l Museo de Arte Moderno (MAM) presenta la exposición Brutalismo arquitectónico en México, sobre un estilo que se popularizó en Europa a partir de los años 60 del siglo XX como una respuesta a la economía de medios que impuso la reconstrucción de la posguerra y como reacción al estilo internacional moderno
.
No tardó en llegar a México, donde tuvo gran aceptación entre jóvenes arquitectos que exploraban nuevos lenguajes; algunos se inspiraban en la arquitectura maya, con sus grandes plazas y la ubicación de los sólidos edificios. La nueva propuesta europea se adaptaba muy bien a estos conceptos: volúmenes masivos, formas geométricas y el uso de los materiales en bruto
(concreto, piedra y ladrillo). Esto llevó al afamado crítico Ryner Banham a usar el término arquitectura brutalista
para definirla.
La exposición muestra 60 obras arquitectónicas de varias ciudades de la República con fotografías, planos y maquetas acompañadas de pintura, escultura e imágenes de artistas plásticos paralelos o cercanos a este movimiento.
Se muestran trabajos de varios arquitectos y despachos sobresalientes de nuestro país de la segunda mitad del siglo XX y comienzos del presente. Entre otros, Agustín Hernández, Teodoro González de León, Abraham Zabludovsky, Francisco Serrano, Augusto H. Álvarez, Antonio Attolini, Ricardo Legorreta, Margarita Chávez y Alejandro Caso.
Ya que estamos aquí nos percatamos de que hace 60 años que se creó el MAM, a partir de un diseño del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, en colaboración con Rafael Mijares. Es una moderna construcción de forma redonda en la que predominan el cristal y el acero y que conserva su vigencia.
El primer lustro de esa década fue una época de oro para el arte y la cultura de México en el que se conjuntaron varios factores: el país tenía una buena situación económica, las condiciones de vida iban mejorando para la mayoría de la población y había un presidente sensible que supo escuchar a su secretario de Educación, hombre de gran cultura.
Hablamos de Adolfo López Mateos y Jaime Torres Bodet, quienes de la mano del notable arquitecto Ramírez Vázquez desarrollaron un ambicioso proyecto cultural que incluyó la construcción de museos que hasta la fecha son orgullo de nuestro país. Por mencionar dos de los más relevantes: el Nacional de Antropología y el de Arte Moderno.
El acervo de este último se conformó en un principio con las colecciones del Palacio de Bellas Artes, que albergaba al Museo Nacional de Arte Mexicano. En este sitio el talentoso Fernando Gamboa, museógrafo, curador y funcionario cultural, organizó bienales y promovió la adquisición y encargo de obras, con lo que se incrementó el patrimonio.
Actualmente custodia más 3 mil piezas, entre pintura, escultura, grabado, fotografía y gráfica de alrededor de 750 artistas que nos permite apreciar lo mejor de la estética plástica de nuestro país.
Es un agasajo admirar varias de las obras de arte mexicano que ya se pueden considerar clásicas y que son representativas de las principales tendencias de la primera mitad del siglo XX. Están presentes David Alfaro Siqueiros, Frida Khalo, Diego Rivera, José Clemente Orozco, Rufino Tamayo, María Izquierdo, Manuel Rodríguez Lozano, Olga Costa, el Dr. Atl y muchos más de gran calidad.
En las cercanías del MAM está la colonia Cuauhtémoc. En la calle Río Ebro 87-89 se ubica el restaurante japonés Rokai, que ofrece la que muchos consideran la mejor comida japonesa de la ciudad.
La carta cambia cada día porque los platos se preparan con la pesca del día. La idea del Rokai va alrededor del concepto omakase, que en Japón significa confiar en las manos del cocinero, y él decide qué servir. Los manjares los preparan personalmente el dueño y chef Hiroshi Kawahito y Daisuke Maeda.
También hay una variedad de auténticos platillos japoneses; el ramen y el sushi son muy afamados. A mí me encanta, para comenzar, la gyoza, que son unas empanaditas, el arroz con ajo y el tempura mixto que lleva una cubierta fina y crujiente.
Puede acompañar la comida con calpis (una bebida japonesa sin alcohol, saludable y deliciosa), té verde, sake caliente, una cerveza Sapporo o con buenos vinos mexicanos y europeos.