n los días que corren, abrir las páginas de los diarios, ver las noticias en la televisión o escucharlas por la radio son actos que lo más probable es que causen un estado de depresión de la que será difícil liberarse el resto de la jornada.
Los medios de comunicación dan cuenta de un mundo a punto de colapsarse con el concurso de lunáticos, maniáticos y fanáticos. Los conflictos en Ucrania, Israel y Palestina, en la franja de Gaza, con saldo de miles de inocentes muertos, y la migración forzada de palestinos a Egipto; la de un millón de migrantes afganos expulsados de Paquistán; el asesinato de 18 inocentes a manos de un desequilibrado mental en Estados Unidos, y los desastres causados por el huracán que, entre otras desgracias, son causa de gran preocupación y pesimismo por el futuro inmediato.
En este contexto vale dar cuenta de dos notas aparecidas en la prensa estadunidense sobre dos de esas grandes tragedias: una, la de Palestina, y otra, la del huracán en Acapulco.
En comparación con lo que sucede en Israel, el periodista y analista Thomas Friedman destaca la reacción de Manmohan Singh, quien fuera primer ministro de la India cuando un grupo de yihadistas paquistaníes asesinaron a 160 personas en la capital de la India, Bombay, hoy Mumbay. Explica que Singh, contrario al consejo de sus asesores, decidió no emprender una guerra santa
contra las bases de ese grupo de asesinos. De haberlo hecho, según sus palabras, hubiera opacado el asesinato con otro evento de mayores proporciones, cuyo efecto hubiera ocasionado una guerra sin fin, donde la venganza prevaleciera sobre el desenmascaramiento de ese grupo de asesinos. Evitó un conflicto armado entre la India y Paquistán cuyo costo hubiera sido impredecible.
En este sentido, continúa Friedman, la venganza que Netanyahu ha iniciado en Gaza en contra de Hamas es un grave error, cuyo costo económico no se puede calcular y mucho menos el efecto del odiosembrado en el pueblo palestino en contra de la población israelí. Parafraseando a Friedman, reducir el conflicto al ojo por ojo
al único que beneficia y satisface es al primer ministro Netanyahu. En Israel seguramente se extraña la sabiduría de Isaac Rabin, quien con el líder palestino Yaser Arafat recibió el Premio Nobel por su labor en favor de la paz y la convivencia entre dos estados de un mismo origen. Paz que hoy se ha perdido en la bruma del fanatismo religioso, la lucha por la tierra y un corrosivo patriotismo.
Vale también dar cuenta de otra tragedia. La naturaleza respondió con un huracán en protesta por el mal trato que le damos los seres humanos. En opinión del periodista especializado en temas ambientales David Wallace, quien a su vez cita las de otros especialistas, lo sucedido en Acapulco era difícil de prever debido a que 16 horas antes de su llegada, Otis se consideraba un huracán de categoría uno, similar a una tormenta tropical, con vientos de 60 millas por hora. Pero, en muy pocas horas alcanzó una velocidad de 150 millas. El efecto del calentamiento del planeta, y con ello de las aguas de los océanos, es evidentemente una de las razones. Hasta ahora, los meteorólogos no encuentran una explicación del por qué la tormenta se convirtió en un huracán de categoría cinco durante la noche. Una de sus observaciones es que hubiera sido imposible prevenir y evacuar a una población de más de un millón de habitantes en tan poco tiempo.
Guardando la inmensa proporción y diferencia que existe entre las dos tragedias, es necesario advertir que ambas tienen algo en común: la muerte y el sufrimiento de miles de personas por causas ajenas a su voluntad. En todo caso, lo lamentable es que sean usadas políticamente en beneficio de tal o cual individuo u organización, y no para dar cauce a soluciones que puedan evitar los daños que han causado a la sociedad en su conjunto.
Nadie tiene las manos limpias
, fueron las palabras de Barack Obama en referencia al conflicto en el Medio Oriente. Tal vez valga atribuirlas también al ancestral desorden urbano que contribuyó a la tragedia en Acapulco.