n múltiples ocasiones nos hemos referido en este espacio de La Jornada acerca de la enorme importancia que tienen las manifestaciones de apoyo a las causas de lucha legítima. El respaldo se percibe en todo momento. Esa es la sensación de la hermandad entre los gremios.
Pero también la ambición de poder que han manifestado líderes corruptos a lo largo de la existencia de los sindicatos, desafortunadamente, ha devaluado los objetivos para los que fueron creados.
A estas alturas, según lo ha señalado Octavio Romero Oropeza, director de Pemex, todavía esperamos la limpieza dentro de la institución y de su sindicato. En una conferencia mañanera del presidente López Obrador, expuso el caso de las pensiones vitalicias multimillonarias a gente que no le corresponde. Este es uno de los lastres urgentes de eliminar. Sobre todo por la evidencia clara de un favoritismo insolente que nos recuerda lo corrupto que puede llegar a ser un sindicato tan importante como lo es el de Petróleos Mexicanos.
Una de las agrupaciones más relevantes en la historia del sindicalismo en México se ve manchada, una y otra vez, con eventos como el de María Amparo Casar, presidenta de Mexicanos contra la Corrupción y la Impunidad (MCCI), quien ha sido beneficiada con una pensión millonaria sin merecerlo.
¿Cuánto recibirían las personas que han trabajado por más de 30 años si tomamos como referencia el tabulador que le dio a la viuda del trabajador que se suicidó en la torre de Pemex? Por cuatro meses, el beneficio fue millonario para la viuda y su familia. Por lo tanto, después de 40 o más años de trabajo arduo, con todas las consecuencias que conlleva esa vida dedicada a la producción de riqueza para el país, la pensión para el jubilado o para los deudos del finado tendría que ser más que multimillonaria.
Por otro lado, ¿quién reparará el desgaste físico, el deterioro emocional y las carencias económicas de aquellos que tienen que recurrir a una huelga? Nadie lo repara ni el aumento, por lo general, miserable de un sueldo que va siempre devaluado por la criminal inflación.
Por estas y otras razones, la actividad sindical es la única vía de organización colectiva que mantiene la esperanza de continuar con un empleo digno y con las prestaciones que garanticen la supervivencia, además de la vigilancia en contra de las injusticias laborales.
Y, dentro de las actividades gremiales, desde su aparición, se ha creado la cultura de la solidaridad que, dicho sea de paso, ha sido el sello indeleble que siempre las ha identificado.
Decir solidaridad sindical significa compartir la fuerza de voluntad entre los gremios para resistir y continuar. Es la expresión más humana e invaluable a la hora de velar por las garantías laborales y, sobre todo, para enfrentar los riesgos a los que se exponen los trabajadores cuando reclaman con actos de rebeldía legal sus derechos.
Estamos viviendo tiempos de cambios decisivos, aunque faltan acciones bien organizadas que nos lleven a conocer el origen profundo de la corrupción. Sabiendo las causas, conocemos la solución.
No sólo han sido los líderes quienes se desvían del camino, también la base trabajadora llega a caer en un estado de indolencia aguda. El mejor tratamiento para esta peligrosa enfermedad es la educación sindical; bien estructurada, con participación amplia y libre de sus integrantes. Por lo menos eso ha funcionado en muchos casos.
La democracia sindical tendrá que llegar con fuerza, tarde o temprano; mientras tanto, sigamos buscando la solución para devolverle al sindicalismo su histórica función.
Me permito agradecer al Stunam el apoyo al sindicato del Instituto Nacional de la Industria Nuclear (Sutin) a través de un comunicado, aquí, en La Jornada de ayer con motivo de su revisión contractual.
En efecto, el historial del Sutin ha sido de lucha continua por mantener la soberanía energética de nuestro país. Seguiremos exigiendo el respeto a los derechos de los trabajadores de la industria nuclear. Me considero, todavía, parte del gremio, moral y emocionalmente hablando, a pesar de ya no ser miembro activo.