na retrospectiva de Nicolas de Staël (1914-1955) tiene lugar actualmente en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de París. Vale la pena contemplar la obra que clausura la polémica sobre las diferencias entre figurativo y abstracto, como observó Jacques Bellefroid en un ensayo publicado en Signes de Temps unos cuantos años después de la desaparición del artista. Análisis compartido por André Breton y que cuestiona, de las cavernas a nuestros días, la historia del arte.
Mirar las telas de De Staël es mirar en el vacío las ráfagas, un instante visibles, de la Creación. Ese vacío tanta veces presencia de la ausencia pintada por este artista de origen ruso en el centro de algunas de sus telas, ese vacío al que se arrojó tal vez en busca del absoluto.
El poeta René Char, gran amigo del pintor, escandalizado hasta los límites de la comprensión por el suicido del artista, escribió: “La primavera de Nicolas de Staël no es de aquellas que se abordan y se dejan, después de algunos elogios, porque se conoce el rápido pasaje, el chubasco pronto terminado.
Los años 1950-1954 aparecerán más tarde, gracias a esta obra, como los años de la reposesión y del cumplimiento por el ser único a quien tocó ejecutar sin respirar, en cuatro movimientos, una búsqueda siempre deseada.
Nicolas de Staël pintó. Y si ganó por su absoluta voluntad el duro reposo, nos dotó, a nosotros, de lo inesperado que no debe nada a la esperanza”.
Al parecer, René Char se negó a imaginar que De Staël se hubiese dado la muerte a causa de la ruptura con Jeanne Polge, amante y modelo. Prefirió creer que Nicolas se suicidó al sentir acabada su inspiración.
¿Por qué este rechazo del suicido amoroso de parte de Char, quien también amó y fue amado por Jeanne?
¿Por qué un sentimiento de escándalo en un poeta que vio la muerte de frente al ejecutar a un delator durante la resistencia?
¿Quién es esa mujer amada por Staël al extremo de preferir la muerte a la ausencia? Esa mujer cuyo nombre sufrió la omert impuesta por Françoise, su viuda, quien se ocupó de promover la obra de Nicolas durante más de medio siglo. Jeanne Polge, resistente durante la Segunda Guerra Mundial, benévola de la Cruz Roja, siempre al servicio de los otros, pero también personaje rodeado de los espíritus más célebres de la época, Camus entre otros.
Mujer ilustre borrada de la Historia y de su historia, por los otros y por ella misma, tal vez a causa de su marido, comienza a reaparecer ahora, radiante, como en una transfiguración de resucitada.
Algunas respuestas a estas cuestiones forman un brillante ensayo que me descubrió el compositor e intérprete Fred Allérat. La magia de este libro, titulado Jeanne ou le réel, es que puede leerse como un análisis pictórico a la luz del pensamiento filosófico o dejarse seducir por una historia de amor, desde luego trágica.
Después de un primer encuentro durante el siglo pasado, los autores, Philippe Rassat y Pierre J. Truchot, de quienes De Staël era ya objeto de estudio, se rencontraron 30 años después decididos a completar la biografía de Nicolas de Staël y a sacar a la luz la existencia y la importancia de Jeanne Polge en la vida y la obra del artista, como amante y modelo suyos a partir del verano de 1953.Si las diferencias entre figurativo y abstracto se borran, el Nu-Jeanne, a la vez fantasma y cuerpo de la mujer se alejan desvaneciéndose en la gravidez blanca de lo invisible, lo real.
A partir de la diferencia entre la realidad –lo que se ve, lo que se toca–, y lo real –lo que no vemos de la realidad, pero que existe–, Rassat y Truchot interpretan la pintura de De Staël: Lo real es siempre una cuestión sin respuesta
, pues se trata de lo indecible. Lo real como radical distinción de la realidad. Este sentido basta para indicar en qué De Staël, como pintor en busca de lo absoluto y como hombre enfrentado a una pasión sexual sin precedente para él, se confronta al ensamblaje de dos relaciones con lo real
. Lo invisible.