Sábado 13 de enero de 2024, p. a12
He aquí una exquisitez: la música de Sue Foley.
Sucede que los magos tienen su chistera, las hadas su varita mágica y los ángeles su sonrisa, pero hay seres con mayor poder, como Sue Foley cuando esgrime un bellísimo artefacto cuya denominación técnica es Fender Telecaster Pink Paisley, al que todos conocemos como El Beso del Hada.
La guitarra de esta compositora, cantante, instrumentista genial canadiense es una nave navegando, una lluvia lloviendo, una flama encendida en nuestros corazones cuando nos sentamos a escucharla, ojos cerrados, corazón abierto. Su Fender Telecaster, su guitarra, es su pasaporte al paraíso y ahí es donde nos lleva de la mano, con sus discos bajo el brazo.
Quince álbumes y todo el barrio la respaldan. Desde su debut, en 1992, con el disco Young Girl Blues, el mundo le rinde reverencia.
Aunque el mundo tiene siempre sus asegunes. Para empezar, porque Sue Foley es mujer y la música que ella prodiga tiene tradición y raigambre y taras de la oprobiosa cultura patriarcal. Ningún blusero, sea músico o simple mortal como nosotros los escuchas, puede negar la densa carga de misoginia y contenido machín de las letras del blues y sobre todo el predominio en los escenarios de los mujeriegos. Vaya, llegó a darse el caso de un célebre músico de blues y schok rock, el célebre Screamin’ Jay Hawkins, autor de I Put A Spell On You (Because You Are Mine, pásumecha), que tuvo 75 hijos con distintas parejas y ellos se las ingeniaron para encontrarse entre sí y organizarse en una asociación, Hijos de Screamin’ Jay Hawkins. Vaya vaya, Tacubaya.
Sue Foley es continuadora de las grandes mujeres del blues, que son su inspiración: Sister Rosetta Tharpe, Memphis Minnie, Elizabeth Cotton, a quienes conoció por sus discos cuando Sue tenía años de edad. Y cuando escuchó cantar y conoció el contenido de los blues de Angela Strehli, legendaria y epicentro del blues que se cultiva en Austin, Texas, la rubia Sue decidió que el rumbo de su vida sería el blues.
Sue Foley nació en Ottawa, Ontario, el 29 de marzo del año mágico de 1968. Luego de cantar con la banda de música celta que dirigía su padre, a los 13 años pulsó su primera guitarra personal y al despuntar la década de los años 90 se mudó a Austin, para regresar en 1997 a Ontario; luego, nuevamente, hija pródiga, volvió a Austin, donde grabó su disco más reciente, Live in Austin. Ayer empezó una gira por ciudades de Estados Unidos y luego volará a Europa.
Vuelo, eso define el sonido de Sue Foley. Su guitarra Fender Telecaster de color rosa intenso es una orquesta sinfónica que vuela en vilo cuando ella la pulsa, la acaricia, la estremece. Es inevitable nuestro estremecimiento cuando escuchamos el sonido Foley: intenso, muy intenso; limpio, muy limpio; prístino.
Decir sonido limpio significa que es un sonido honesto, sincero, transparente, contrario a los trucos, trampas y trapacerías de muchos guitarristas de blues y de rock adictos a los distorsionadores, los pedales, los efectos artificiales, el sonido farragoso y la mera estridencia.
El sonido Foley es poético, al mismo tiempo fuerte y delicado. Poderosísimo. Es como una flor que se estremece con el viento, pero no se despetala.
Los largos pasajes solistas de Sue Foley son fuente de inspiración de las mejores cosas de la vida. Nos impele, nos provoca, nos conmueve, nos transporta. Es un prodigio de sonido.
Es tan honesta y poderosa por sencilla su manera de tocar la guitarra de blues que frente a ella palidecen los considerados semidioses de la guitarra (ponga aquí, hermosa lectora, amable lector, el nombre de su guitarrista favorito, y verá el rostro del susodicho palidecer).
Sue Foley no es, por fortuna, la única rubia emperatriz en el mundo machín del blues. Su altísima calidad convive con otras reinas soberanas. Para empezar, su mentora Angela Strehli, la gran Susan Tedeschi, Joanne Shaw Taylor, Samantha Fish, Ally Venable, Leilani Kilgore y otras grandes maestras en el panorama actual del blues. De ellas nos ocuparemos una a una, en su oportunidad.
Por lo pronto, nuestra fascinación por Sue Foley es mayúscula. Sus tres recientes discos ameritan atención y garantizan placer a mares.
El ya mencionado Live en Austin es un compendio de su carrera entera, que nació, germinó y floreció en esa ciudad blusera.
De entre los 15 discos de Sue Foley, los otros dos recientes, luego de largo silencio, son oro molido: Pinky’s Blues y The Ice Queen, ambos con fuerte contenido autobiográfico, porque la sinceridad es sustancia del blues y Sue Foley es sincera, honesta. Dirían los académicos suecos: es chida.
El mundo interior del músico es también sustancia de la cultura blues. Es por eso que Sue Foley se define, no sin dejo de ironía, y todos sabemos que la ironía es la máxima expresión de la inteligencia que sonríe:
They call me the ice queen
I’m cool and detached
and all the men agree
I’m too slippery to catch
Para decirlo con peras y manzanas: Sue Foley es de esas mujeres a quienes los machines se acercan por hermosas y en cuanto escuchan su discurso inteligente, salen corriendo.
The Ice Queen es un dechado de virtudes artísticas. Lo grabó luego de un silencio de muchos años. Su anterior disco, New Used Car, data de 2006, y marca su regreso a Austin, luego de dejarlo para regresar a su terruño tras experiencias personales difíciles. Pero nunca ha perdido la soberanía de su sonrisa y el esplendor de su arte.
The Ice Queen nos lleva a su reinado y allí nos deposita durante los 54 minutos que dura el disco, que grabó con una pequeña ayuda de sus amigos los magos del blues de Austin: Jimmie Vaughan, el genio por antonomasia de la guitarra Stratocaster; también colabora Billy Gibbons, el célebre integrante de ZZ Top; Derek O’Brien, percusionista y productor del disco, y Charlie Sexton, orgullo de Austin y guitarrista permanente de Bob Dylan.
Esos distinguidos guitarristas tocan en coro o a dúo con Sue Foley, además de una tercia de alientistas y el fabuloso ensamble The Texas Horns. No podía faltar, tratándose de blues, el tradicional órgano, a cargo de Mike Flanigin.
Sue Foley escribió todas las canciones de estos dos discos e incluye versiones personales a grandes clásicos, como Send Me to the ‘Lectric Chair, creación de George Brooks grabada para la posteridad por Bessie Smith, otra de las influencias de Sue.
Las tres últimas piezas del álbum The Ice Queen son deliciosas baladas/blues con guitarra acústica a cargo de Sue. La primera de la triada final, The Dance, asemeja una milonga. La segunda de la tripleta, Cannonball Blues, es un tributo al tren como seña de identidad de muchos de nosotros y piedra de toque de la cultura blues (las despedidas en las estaciones, esperar el tren que trae de regreso a la amada; o simplemente ver pasar el tren y evocar, imaginar, soñar despierto). El verso en labios de Sue lo dice todo: listen to the train
.
En otro verso de otra pieza, titulada Death of a Dream, Sue decanta otra impronta: “It’s easy to be dizzy”, en claro homenaje a Billie Holiday. Podemos aplicar con justicia y admiración la frase identitaria de Billie, también a Sue Foley: Lady sings the blues
.
Last but not least: el álbum Pinky’s Blues es un homenaje al instrumento de Sue Foley, que es de color rosa intenso y que ella hace sonar como en un cuento de hadas versión blues. El disco entero es una soberana exquisitez: el sonido magnífico de Sue con su Fender Telecaster Pink Paisley es de ensueño, es intenso, vigoroso, pleno de magia y fuerza. En dos versos que escribió y canta Sue, autobiográficos, lo resume todo:
I’m a force of nature
I’m a hurricane
Gracias por toda la magia, mujer del blues, emancipada, poderosa, poeta. Gracias por tanto, mujer huracán.