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Grave destrucción de selvas y bosques
C

omo señalé el lunes pasado, al comenzar las lluvias y las inundaciones; al disminuir el calor y los incendios forestales, se olvidó el grave problema de la destrucción de selvas y bosques. Un caso reciente es la tala legal e ilegal del bosque de niebla en el estado de Hidalgo, con el visto bueno de las instancias que deben cuidar esa riqueza forestal.

Los bosques de niebla figuran entre los más bellos y necesarios del planeta y los tenemos en varias regiones de México. Los de San Luis Potosí se conservan en buen estado gracias a las comunidades agrarias y a los grupos ambientalistas locales. Pero no corren igual suerte los otros 137 millones de hectáreas cubiertas de bosques, selvas y manglares de la nación. Cumplen un papel fundamental en la lucha por evitar el calentamiento global al absorber milllones de toneladas de bióxido de carbono, generar humedad y permitir que la lluvia aumente el nivel del manto freático y el caudal de las cuencas hidrográficas.

Sin embargo, cada año se destruyen entre 140 mil y 200 mil hectáreas por causas muy conocidas por las autoridades. Ellas cuentan con los estudios de los especialistas en el tema, las organizaciones ambientalistas y las comunidades afectadas por la tala. Han mostrado cómo la deforestación contribuye al aumento de la sequía y el calor, a que falte el agua en el agro, los asentamientos humanos y la industria. Si bien existen 225 áreas naturales protegidas que cubren 94 millones de hectáreas, no disponen de presupuesto suficiente para garantizar su buen estado.

Ante el panorama anterior, el próximo sexenio debe hacer realidad el compromiso establecido en la Ley General de Cambio Climático de lograr cero deforestación en 2030. El que está por terminar no avanzó en ese objetivo y fue severa la reducción de los dineros públicos destinados a la conservación de los recursos naturales. Además, muy notable es la ausencia de la instancia federal encargada de cuidar el ambiente y el uso racional del agua, como ejemplo destacado. En esto último, también es responsable el Poder Legislativo, renuente 12 años en aprobar la nueva Ley de Aguas, que remplace a la obsoleta e injusta vigente desde el sexenio de Carlos Salinas.

Una de las regiones más afectadas por la deforestación es la península de Yucatán, conformada por los estados de Campeche, Quintana Roo y Yucatán. A éstos se agregan Chiapas y Oaxaca. Aunque en este sexenio el gobierno federal ha destinado abundantes recursos para resolver los graves problemas de desigualdad social y económica que existen en esas entidades, se han perdido más de 300 mil hectáreas de bosques y selvas, indispensables para lograr un desarrollo sostenible. La tasa de deforestación es mayor allí que en el resto del territorio.

Evaluaciones del investigador Edward Ellis, que labora en el Consejo Civil Mexicano para la Silvicultura Sostenible (Ccmss), esa deforestación no se debe sólo a las obras vinculadas con los mil 500 kilómetros de vías y servicios complementarios del Tren Maya. Existen otros factores importantes: la ganadería extensiva; la agroindustria, con actividades nada amigables con el ambiente que aquí he denunciado desde hace años. Es el caso de las granjas porcícolas, las de aves y los cultivos comerciales que utilizan gran cantidad de plaguicidas que matan a las abejas en Campeche y Yucatán. Y, de paso, contaminan el manto freático del que depende el abastecimiento de agua en la península de Yucatán.

Otra causa de la deforestación es la expansión de los complejos ­inmobiliarios destinados al turismo masivo y los ­nuevos fraccionamientos habitacionales en lo que antes eran áreas forestales o agrícolas. Como sucede en las ciudades de Mérida, Playa del Carmen, Cancún y Tulum.

En el primer caso, existe una fuerte inversión de cadenas hoteleras trasnacionales. Y en el segundo del gran capital inmobiliario local y nacional.

Todos los pronósticos sobre el clima para el próximo año señalan que tendremos más calor y sequía. Una forma muy efectiva de disminuir sus efectos es conservando bosques y selvas, las fábricas de agua y humedad por excelencia. Y reteniendo al máximo la abundante agua que nos traen ahora los huracanes. Una tarea que no inician todavía las instancias oficiales.