Siri Hustvedt lamentó que no pudo dar a conocer ni asimilar la muerte del autor estadunidense antes de que empezaran los gritos en línea; nos robaron esa dignidad
Viernes 3 de mayo de 2024, p. 2
Paul Auster murió en casa, en una habitación que le encantaba, la biblioteca, con libros en todas las paredes desde el suelo hasta el techo, pero también con altas ventanas que dejaban entrar la luz. Murió con nosotros, su familia a su alrededor, el 30 de abril de 2024 a las 18:58
. Así describió Siri Hustvedt los últimos momentos de quien fue su esposo desde 1981.
En una publicación difundida este jueves en su cuenta en Instagram, la novelista consignó: Era ingenua, pero había imaginado que yo sería la persona que anunciaría la muerte de mi marido, Paul Auster. Descubrí que incluso antes de que se llevaran su cuerpo de nuestra casa, la noticia de su deceso circulaba por los medios de comunicación y se habían publicado obituarios
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Lamentó que ni ella, su hija Sophie, su yerno Spencer o sus hermanas, a las que Paul quería como a sus propias hermanas y que fueron testigos de su muerte, tuvimos tiempo de asimilar nuestra dolorosa pérdida. Ninguno pudo llamar o enviar un correo electrónico a sus seres queridos antes de que empezaran los gritos en línea. Nos robaron esa dignidad. No conozco la historia completa de lo sucedido, pero sé una cosa: está mal
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El reconocido narrador Auster fue diagnosticado con cáncer de pulmón en diciembre de 2022 y al poco tiempo empezó su tratamiento. En enero pasado, Hustvedt informó que su pareja fue dada de alta del hospital y que entonces no había emergencia. Ahora, la también poeta divulgó que Paul nunca abandonó Cancerlandia. Resultó ser, en palabras de Kierkegaard, la enfermedad de la muerte. Tras fracasar los tratamientos, su oncólogo le ofreció quimioterapia paliativa, pero él dijo que no y pidió cuidados en casa
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Recordó que Paul ya estaba harto. Pero nunca, ni con palabras ni con gestos, dio muestras de autocompasión. Su valor estoico y su humor hasta el final de su vida me sirven de ejemplo. Dijo varias veces que le gustaría morir contando un chiste. Le comenté que era poco probable, y sonrió
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Hustvedt contó que en sus días postreros escribía a mano una carta a su nieto Miles. Nuestra ayudante y querida amiga, Jen Dougherty, descifró los textos después de que yo los hubiera fotografiado, y los mecanografió para él. Quería que fuera su último libro. En un arrebato de determinación, consiguió terminar una carta y redondear su texto, pero no es largo. Con ese terminó su vida de escritor
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Relató que su esposo Paul era ante todo un narrador y le encantaba también contar las historias, y a veces me divertía ver cómo, cuando nos sentábamos juntos en la consulta de un médico tras otro en estos dos últimos años, se ponía en ese modo, volvía atrás para preparar el escenario y luego avanzaba con la fascinante historia de su propia enfermedad
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Los huesos de las historias
La obra de Auster, reseñó Hustvedt, “traspasa fronteras porque, aunque sus novelas y memorias se visten con los ropajes de épocas y lugares particulares y la mayoría de las veces se desarrollan íntegramente en Estados Unidos, los huesos de sus historias abordan cuestiones que van mucho más allá de cualquier aquí y ahora.
¿Qué significa estar vivo? ¿Cómo podemos los seres humanos cegados encontrar un camino a seguir cuando estamos atrapados por nuestras propias limitaciones perceptivas? ¿Qué es un acto moral? Y una y otra vez, ¿cómo sigue adelante la gente tras la terrible pérdida de un ser querido? Es una pregunta excelente. ¿Cómo hacemos?
, reflexionó Hustvedt.
Añadió que como su testigo, amiga, amante, colega escritora y primera lectora (como él lo fue mío), sólo puedo decir que escribía desde las profundidades del sentimiento, desde los espacios de ensueño donde nacen, se desarrollan y terminan los grandes libros. No son los espacios de las convenciones prescritas, de las novelas y memorias que salen de los departamentos de escritura creativa de las universidades de Estados Unidos
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Expresó su hilaridad por “el estereotipo perpetrado en los medios de comunicación de Estados Unidos, y a veces también en los de Reino Unido, de Paul Auster, el escritor frío, inteligente, ‘posmoderno’ e ‘intelectual’. Esta caricatura fabricada es tan ajena tanto a la persona como a los escritos que he conocido íntimamente durante 43 años, y era, francamente, tan confusa para él, que simplemente no podía entender de qué se trataba”.
Concluyó el texto con la frase final de la última novela de Auster, Baumgartner, que cuando se la leyó: “Tenía la potente sensación de que a él y a mí no nos quedaba mucho tiempo juntos, pero observen la ambigüedad, la suave ironía, el rechazo de lo definitivo, lo absoluto, lo rígido o lo categórico.
“El querido protagonista anciano de Paul ha tenido un accidente de coche: ‘Y así, con el viento en la cara y la sangre aún rezumando de la herida en la frente, nuestro héroe se dirige en busca de ayuda, y cuando llega a la primera casa y llama a la puerta, comienza el último capítulo de la historia de ST Baumgartner’.”