a degradación del PRI fue paulatina, pero en tiempos de Enrique Peña Nieto se aceleró sobremanera y, en este sexenio, llegó a su peor y más ignominioso nivel. De hecho, excepción hecha del pequeño paréntesis del guerrerense René Juárez Cisneros (del 2 de mayo al 16 de julio de 2018), un político que procuró recuperar la dignidad de antaño, los demás pueden vanagloriarse de haber traicionado de manera flagrante los principios emanados de la Revolución Mexicana que, de vez en cuando, con cierto éxito, habían sido enarbolados.
Lo curioso del caso es que, el actual PRI, después de haberse aliado y sometido sin recato alguno y con la mayor falta de vergüenza y dignidad a los tradicionales enemigos de los gobiernos provenientes de la Revolución, ahora, dado que no tiene nada bueno que decir del priísmo de los últimos lustros, alardea éxitos y méritos de antaño: de la época en que el PRI era el mandamás en México.
No tiene nada de raro que el PRI de hoy, que conserva solamente el nombre de lo que fue en el pasado, se esté desgajando paulatinamente de sus mejores elementos, en aras de pescar unas cuantas chambitas que caritativamente le conceda su actual patrón: Acción Nacional.
Basar su campaña en logros priístas de hace 30 y 40 años no es más que una muestra de lo miserable que es ahora: un vulgar canchanchán del PAN en espera de recoger algunas migajas de lo que éste buenamente le deje.
Normal es, entonces, que lo mejor de sus filas se vaya inclinando a Morena, precisamente porque este partido tiene mucho de lo bueno que tuvo el PRI de antes.
Ojalá logren evitarse lacras y defectos inherentes a un instituto siempre triunfante, en el que se coló muchas veces, más por ambición que por compromiso con sus principios, una caterva de pelafustanes que incluso pudieron llegar a las más altas esferas.
Continuar en el PRI es precisamente contranatura y engrosar las filas de Morena es intentar que continúe el camino de la Revolución que tan lejos quedó de sus objetivos finales.
Pertenezco a la generación que, en 2018 llegó al fin de su tolerancia cuando los presidentes del partido y el mismísimo de la República, a quien los priístas llevaron al cargo, abrazaron públicamente la idea de que dicho instituto político tenía que cambiar de nombre, de colores en el escudo y, sobre todo, de ideario político… es decir: tenía que dejar de ser lo que había sido.
Recuérdese que, incluso, el candidato a suceder a Peña Nieto, no obstante ser un hombre de gran calidad, tenía ciertas filias ajenas al partido que lo postuló y, claro, con el que tenía que perder, porque fue Morena quien recogió en buena parte las ideas y deseos de los tiempos antiguos.
El candidato era el más idóneo, no cabe duda, pero no fueron pocos los otrora sufragantes del PRI que de manera ostentosa o sin ella depositaron su voto en favor de Andrés Manuel López Obrador. No en vano éste sacó más votos que todos los demás candidatos juntos. ¡Por algo habrá sido!
Quizá convendría que lo tuviera presente y analizara las razones la caterva de quienes arremeten contra él con argumentos o sin ellos.