes poderes imperiales de Estados Unidos y la OTAN. ¿Por qué justo cuando el gobierno del criminal Benjamin Netanyahu y su coalición conservadora se tambaleaba, viene el criminal ataque terrorista de Hamas respondido con el criminal terrorismo de Estado de Israel?

Ella está en el horizonte.
Yo me acerco dos pasos
y ella se aleja dos pasos.

Camino diez pasos y el horizonte
se corre diez pasos más allá.

Por mucho que yo camine,
nunca la alcanzaré.

¿Para que sirve la utopía?
Para eso sirve, para caminar.

Eduardo Galeano.