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¿La raza no existe?
L

os científicos saben que así como la Tierra es un esferoide y la humanidad no tiene 7 mil años de historia, la raza no existe como hecho biológico o genético. Pero esa realidad concreta e irrefutable es mucho más difícil de asimilar que las otras dos verdades irrefutables que usé como ejemplo. Una y otra vez en las discusiones sobre el racismo nos topamos con la cruda realidad de que la mayoría de los seres humanos siguen creyendo en la división de la humanidad en razas, que hay distintos tipos de seres humanos.

Así que decidí retomar un libro clásico, a ver si convenzo a dos o tres de mis lectores de leerlo y convencerse de que la raza no es un hecho biológico: Raza, etnia y nación: El triángulo funesto, libro póstumo del filósofo Stuart Hall, quien, como la gran mayoría de los jamaiquinos, desciende de africanos esclavizados y, como más de la mitad de los nacidos en Jamaica, vivió en Inglaterra desde joven.

El libro fue editado por amigos y discípulos de Hall con base en las notas y apuntes de un ciclo de conferencias pronunciadas en Harvard en 1994 como homenaje al pensador y activista afroestadunidense W. E. B. Dubois, uno de los cofundadores en 1909 de la Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color y posteriormente, revolucionario panafricanista. ¿De qué se trataban esas conferencias? Escribió Henry Louis Gates, “Stuart Hall no vino a Harvard… para reforzar lo que ya sabíamos”, es decir, que la raza es una construcción social, un fenómeno lingüístico que poco tiene qué ver con la biología y todo con el poder. ¿A qué vino Hall a Harvard? Dice Kobena Mercer que ante el triángulo funesto que han significado las categorías imbricadas de raza, etnia y nación podría preguntarse si no estaríamos mejor sin ellas, pero ¿es eso posible?

Porque, como dice el propio Hall, aunque ya no debería ponerse en duda que la raza es un hecho cultural e histórico, no biológico, importa volver a discutir qué implica esa afirmación. Pues, aunque entre los científicos y académicos avanzados esas afirmaciones casi han adquirido el estado canónico de la ortodoxia, en la calle y en la vida real la separación de la humanidad en razas sigue dominando. Y es que la raza fue durante demasiado tiempo uno de esos conceptos maestros que nos explicaban el mundo: es el eje central de un sistema jerárquico que genera diferencias; un sistema de clasificación que ha tenido horrendas consecuencias humanas e históricas.

El argumento biológico-genético está tan arraigado en nuestra mente como lo estaba el terraplanismo en el siglo XVI, aunque la ciencia del siglo XX desmontó uno a uno los argumentos de la ciencia decimonónica que inventó inferioridades, superioridades y diferencias insalvables con base en una elegante craneometría, cierta cantidad de melanina y cierto grado de pelo rizado, [todo ello] equivalente a noción científica (Hall citando a Dubois).

La idea biológica se cuela por la puerta de atrás hasta en los movimientos libertadores y reivindicadores, cuando se habla de una hermandad de sangre… que no es resultado de la craneometría o la melanina, sino de la historia: así, salvo excepciones, los negros y mulatos del continente americano y sus islas adyacentes descienden de africanos esclavizados… y de la mano de Anthony Appiah, Hall muestra la dificultad (¿la imposibilidad?) de sacar de la discusión el argumento biológico… pero, dice Hall:

“Mi argumento es que a este movimiento de deconstrucción –que opone lo biológico a lo sociohistórico, que descubre que la concepción biológico-científica de la raza es infundada e insostenible, que se conforma con lo cultural y lo hermenéutico– le falta aún un giro por completar. Appiah sugiere que los académicos han sido muy reacios a compartir con sus conciudadanos su ineludible conclusión, que es defender el ‘repudio a la raza como término de diferencia’. Si lo que quiere decir con esto es que la raza no tiene fundamento científico como mecanismo explicativo para justificar las diferencias sociales, culturales, económicas y cognitivas entre grupos racialmente definidos, entonces claro que estoy de acuerdo. Pero aún tendríamos que explicar por qué persisten estos sistemas de clasificación racial, por qué tantos aspectos de la historia se han organizado a la sombra de sus binarismos más elementales, y por qué, sobre todo, las acciones del día a día o el lenguaje y el pensamiento del sentido común –así como los sistemas más amplios de estructuras de poder que organizan la distribución de la riqueza, recursos y conocimiento de forma desigual entre las sociedades y los grupos– siguen funcionando de acuerdo con esta huella ‘biológica’ que estaba casi eliminada, pero no del todo, y que supuestamente es débil, infundada, insostenible. Sencillamente, aún tenemos que explicar por qué la raza es tan persistente en la historia humana, por qué es casi imposible de expulsar”.

Lo que sigue es formidable: la historia del racismo, o sea, de cómo se construyó en los siglos XVIII y XIX esa brutal diferenciación científica de la humanidad en razas, y de cuál era el objetivo de dicha diferenciación. Pero, ¿entonces es imposible erradicar la idea biológica de raza? Descubramos los argumentos de Hall en el libro, que se descarga libremente en: https://acortar.link/ctJvSy.