Sábado 11 de mayo de 2024, p. a12
La celebración por los 200 años de la Novena sinfonía de Beethoven, cumplidos el pasado martes 7 de mayo, encendió la aldea global en puntos estratégicos, entre ellos el templo llamado Musikverein, en Viena; la Philharmonie, en París, con la batuta mágica de Klaus Mäkelä, y el foro al aire libre de la Cineteca Nacional, en México, donde se proyectó en pantalla gigante la interpretación de la Filarmónica de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
También se cumplió el lugar común: corrieron ríos de tinta y el cliqueo de likes
en redes sociales cundió alrededor de las iconografías en carrusel.
Todo sucedió en la superficie, dada la tendencia generalizada al cliché, cuando éltemató… el tema todavía da para más (homenaje a Les Luthiers) en torno a una obra que ha sobrevivido al manoseo, a la cursilería, a la depreciación de su mensaje moral, a la falta de consideración a su carácter humanista.
Conviene retomar el tema de la Novena de Beethoven, tramado el pasado sábado en esta página, con una perspectiva diferente: la estructura puramente musical de la partitura y en particular a la existencia de una versión que, a pesar de datar de 138 años, es conocida por pocas personas y que recomiendo ampliamente conocer.
Me refiero a la reorquestación (hay quienes la llaman arreglo
) que realizó Gustav Mahler (1860-1911) de la obra de Beethoven. Adivinaron: el rasgar de vestiduras eclipsó el sonar del trabajo mahleriano sobre el de su idolatrado modelo de compositor. Es de todos conocido que Gustav Mahler tenía a Beethoven en la más alta consideración de su de por sí gigantesca estima.
Cuando Mahler dirigió en público su orquestación, se desató el escándalo. Entre el griterío, se alcanzaron a distinguir epítetos del tipo: ¡sacrilegio!
No es para tanto. Por el contrario, es sumamente interesante y muy atractivo el resultado. Me adelanto en mi apreciación personal, para mover el interés por conocer el trabajo Mahler-Beethoven: dependiendo del director en turno y de la orquesta en cuestión, ¡estamos frente a una sinfonía de Mahler!
Ciertamente, exagero un poquitín, pero es que quiero mover la curiosidad del lector para que escuchen y conozcan las grabaciones existentes.
Aprovecho para agradecer al científico y musicólogo Francisco Bricio, presidente ejecutivo de la Sociedad Mahler México y vicechairman de la Mahler Foundation, que dirige la única sobreviviente de la familia del músico austriaco: su nieta Marina Mahler.
El maestro Bricio tuvo la gentileza de hacerme llegar por vía postal una copia de la grabación discográfica de la reorquestación (ese es el término correcto) de la Novena sinfonía de Beethoven realizada por Gustav Mahler, e interpretada por Peter Tiboris al frente de la Brno Philharmonic Orchestra y el Janácek Opera Choir, con los cantantes solistas Leah Anne Myers, soprano; Ilene Sameth, mezzo; James Clark, tenor, y Richard Conant, bajo-barítono.
Esta es una de las grabaciones en las que por momentos tenemos la sensación de escuchar una sinfonía de Mahler, lo cual en términos objetivos es razonable por distintas circunstancias: toda intervención artística deja huella; quien empuña la batuta con una partitura de esta naturaleza sobre el atril, puede imprimir o señalar una orientación estilística en sus indicaciones a la orquesta; finalmente, las orquestaciones existentes en toda la literatura musical tienen un aroma irremediable del interventor (persona que autoriza y fiscaliza ciertas operaciones para asegurar su corrección
, de acuerdo con el Diccionario de la Real Academia Española).
Eso, corrección es la palabra.
Desde que Beethoven dirigió el estreno de su Novena sinfonía, voces autorizadas y bien intencionadas expresaron propuestas de mejoras
a esa que recibieron como obra maestra. Y qué voz más autorizada que la de Richard Wagner (1813-1883), ese gran revolucionario de la música, creador de técnicas innovadoras y que, al igual que Beethoven, definió el futuro de las técnicas de composición, que entendió a cabalidad y en su momento la importancia de la Novena de Beethoven como una revolución en sí misma.
El gran Wagner aducía entre sus razones para hacer propuestas, el comportamiento errátil
de Beethoven en el ensayo, pues es sabido que su sordera ya era muy avanzada y desatendía, según Wagner, secciones de la orquesta y pasajes importantes, pero no solamente a la hora de dirigir, sino, consideraba, cuando escribió la partitura.
Es momento de tomar partido: soy de los que, al igual que el mejor conocedor de Beethoven, Jan Swafford, está convencido de que a Beethoven no le sobra ni le falta. Nada. Ya dije.
Entonces, continuemos: Wagner estaba acostumbrado a discusiones a profundidad y se las tomaba tan en serio que en el caso que nos ocupa, escribió dos largos tratados: Zu Beethoven’s Neunter Symphonie, en 1846, y Zum Vortragder Neunten Symphonie Beethovens, en 1873. Es decir, se obsesionó el gran Wagner.
Además de la sordera de Beethoven, Wagner aducía el desarrollo técnico y las capacidades de los nuevos instrumentos y, para el propósito, propuso rescribir algunas secciones, modificar dinámicas (intensidades de sonido) y cambiar algunas secciones de cornos.
Eso fue lo que hizo Gustav Mahler, precisamente.
Añadió cuatro cornos franceses y una tuba, instrumento que no existía cuando Beethoven escribió su Novena.
El musicólogo Francisco Bricio me hizo llegar, junto con la grabación discográfica referida, un texto de Federico Varela sobre el tema que hoy nos ocupa, donde explica: “Entre los instrumentos que Mahler utilizó, destacan ocho cornos, cuatro trompetas, además de una tuba y un segundo grupo de timbales, con una dinámica intensificada, tan sólo para tratar de expresar los deseos de Beethoven lo más cerca posible hasta el más mínimo detalle; por ejemplo: en el scherzo, los cornos adicionales resaltan en mayor medida sobre el sonido del fagot, los metales complementarios no expresan del todo la esencia tradicional de los instrumentos de metal empleados por Beethoven y, asimismo, los de viento se presentan de manera secuencial durante el movimiento final”.
Y es que en eso precisamente radica el arte de escuchar música: disfrutar el detalle, descubrir cosas que en la primera escucha no percibimos; realizar descubrimientos, asombrarnos.
Escuchar la reorquestación de Gustav Mahler es una experiencia fascinante. Disfrutamos plenamente la música de Beethoven. Apreciamos con mayor detalle sus intenciones dramatúrgicas, valoramos el poderío de su mente, percibimos el tam tam de su corazón.
Hay una grabación que es mi preferida: la que realizó Kristjan Järvi con la Orquesta de Tonkinstler de Viena. Es sencillamente espectacular, impetuosa, tempestuosa, dramática, un estallido. Muy Beethoven. Muy Mahler. Muy Kristjan Järvi.
Estos tesoros discográficos, debo advertir, no son fáciles de hallar, pero hoy día todo se encuentra en la web: en la plataforma Apple Music están, al igual que en YouTube y otras más. Todo es cuestión de buscar y la recompensa es gigantesca.
El poema de Schiller, An die Freude = A la alegría, fue el eje de la vida atribulada de Beethoven desde adolescente, su ideal humanístico, su manera de buscar el bien para la humanidad, su anhelo de libertad, de felicidad.
Cedamos la palabra a quien mejor conoce a Ludwig van, el maestro Jan Swafford:
“¿Poseía (Beethoven) algún entendimiento real del amor humano, de un amor que es mutuo y compartido? Nadie puede afirmarlo, pero en cualquier caso, como fuerza central de su sinfonía más ambiciosa, en vez del amor escogió la alegría, una de las cualidades personificadas, como la verdad y la belleza, más queridas por los hombres de la Ilustración. A lo largo del tiempo, el único logro real en la vida de Beethoven había sido la alegría de poder comprender su don, de abismarse él mismo y su dolor en el raptus de crear música. En esa dimensión, la Novena es un himno no sólo a la redentora alegría, sino a la redención que puede proporcionar la propia música”.
Eso lo entendió Beethoven, lo entendió Richard Wagner, lo entendió Gustav Mahler.
Toca ahora a nosotros entenderlo.