En Mérida, desacostumbrada dignidad
Lunes 29 de enero de 2024, p. a34
¡Qué ganas tiene el público de la capital y de distintos lugares de la República de ver toros!, algo que políticos oportunistas se niegan a ver y comprender. Ayer, en la primera corrida de reapertura de la Plaza México, el inmueble registró una insólita entrada que casi llenó el coso.
Se trató de una multitud emocionada y aplaudidora que a cambio de lo que pagó y de las impertinencias de antitaurinos saboteadores y visionudos que lograron retrasar por casi media hora el inicio del festejo, recibió un desfile de… pinchadores, al grado de que el diestro peruano Andrés Roca Rey escuchó los tres avisos al intentar deshacerse de su segundo enemigo. Algo increíble en la actual primera figura de España; en tanto, los mexicanos que figuran, Joselito Adame y Diego Silveti, brindaron bonitas escenas de toreo de salón con toro.
Se lidió un encierro tan gordo como deslucido de Tequisquiapan de Fernando de la Mora con el que los alternantes en la comodidad llevaron la penitencia, pues el hierro citado se caracteriza por una docilidad pasadora que propicia repeticiones, más que emociones, o un facilón toreo de salón con toro y el posturismo bonito, no el dramático encuentro sacrificial entre toro y torero.
Desempeño de Joselito
Joselito Adame, que se autonombra la primera figura del toreo de México, exhibió escasa evolución en esta comparecencia al recibir a su primero, discreto de cuerna y sobrado de kilos (589) con una larga cambiada y lances a pies juntos para con la muleta conseguir, despacioso y solemne pero sin sello, derechazos a distancia y naturales mejores ante un astado pasador para solaz de un público aplaudidor, malogrando su labor con la espada. Fue el inicio de un penoso desfile de pinchadores a cambio del aumento en los precios de entrada.
Con su segundo, menos pesado (532 kilos), este Joselito quitó por chicuelinas y revolera mientras el toro rodaba por la arena, pues el peso no sustituye la casta. Contra su costumbre, tomó los palos y dejó un primer par desigual, otro mejor y un tercero lucido. Ante otro de cansina embestida ligó tandas de tres muletazos, bernadinas, y de nuevo a pinchar y descabellar. Esta primera figura nomás no apasiona; a lo mucho agrada.
Diego Silveti, segundo espada, con increíble suerte en los sorteos y torero de dinastía, suele hacer un quite por gaoneras atropelladas y desabridas como su toreo de muleta. Fue sacado al tercio tras dejar una estocada entera, tendida y caída, en la suerte de recibir. Con el quinto de la tarde ejecutó saltilleras y series de tres muletazos y remate a otro repetidor, para concluir con bernadinas sin estoque, pinchazo y otra discreta salida al tercio.
Y el pundonoroso Andrés Roca Rey, que tantas tardes de apoteosis ha logrado en ruedos de España, no acaba de entender, junto con su apoderado en turno, que el toro manso, deslucido y repetidor que exige en México, no le sirve a su toreo quietista. Su primero no tenía un pase, y su segundo se apagó en un suspiro, por lo que se le fue el toro vivo y recibió nutrida cojiniza. ¿Para eso es figura? ¿Para venir a tentar de luces reses descastadas?
La réplica la dio la empresa de la Monumental de Mérida, que para celebrar el 95 aniversario del coso más importante del sureste del país anunció a los mexicanos Juan Pablo Sánchez y Arturo Saldívar, al valenciano Román Collado y al venezolano Jesús Enrique Colombo, con una exigente corrida de toros de Barralva que hizo lucir a las cuadrillas, provocó varios tumbos y remontó la tauromaquia a desacostumbrados niveles de dignidad.
¡Ah qué escena más torera la de Román sentado en el estribo aplaudiendo a su primero mientras doblaba y qué merecida oreja la que obtuvo!