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Nuestra Cristina
La historia del Mar de Historias
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▲ Cristina Pacheco y el escritor José Emilio Pacheco, quien le sugirió cómo llamar a su histórico artículo dominical de La Jornada.Foto Omar Meneses
Periódico La Jornada
Viernes 22 de diciembre de 2023, p. 5

El 3 de diciembre pasado, Cristina Pacheco anunció que, por su precario estado de salud suspendería temporalmente su serie Mar de Historias, publicada en La Jornada de forma ininterrumpida cada domingo durante 37 años.

Lo hizo con un breve mensaje a sus lectores y amigos, así como a la comunidad que hace posible este diario, en el que agradecía su apoyo y constancia a lo largo de ese tiempo. Ha sido maravilloso, expresó, para luego desear a todos la mejor de las suertes.

En esa serie de relatos, publicada en la contraportada, la periodista narraba historias que pretendía que sonaran reales, aunque, paradójicamente, muchas personas creen que las que escribo son reales y no; nada es real, son historias que salen de una serie de experiencias de vida, de recuerdos o lecturas.

En un homenaje que se le rindió en 2019, compartió que su esposo, el escritor José Emilio Pacheco, tenía que ver con todas las cosas que ella había hecho, “y para el título de esa sección en La Jornada, le pedí orientación, pues no encontraba el título y ya se lo tenía que decir a Carlos Payán, director en aquel entonces del periódico.

“José Emilio me dijo: ‘Mira, la Biblia es un mar de historias, por qué no tomas esa frase y comienzas a escribir sin límites, ni fecha de caducidad. Y por nada del mundo dejes de hacerlo’.”

Y así lo hizo Cristina Pacheco hasta el 3 de diciembre. Fiel a esa recomendación, nunca dejó de escribir esos relatos inspirados en personajes y circunstancias cotidianos, ni en los momentos más trágicos de mi vida, porque en las palabras está la vida; creo absolutamente en eso.

En el libro Confrontaciones, publicado por la Universidad Autónoma Metropolitana en 1987, se recoge una amplia conversación que Cristina Pacheco sostuvo en octubre de 1986 con esa comunidad estudiantil. Contó que Mar de Historias nace de todo, a veces de cosas que vi, que recordé, que viví, de las fotografías, de los periódicos, de lo que escucho... pero en gran medida de esa experiencia que tengo gracias a la televisión.

La televisión, dijo, es una especie de llave mágica; tú con esa puedes entrar a todos los lugares y oír todas las voces; eso, de alguna manera, me deja conocimiento de los sitios, de las personas y de las hablas que encontramos, pero que, desde luego, todo es ficticio, aunque tengas siempre un punto, un sustrato de verdad.

Se le preguntó en aquella ocasión si esos relatos eran para concientizar, a lo que respondió: “es una manera de no estar solo y de no quedarme sola. Cuando te digo que conozco la marginación, porque así crecí y viví, conozco también ese aspecto terrible de la pobreza que es el abandono, la soledad. Cuando uno está solo, cuando vive en esos lugares, a nadie importa, ¿no es cierto?, darte la mano, ni escucharte, ni verte, porque eres una persona incómoda y, de alguna manera, entre comillas, desagradable; eres una gente que está incomodando a los demás, que no pueden disfrutar de lo suyo porque está mal, porque no puedes estar acorde con el mundo, porque uno está irritado y furioso permanentemente.

Recuerdo aquella soledad y por eso, y para seguramente compartirla con alguien que en este momento lo esté sintiendo, escribo esas historias. No pretendo que tengan un cariz didáctico, eso sería muy difícil, pero si pueden enseñar algo a alguien, algo acerca de la vida de los demás y compartirla, me doy por satisfecha.

Sobre lo que significaban esas colaboraciones en términos políticos, aclaró que le parecía que es una manera de tomar una posición y de hacer notar a la gente que su actividad política no tiene que empezar en la afiliación del partido, sino en la palabra.

No le interesaba ningún partido, aclaró: estoy en el partido de esta gente y ella desde luego tiene la necesidad, tiene el derecho y a fin de cuentas tendrá la razón. Esa es la posición política de esos textos.

Ángel Vargas