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Navidad con Dickens y Altamirano
D

esde hace muchos años es un ritual personal decembrino. El rito (costumbre o ceremonia que se repite de forma invariable de acuerdo a un conjunto de normas ya establecidas) comprende releer de un tirón A Christmas Carol, de Charles Dickens, y La Navidad en las montañas, de Ignacio Manuel Altamirano. Ambas obras vislumbran que otra Navidad es posible, distinta de las deformaciones que la sociedad ha hecho de ella.

De los personajes de la literatura mundial, el creado por Charles Dickens, Ebenezer Scrooge, es uno de los más memorables y arquetípicos de lo que puede suceder a una persona cuando las circunstancias de la vida la ponen ante una encrucijada definitoria. De nuevo me topé con él gracias a la magia de la lectura. Me concentré en el periplo de Scrooge, en su milagrosa transformación que afectó para bien a la comunidad que lo rodeaba.

El libro de Dickens, conocido en español como Una canción de Navidad (le vendría mejor Un villancico de Navidad, título más cercano al espíritu del original inglés) y disponible en múltiples ediciones de los más variados precios, es una narración conmovedora y que, por su extraordinaria calidad, sigue cautivando a sus antiguos y nuevos lectores. Apareció por primera vez el 17 de diciembre de 1843. En una semana se vendieron 5 mil copias y pronto tuvo que ser reimpreso. Desde entonces se perfiló como obra clásica y modelo para otros escritores que se han ocupado de la Navidad en cuentos y novelas.

El despiadado hombre, el mismo que se negaba a contribuir para aliviar los estragos del hambre y la pobreza en la niñez bajo el malthusiano argumento de que la muerte de tantos infantes era una forma de controlar el exceso de población, experimenta una conversión radical. Su conversión le representó pasar de una vida solitaria y centrada en sí mismo, a una dada en servicio hacia los demás. Esto fue posible por haber descubierto que el espíritu de la Navidad descansa en la encarnación del Verbo que aunque era rico se hizo pobre (2 Corintios 8:9, Nueva Versión Internacional) por causa de nosotros.

La narración de Dickens está impregnada del espíritu bíblico, en particular del Nuevo Testamento. Dickens construye una parábola magistral, que nos lleva a identificarnos con los personajes, a ser interpelados por ellos y a considerar cambios en nuestras conductas.

La novela de Ignacio Manuel Altamirano es una invitación a imaginar los efectos del Evangelio en la sociedad. A poco más de siglo y medio de haber sido publicada, La Navidad en las montañas sigue destacándose en la literatura nacional dado que, a diferencia de la literatura en inglés, no tiene a su lado múltiples libros que hayan tomado como inspiración el día de Navidad.

Altamirano escribió una novela breve y muy reveladora del país que soñaba. Consideraba que la literatura debía usarse como herramienta pedagógica para difundir un horizonte ético distinto al prevaleciente. La Navidad en las montañas visualiza la utopía en un país dividido y con el reto de reconstruirse en todos los órdenes, incluyendo cimbrar un nuevo piso cultural que cincelara ciudadanía conocedora, y practicante, de sus derechos y responsabilidades.

Por insistencia de Francisco Sosa, quien casi lo secuestró por tres días, Altamirano escribió la novela en diciembre de 1871. En particular dos obras tuvieron influencia en la gestación de La Navidad en las montañas. Una fue la que Altamirano consideró en 1869 el cuento más bello y conmovedor que hemos leído, A Christmas Carol (1843), de Charles Dickens. La otra, una extensa novela del liberal mexicano Nicolás Pizarro, El monedero (1861), en la cual un sacerdote evangélico, en el sentido de guiarse por las enseñanzas del Evangelio, funda la comunidad Nueva Filadelfia, donde, apunta la investigadora María del Carmen Millán, todas [las] teorías sociales [del padre Luis] están desprendidas de las doctrinas evangélicas; la cualidad más valiosa, la caridad; el defecto más reprobable, la traición.

Igual que Dickens narra lo sucedido a Scrooge en tres días, Altamirano también describe lo acontecido en el mismo lapso al capitán juarista, quien es transformado al atestiguar los efectos del Evangelio en una comunidad que hizo suyas las enseñanzas de Jesús. La de Altamirano es, como la de Dickens, una parábola de redención y resurrección.

Las obras literarias difícilmente van a cambiar el mundo y sus terribles injusticias. Pero sí tienen el potencial para refrescar el alma, conmover los corazones de sus lectores y cambiar de rumbo. Ya lo dijo el gran José Emilio Pacheco: “La literatura sirve para cambiarte de manera individual, no tiene los poderes para cambiar a la sociedad, […] sólo puede funcionar en términos de la conciencia individual y sensibilizar contra la violencia, la crueldad y darte una conciencia muy grande de la presencia del otro y de lo otro. Eso no lo tendríamos sin la literatura”.