enin ha sido un motivo recurrente en la cultura política mexicana. Emiliano Zapata le escribió una carta, Ricardo Flores Magón celebró sus discursos en Regeneración, el pionero del comunismo Manuel Díaz Ramírez escribió sobre el encuentro que tuvo con él en Moscú. Diego Rivera, Frida Kahlo, Miguel Covarrubias, José Hernández Delgadillo, David Alfaro Siqueiros y Luis Arenal lo tomaron como inspiración artística. Concha Michel y Graciela Amador le compusieron corridos distribuidos en El Machete. Lázaro Cárdenas lo elogió, Tomás Garrido Canabal llamó a su hijo con su nombre. En tanto que, años más tarde, Rius escribió un libro para principiantes
sobre su figura; Adolfo Sánchez Vázquez, Alonso Aguilar, Wenceslao Roces, Enrique Semo, Raúl Olmedo, René Zavaleta, Cesáreo Morales, Gabriel Vargas y Elvira Concheiro lo leyeron para problematizar el marxismo en la segunda mitad del siglo XX. No hace mucho, el presidente López Obrador recordó que con El Estado y la revolución los estudiantes de ciencia política analizaban el golpe de Estado contra Allende de 1973. Por si esto fuera poco, al menos dos ediciones completas de sus obras fueron publicadas en México (Ediciones de Cultura Popular y Librería Salvador Allende).
¿Cómo es que a lo largo de más de un siglo se ha configurado una presencia tan diversa que ha convocado a tan disímiles personajes? ¿Qué inspiró a la cultura política de izquierda para visitar y revisitar a Lenin una y otra vez? Durante los primeros años de existencia del Partido Comunista Mexicano (PCM) Lenin y Zapata se convirtieron en los grandes referentes y ejemplos revolucionarios. Al advenir el cardenismo, en su clímax de su presencia pública, el PCM ejerció una operación de relectura histórica: Hidalgo era iniciador de la forja nacional, Morelos el precursor decidido del socialismo, Juárez y Zaragoza profundos antimperialistas que solían aparecer junto a Ho-Chi-Mihn; Flores Magón íntegro y admirado precursor.
Operó una doble perspectiva, el comunismo se reconocía como un fenómeno global propio del despliegue de las necesidades de la historia, pero estaba lejos de ser una imposición en suelo mexicano, antes bien, con aquel ejercicio interpretativo se reconocían las trayectorias locales que testificaban la proclividad del pueblo mexicano hacia la emancipación y la radicalidad. Con el triunfo político dirigido por Lenin se construyó un espejo en el cual se reflejaba –hacia el pasado y hacia el futuro– la historia revolucionaria del pueblo mexicano.
Así, Lenin fue una bisagra entre esos dos mundos. No sólo era el ejemplo del líder político, sino también el artífice de una manera de pensar e imaginar el mundo que conectaba lo universal con lo particular. Desde la década de 1930 los comunistas (del PCM y después de sus múltiples escisiones) celebraron a Lenin en teatros y cines de la Ciudad de México. La prensa comunista – El Machete, La Voz de México o Noviembre (del Partido Obrero Campesino)– se vestía de plácemes cada año en dicho mes: una semana celebraban la construcción futurista hecha por Lenin en el país de los soviets y a la siguiente reafirmaban ser parte de una larga trayectoria de líderes populares. Pero no fue esta la única versión de Lenin que tuvieron los comunistas. En Teoría, la revista del PCM en los años de profunda crisis ideológica, se publicó un grabado con piel oscura, ojos pequeños, era un Lenin indianizado. En esa misma revista se publica un texto de 1912 donde el revolucionario señaló que el atraso político más grave está en la civilizada
Europa y el avance se encontraba en la anticolonial tierra asiática. El Lenin de los comunistas también fue anticolonial.
El trayecto en tanto teórico fue especialmente rico en América Latina. A diferencia de los trabajos europeos y norteamericanos, que hasta nuestros días tienen que reconstruir el trayecto biográfico de Lenin para explicar sus posiciones –como lo muestran los trabajos de Antonio Negri, Marcel Liebman, Jean Salem, Tamás Krausz o Lars T. Lih–, los latinoamericanos entraron de lleno a buscar en su obra las condiciones para sentar la renovación del marxismo. Nombres como Marta Harnecker, JV Núñez Tenorio, Álvaro García Linera, Vania Bambirra, Theotonio Dos Santos, Rodney Arizmendi o Enrique Semo, son parte de una olvidada bibliografía que después de 1959 le dieron sentido a la sentencia de Regi Debray de que la revolución latinoamericana era la del leninismo apresurado
. Este caudal teórico, regado en una región que encontró en no pocas ocasiones en México su lugar de referencia, producción o publicación, convivió y rivalizó con las perspectivas gramscianas, luxemburguistas y frankfurtianas. Esto fue así porque Lenin se convirtió en teórico de la intervención política, del análisis de fuerzas en coyunturas específicas y de la tensión estratégica que vinculaba el sueño revolucionario con la realidad. Lenin entregaba insumos que ninguna otra figura dentro del marxismo proporcionaba.
Finalmente, fue en la poesía donde la tradición cultural mexicana se mostró menos profunda a propósito del revolucionario. En América Latina se pasaba a Lenin por el tamiz romántico, presentándolo fundido con la naturaleza y por tanto alejado de las estatuas, dogmas y el frenético industrialismo, como puede captarse en los versos de Roque Dalton, Pablo Neruda, Raúl González Tuñón, Nicolás Guillén, Miguel Barnet o René Depestre; en México, fue Efraín Huerta quien dibujó, involuntariamente, el trayecto de su presencia en la izquierda local al señalar que Lenin les dio sentido y estrategia
con su visión profética
.
México fue un lugar fértil para cultivar una manera de entender a Lenin, pero no lo fue en solitario, estuvo acompañado por las propias tradiciones locales, previas y posteriores a 1917. Un Lenin acompañado por Zapata que vislumbraba el futuro por el triunfo que dirigió, pero alumbraba al pasado porque permitía ubicar los esfuerzos de cambio en una constelación más amplia. Quizá la prueba gráfica más clara de ello es la unidad habitacional cercana a la estación del Metro Constitución de 1917, sobre el Anillo Periférico, en la que en grandes paredes se muestra el perfil de Lenin junto a los rostros de Cuauhtémoc, Zapata, Villa, Mao y el Che; una y otra familia revolucionaria para la nación.
* Investigador UNAM