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PISA y sus sombras
C

uando analizamos los resultados de PISA, siempre hay que tener en cuenta quién, para qué y cómo se hace la evaluación. La OCDE, creadora y responsable del examen que se aplica a estudiantes de 15 años a escala global, tiene como finalidad el desarrollo económico, no educativo, de los países que lo integran. Por tanto, PISA es una prueba que mide un determinado tipo de conocimiento escolar para un determinado tipo de modelo económico: actualmente, el tecnocapitalismo. Lo hace imponiendo un currículum universal, es decir, determina que todos los sistemas evaluados deben producir el mismo tipo de aprendizaje. Es la expansión de un isomorfismo educativo. Aunque los resultados publicados recientemente son sólo en tres áreas (matemáticas, lectoescritura y ciencias). La muestra más clara de lo anterior está por venir en el siguiente volumen que anunció la OCDE: los resultados de los exámenes sobre la literacidad o educación financiera. Ojo, no educación económica (oferta, demanda, modos de producción, desigualdad, capitalismo), sino una dedicada a enseñar el correcto uso de los servicios financieros o, de manera más burda, instruir a la población para vivir cómodamente bancarizada. Esto no niega que los resultados publicados por la OCDE puedan tener utilidad, sino que encuadra la interpretación a partir de quien, para qué y cómo evalúa. En otras palabras, no son neutros.

Otro aspecto a considerar es el barullo mediático y la cantidad de discursos simplistas o totalmente parciales que suman ruido a las ya de por sí vocingleras redes sociales. Caímos otra vez, todo es culpa la Nueva Escuela Mexicana, si la calidad de la educación era mala, con la reforma de la 4T estamos peor. O para el otro lado: hacerle caso a los resultados de PISA es como hacerle caso al FMI. Para evitar este ruido, sugiero tener en cuenta dos cosas: la prueba trata de medir el resultado de un trayecto de la escolarización obligatoria, no sólo de los últimos tres años. Es decir, mide a alumnos que estudiaron bajo reformas anteriores y no con la de la 4t. Si quisiéramos gritar que la calidad ha empeorado es porque las reformas anteriores no funcionaron y la administración actual no mejoró nada. El segundo aspecto a considerar es que dejar de ver y analizar los resultados es no estudiar, discutir e, incluso, resistir a un modelo económico cada vez más dominante: el de las grandes corporaciones tecnológicas.

Los resultados de México son medianos, relativamente continuos y acordes a procesos decrecientes a escala global. Recuérdese que es un estudio comparativo, por lo que sólo verlos limita el análisis. Primero, a escala mundial, el país está lejos de los primeros lugares y mucho más de los países más pobres (que ni siquiera son evaluados). Además, vista diacrónicamente, la línea de desempeño de los alumnos mexicanos es plana. Tendrá sus altibajos, más caídas que subidas en las últimas evaluaciones, pero en realidad son básicamente estables. Por último, la tendencia general de PISA en los últimas exámenes es que, con excepciones, los resultados caen y que esta caída, como consecuencia de la pandemia, fue mucho más pronunciada. Esto implica que la tendencia antecede al covid-19, y que la pandemia sólo aceleró en México y en todos la mayoría de los sistemas educativos examinados. Las respuestas a este fenómenos pueden ser varias, pero yo preguntaría si no es el propio instrumento el que provoca el descenso, sino es PISA el que afecta de manera negativa los procesos de enseñanza y aprendizaje dentro de la escuela. Por ejemplo, si a mayor interés de los sistemas educativos por organizar sus procesos de enseñanza, sus planes de estudio y sus mecanismos de evaluación para aumentar los puntajes nacionales en el examen, mayor es la disminución significativa de lo que ellos mismos llaman calidad de la educación (véase Finlandia y sus últimas reformas estilo PISA y, en sentido inverso, Canadá que conserva sus propios y diversos modelos pedagógicos). Como el sistema sólo evalúa tres elementos de los programas de estudio, excluye mucho otros saberes y, de facto, deslegitima a las artes, las ciencias sociales y muchos otros conocimientos técnicos y prácticos, es probable que focalizar todos los esfuerzos de la escolarización a sólo tres asignaturas, termine por enseñar peor las matemáticas, a pensar menos científicamente y a limitar la lectoescritura a decodificaciones básicas. ¿Si sustituyo la dimensión narrativa de la historia, la parte de disfrute estético de la literatura o al saber musical por educación financiera y emprendedurismo, los estudiantes van a leer mejor o peor? A mi modo de ver, lo harán pero, por lo que estamos, ante un efecto perverso de un sistema perverso.

Por último, es necesario reiterar que no debe negarse que los resultados, por más medianos que sean a escala global, son malos, especialmente en matemáticas. Está claro que hay que mejorar mucho en eso, y meter más matemáticas en la escuela no ha sido la solución. Si a un niño que no le gustan éstas por cómo se le enseñan, se le obliga a tomar más horas de esa clase, los resultados serán mucho peores. Quizá por eso, la nueva reforma educativa ha tomado un camino opuesto, aunque muchas críticas fundamentadas han señalado el riesgo por la disminución de la enseñanza matemática o el desvanecimiento del pensamiento científico en los nuevos contenidos curriculares. Pero todavía está por verse si este cambio de rumbo, al proponer la integración de saberes y, por tanto, recuperar el valor de todo lo que deja fuera PISA (que es mucho más de lo que incluye) hay mejora en los aprendizajes que evalúa este examen y, esperemos, que también lo haga en muchos más aspectos de la educación integral que la OCDE considera irrelevantes para su modelo económico.

Para que podamos saber si hay mejora o no en la evaluación, habrá que esperar a la siguiente aplicación de PISA o, mucho mejor, a las dos siguientes implementaciones de PISA sin cambiar sustancialmente la reforma que se encuentra en curso. Sin embargo, para conocer los resultados de la Nueva Escuela Mexicana a mediano plazo, será necesario evitar la lógica gatopardista de la reforma educativa sexenal, práctica política que se antoja mucho más difícil de eliminar que aprobar un examen de la OCDE.

* Doctor en pedagogía e investigador del IISUE en la UNAM. Su último libro es Calidad educativa. Historia de una política para la desigualdad