onstreñir al humanismo con gentilicios de coyuntura exige aclaraciones y fundamentos sólidos, histórico-filosóficos, actualizados. Para eso ya contamos con una bibliografía rica que da cuenta de las más diversas contribuciones vernáculas, espíritu y forma a un filosofar lo humano, no pocas veces sin tutorados exógenos. Ese humanismo mexicano reboza contribuciones muy robustas, no incuestionables, hechas con lujo de referencias, citas y testimonios… pero que enfrenta sus desafíos más críticos en su praxis actual. Es un campo hipotético, reflexivo y estimulante que exige acción filosófica en pie de lucha con todas las plumas que han abordado y abordan las problemáticas del humanismo mexicano. Sin tolerar ni el arribismo ni el oportunismo. El asunto es tan serio que no debe encapsularse como un antojo de ocasión ni de sabihondos.
Al menos aquí, el humanismo mexicano está llamado no sucumbir en una acotación geográfica simple, porque necesitamos abrir la conciencia de su muy extensa base histórica y política para propulsar, no exclusiva ni excluyentemente, desde sus raíces prehispánicas más profundas, como la olmeca (1200 aC), para impulsarse en la disputa por el sentido con una de las contribuciones filosóficas de las diversidades populares herederas de un respeto irrestricto por la vida para un programa de igualdad y praxis dignificadora. Sin perder un milímetro de sus contextos históricos ni la dialéctica de su desarrollo. En todas sus categorías filosóficas el humanismo mexicano implica constatación dialéctica y concreta de clases.
Atestiguamos una crisis civilizatoria descomunal y obscena. La especie humana sufre los estragos de la dictadura del capitalismo conducida por las industrias macabras de la guerra, sus bancos y sus mass media. Así, nota aparte, hay quienes ningunean a la filosofía humanista revolucionaria. Hay que esgrimir las propuestas del humanismo mexicano contra el escenario grotesco de las ecuaciones hegemónicas: opresores-oprimidos; centro-periferia; víctima-victimario; colonialismo-descolonización; civilización-barbarie. Hay que dirimir las tácticas y las estrategias para la defensa (y reposición) de los principios y valores humanistas que los pueblos esculpieron históricamente, a fuerza de lucha, para salir de los horrores padecidos en tiempos de coloniajes e imperios, guerras nazifascistas y dictaduras militares. Poner a salvo los bastiones simbólicos de la igualdad, la libertad y la fraternidad de nuevo género y sin la dictadura del neoliberalismo. Consolidar la nueva carta de los derechos sociales capaz de fijar los puntos de no retorno, los frenos y los reaseguros contra el conservadurismo retardatario y los rebrotes de la barbarie.
En su expresión actual, la convocatoria a desarrollar el humanismo mexicano debiera consolidarse como un movimiento amplio, desde las bases que luchan por la emancipación en cualquiera de sus expresiones. Ahí se redacta un humanismo de combate que se niega a todo sometimiento por hambre, por explotación, por saqueo, por humillaciones y por ignorancia. Debería ser un movimiento con una carta de navegación rigurosa redactada con toda crudeza para que sea capaz de poner a la vista el horror cuantitativo y cualitativo que ha sembrado el capitalismo en la tierra y en la mayoría de la especie humana. Debería consolidarse como un movimiento de praxis filosófica abierta plural sin remilgos de exquisitos, sin muros de Berlín
bibliográfico, sin peajes de sectas. Un movimiento filosófico abierto para la transformación del mundo.
Este humanismo reclama resignificaciones urgentes y colectivas, con brújulas anchas y profundas. Lo que hoy conviene entender por humanismo mexicano no debe encadenarse a resabios o clichés renacentistas ni clasicismos de élites culteranas. Resignificación y relecturas democratizadas en los fundamentos, en las raíces prehispánicas y en lo que tienen de rebelión independentista redactada por los pueblos en sus luchas emancipadoras. No caer en emboscadas de tono místico ni sobredosis de éxtasis metafísico. No hay que vestirse de blanco en la punta de las pirámides. Tampoco hay que ponerse sotanas ni túnicas imperiales, vengan del siglo que vengan. No abstracciones o misticismos alejados de las condiciones objetivas en que se debate la especie humana y no con lógica tuerta ante el saqueo, la explotación y los negocios genocidas. Inhumanamente actuales. No necesita ser un entretenimiento intelectual para tardes de lluvia y conversación bucólica, sino un programa revolucionario.
Se trata de intervenir con los instrumentos del humanismo mexicano al lado de los pueblos que nos reclaman su derecho al presente y al futuro. Intervenir las reglas de la convivencia, los pactos sociales, las revoluciones jurídico-políticas, el perfeccionamiento de la democracia, la devolución del haba al pueblo, la educación científica de calidad y emancipadora con blindajes humanistas a toda costa… y el acceso de nuevo género, sin burocratismos, a los servicios sanitarios, la vivienda y la recreación, esta vez sin la dictadura ideológica de la mercancía ni los fanatismos del mercado
. Asegurar la defensa irrestricta del planeta y de la vida digna. Podemos distinguir al hombre de los animales por la conciencia, por la religión o por lo que se quiera. Pero el hombre se diferencia de los animales a partir de que comienza a producir sus medios de vida, paso este que se halla condicionado por su organización corporal. Al producir sus medios de vida, produce indirectamente su propia vida material
(Marx-Engels).
Ese humanismo mexicano, que deberá fundirse con el humanismo, en su sentido más actualizado y amplio, por el que muchos pueblos luchan a la vista o subterráneamente, tiene el cometido de hacer ostensibles las columnas vertebrales más ignoradas, que son las ideas fundantes de civilizaciones asfixiadas por la ambición imperial y por no pocas tergiversaciones religiosas. Debe ser una herramienta para la disputa por el sentido
y sin esquivar contradicciones y limitaciones. Sin ignorar los contextos y sin omitir sombras. Nos hace falta porque hay razones de sobra, porque el mundo demanda liderazgos intelectuales capaces de encauzar una revolución de la conciencia con bases e historia propia. Porque las aventuras neonazis destruyen la memoria para adueñarse del futuro. Y porque no podemos ser tan irresponsables de quedarnos callados teniendo semejante herencia y semejante desafío. Que no gane el silencio.
* Director del Instituto de Cultura y Comunicación y Centro Sean MacBride Universidad Nacional de Lanús