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De la intolerancia a la Santa Muerte al arribo político de la Iglesia
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a Iglesia católica ha optado por ser factor de abierta oposición al gobierno de la Cuarta Transformación (4T). Se ha mostrado en franca rebeldía a Andrés Manuel López Obrador (AMLO) y a la candidata Claudia Sheinbaum. Diversos sectores del clero, públicamente, han llamado a no votar por Morena.

Estas semanas han sido intensas en el ámbito de las creencias que han sido remolcadas a la disputa por el poder. De la guerra santa a la guerra sucia. La polarización política del proceso electoral ha contagiado lo religioso. Un hecho imprevisto en la agenda de los devotos que observan cómo su fe y convicciones religiosas se involucran en el proceso electoral 2024.

Me impresionó la falta de probidad de Lilly Téllez en el Senado. Con aspecto demacrado denunciaba la utilización política de la Santa Muerte. En medio de la polémica, panistas colgaron una megalona en ese recinto, con la imagen de la polémica camiseta que decía: Un verdadero hombre no habla mal de López Obrador con la imagen de la Santa Muerte. Lilly Téllez aprovechó para exorcizar lo que ella llama una figura diabólica, adorada por criminales. Con un rosario y su otra mano extendida como sacerdotisa, demandaba a AMLO no violar el Estado laico; sin embargo, con su acto teatral, ella violó la laicidad del Senado. El uso de un lenguaje de intolerancia y discriminación hacia la minoría religiosa es inaceptable.

La Iglesia católica mexicana también se sumó al nado sincronizado. El episcopado, en un mensaje público, criticó los cultos distorsionados, tras viralizar una camiseta con el rostro de la Santa Muerte señalando: “No podemos ignorar la preocupante realidad que enfrenta nuestra sociedad con la implementación de una cultura de la muerte y violencia a través de la narcocultura que se difunde en redes sociales, imágenes violentas, cultos distorsionados como el de la Santa Muerte”.

México tiene una relación muy estrecha con la muerte como ícono cultural. Octavio Paz señalaba que los mexicanos, ante el temor de la muerte, nos la granjeamos como amiga y aliada. Hay vínculos mesoamericanos con la muerte, basta ver los cráneos que adornan pirámides. Diego Rivera, Posadas y tantos otros artistas de la plástica mexicana utilizan la muerte como símbolo popular de identidad. En los panteones en noviembre hay un culto a nuestros muertos que vivos están; las calaveritas de dulce, las representaciones y desfiles pletóricos de imágenes con miles disfrazados con los íconos de la muerte.

En tiempos electorales, el uso ideológico refleja una profunda ignorancia de la oposición o un uso desproporcionado que busca desacreditar identificando, de manera inexacta, a la Santa Muerte con el crimen organizado y malandros. En el fondo intentan señalar que AMLO es un narcopresidente. Sin embargo, no tienen en cuenta que millones de devotos de la Santa Muerte son católicos. Y que están en expansión en Estados Unidos y Centroamérica. ¡Además votan!

El rostro de la Iglesia se mimetiza con el de la oposición. Está enfurecida. Le reprocha todo al actual gobierno. Estamos peor que nunca, dicen muchos clérigos como el legionario cuentachistes Ángel Espinosa de los Monteros, que fue sancionado por Gobernación por sus comentarios tendenciosos contra el gobierno.

Qué decir del clero del Bajío. Lo denunciamos en estas páginas hace algunas semanas. La Provincia Eclesiástica del Bajío –integrada por la arquidiócesis de León, así como por las diócesis de Irapuato, Celaya y Querétaro– realizó talleres en varios municipios de la entidad para promover que los católicos no sufraguen por institutos políticos que no respetan la vida desde su concepción y la familia tradicional. El arzobispo de esta ciudad, Alfonso Cortés, pidió a los feligreses no votar el próximo 2 de junio por Morena, partido que impulsa la despenalización del aborto en todo el país.

Y qué me dice del cardenal emérito Juan Sandoval Íñiguez, que de nuevo reprocha, a través de videos, que votar por Morena es apostar por el comunismo. El cardenal amenaza a Tlaquepaque a repetir el proceso electoral, como hace tres años, por su indebida intromisión.

El caso de Salvador Rangel, obispo en retiro, en Guerrero. La jerarquía católica en un comunicado cuestionó la desaparición del prelado por la falta de seguridad del gobierno. Cuando se le localiza en un motel, drogado con viagra y condones, los obispos acusan persecución. El gobierno busca desacreditar y dinamitar la autoridad moral de la Iglesia, dicen, para frenar su activismo por la paz y la reconciliación. La vida sexual del prelado es una cuestión secundaria. Para los obispos, el gobierno está enviando una peligrosa señal de advertencia. Pasa a segundo término si Rangel transgrede las normas eclesiásticas de castidad. Y da igual si es un pervertido. Los señalamientos y hasta las burlas en redes son vistos como señales de persecución.

Las aguas están muy agitadas. La jerarquía no escapa y atiza la polarización. Amenaza con mostrar músculo con rosarios y jornadas de oración. Mientras, nosotros nos preguntamos, por qué no se aplican las leyes imperantes en materia de laicidad y de separación entre la Iglesia y el Estado. Nuestras leyes han sido factor histórico de libertad y de convivencia pacífica. Los obispos están rebasando la línea de tolerancia política. Sí, la Iglesia es santa y pecadora.