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La Iglesia y lo social
L

a Iglesia católica ha sido protagonista de nuestra historia patria; desde la Conquista, fueron los frailes quienes defendieron a los pueblos de abusos de conquistadores y encomenderos. Durante el virreinato, tuvo sus problemas. González Obregón, cronista de la Ciudad, recuerda en su libro México viejo (Librería de la Viuda de Ch. Bouret, México, 1900) un incidente en 1766 entre la Inquisición y el virrey Carlos Francisco de Croix. Resulta que, a este protagónico y activo virrey, con alguna intención que a otros hubiera aterrorizado, el poderoso Tribunal lo citó para interrogarlo, el virrey acudió a la Plaza de Santo Domingo para declarar, pero llegó acompañado de un batallón de soldados y una batería de artillería apuntando al histórico edificio; sobra decir que el interrogatorio duró menos de 10 minutos y el virrey salió del temido Tribunal sonriente y tranquilo.

Un año después el mismo marqués de Croix, por orden del rey Carlos III, expulsó a los jesuitas de la Nueva España y sus provincias, cerró sus conventos, colegios y misiones e interrumpió su obra educativa. La historia registra que por ese motivo hubo gran revuelo y hasta motines violentos; salieron del país 678 jesuitas y se cerraron instituciones tan prestigiadas como el Colegio Máximo de San Pedro y San Pablo, el de San Ildefonso, éstos en la capital, y otros en Puebla, Oaxaca, San Luís Potosí y Guanajuato; se interrumpieron las misiones en el noroeste, la Tarahumara en especial, lo que produjo descontento y un quiebre en nuestra historia.

Los jesuitas regresaron a principios del siglo XIX, volvieron a ser expulsados y regresaron; actualmente han recuperado sus actividades y participan en educación, cultura y defensa de los derechos humanos. Otras órdenes también lo hacen: dominicos, franciscanos, agustinos y el clero regular, todos destacados protagonistas de la historia de México.

Esto viene al caso para recordar que las relaciones entre las dos organizaciones sociales datan de mucho tiempo; no está por demás recordar que los principales caudillos de la Independencia, Hidalgo y Morelos, fueron clérigos; que las Leyes de Reforma por las que se retiró a la Iglesia el control de la vida civil y se expropiaron sus bienes provocaron primero la guerra de Tres Años entre liberales y conservadores y luego la Intervención Francesa.

Durante el porfiriato hubo relativa paz con pocos incidentes. En 1911, ya iniciada la Revolución, se fundó el Partido Católico que inicialmente apoyó a Madero y en los años 20 no podemos olvidar la Guerra Cristera que concluyó con los arreglos celebrados a espalda de los levantados en armas.

Durante el siglo XX las relaciones fueron tranquilas y se toleró la presencia de grupos y asociaciones con mayor o menor injerencia en lo social y a veces en lo político. Destacados prelados han estado activos y comprometidos, como Sergio Méndez Arceo de Cuernavaca, Samuel Ruiz de San Cristóbal de las Casas, Raúl Vera de Saltillo, conocidos por sus acciones en defensa de derechos humanos, pueblos originarios y migrantes.

Grupos sociales promovidos desde la Iglesia han estado activos: desde la legendaria Unión Nacional de Estudiantes Católicos de los años 20, la Unión Nacional Sinarquista, que se convirtió en partido político, la Acción Católica con sus diversas ramas y posteriormente otros como la Ancifem y el Dhiac, que, apoyados por empresarios, se incorporaron al PAN a finales del siglo XX.

Hemos sufrido también la existencia de grupos secretos, paradójicamente muy conocidos, como el MURO, el Yunque y el FUA, estos de extrema derecha. Otros más, de índole distinta, ni secretos ni violentos, son el Centro Universitario Cultural, el Centro de Derechos Humanos Miguel Agustín Pro-Juárez, al igual que el Centro de Derechos Humanos Fray Francisco de Vitoria, todos ellos activos, abiertos a la opinión pública y comprometidos.

Hace poco, el 11 de marzo pasado, el Episcopado publicó un documento denominado Compromiso por la Paz con propuestas positivas y bien pensadas, que fueron recibidas por las candidatas y el candidato a la Presidencia, así como, en general, muy bien por la opinión pública.

El documento por la paz no toma partido ni se suma a los ataques concertados en contra del actual gobierno; sin embargo, no faltó quien desde un cargo eclesiástico se unió al nado sincronizado de fin de campaña y pidió no votar por un partido en específico.

Como ciudadano y como católico, creo que la participación de la Iglesia, cuyos fines son trascendentes, no puede comprometerse en favor o en contra de candidato o partido alguno; su papel es otro y entre sus fieles hay militantes de todas las tendencias que sustentamos propuestas congruentes con la moral católica. Su papel es de orientación a favor de la libertad, de la democracia y de la justicia, no alentar rivalidades y descalificaciones ni participar en campañas negativas. Recordemos los mensajes de la Fratelli Tutti.