araquat, cipermetrina, carbofurán, benomil, diazinon, acefato, bromadiolona, mancozeb, fipronil, carbendazim y linurón, son algunos de los nombres extraños de los 338 plaguicidas altamente peligrosos reportados en 2021 por PAN Internacional (Pesticide Action Network), la organización mundial fundada en 1982 dedicada a documentar, con el mayor rigor posible, la lista de plaguicidas dañinos para los humanos, las abejas y muchos insectos, los organismos acuáticos y todo ser vivo susceptible de ser afectado.
Se trata de una guerra contra la vida que aprovechó los avances de la química usada como arma en la Segunda Guerra Mundial para llevar a cabo todo un plan de exterminio. Son los venenos que el modelo de agricultura industrial ha creado y esparcido por todo el planeta en las últimas cinco décadas para matar plantas, animales y hongos. Aquellos que se atreven a invadir
los extensos monocultivos de soya, maíz, trigo, arroz,sorgo, centeno, café, té, plátano, uva, cacao, flores, caña de azúcar, naranja o pastos para ganado. El concepto de plaga o peste remite de inmediato a la idea de un invasor de espacios, territorios, propiedades, como los millones de migrantes del sur que hoy invaden los países industriales. Se trata de una guerra supuestamente para dar de comer a la humanidad y que hoy se extiende por 75 por ciento de las tierras agrícolas y ganaderas del mundo, manejadas por sólo 3 por ciento de los propietarios del planeta, pues el restante 97 por ciento practican una agricultura y ganadería tradicionales en la que los seres vivos son considerados como aliados no como enemigos del trabajo humano. El ejemplo más conocido son los quelites, ricos en minerales y vitaminas, que crecen en las parcelas tradicionales de México donde existen unas 358 especies (https://acortar.link/tJbu8Y), y que para la visión agroindustrial son pestes, malezas que deben eliminarse a toda costa mediante los herbicidas encabezados por el glifosato. Los principales venenos que se usan en esta guerra son arsénico, mercurio, borax, tributiltin y sales de amonio, potasio y sodio. Estos venenos no sólo matan a los invasores biológicos
, sino que intoxican cada año a 385 millones de agricultores y jornaleros agrícolas y dejan unas 11 mil muertes (https://acortar.link/qIw0Ag).
Esta guerra tiene por supuesto ganadores, que son las cinco gigantescas corporaciones (BASF, Bayer, Corteva, FMC y Syngenta) que dominan el mercado global de plaguicidas, el cual alcanzó 85 mil millones de dólares en 2022, con un aumento anual de 8.9 por ciento. Lo absurdo es que estos generadores de cáncer o de alteraciones en la fisiología, genética y herencia humanas, siguen vendiéndose a pesar de las advertencias que han hecho la Organización Mundial de la Salud, innumerables instituciones ambientalistas y de derechos humanos y organizaciones civiles de todo tipo. En un reporte reciente difundido por Greenpeace (https://acortar.link/iJwYC3) ha quedado al descubierto que esas cinco compañías introducen al mercado más de 700 productos, de los cuales 35 por ciento en promedio constituyen plaguicidas extremadamente peligrosos. Estos han sido prohibidos sobre todo en Europa, pero continúan vendiéndose sin ética alguna en Estados Unidos (36 por ciento del total de pesticidas consumidos) y en numerosos países del sur global: India (59 por ciento), Tailandia (49), Brasil (49), Vietnam (44) y México (42).
El otro gran drama es el de los 114 pesticidas extremadamentre tóxicos para las abejas y muchas especies de insectos benéficos que usan neonicotoides y borax. Impregnados en néctar y polen de las flores esos venenos no sólo afectan a individuos, sino que contaminan y acaban con panales enteros. Las abejas y otros polinizadores fertilizan la mayoría de las plantas que consumimos como alimento.
Los plaguicidas se difuminan por el aire, el agua y los suelos de las parcelas, se filtran en los alimentos que comemos, y llegan a sitios tan distantes como las ciudades y finalmente a los cuerpos humanos. El glifosato, el emperador de los plaguicidas
declarado potencialmente cancerígeno, se extiende por 190 millones de hectáreas (la mitad de la superficie de México) como acompañante obligatorio de los monocultivos transgénicos de soya, maíz, algodón, provocando la mayor destrucción biológica de la historia reciente. El país más afectado es Argentina donde se aplican 250 millones de litros por año y donde el glifosato se encuentra en suelos, ríos y arroyos e, increíble, en la lluvia, como fue demostrado por Damián Marino (1977-2023) científico que dedicó su vida a denunciar estos impactos y a cuya memoria dedico con admiración y respeto este artículo (https://acortar.link/DJmXRm).