Opinión
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Aprender a morir

Aceptar y soltar

C

on respecto a la columna anterior, ¿Tener o no tener hijos?, un lector rechazó indignado que calificáramos de irresponsabilidad tener hijos por costumbre, tradición o ego y llamó agentes del cambio a las criaturas habidas en el seno de un matrimonio debidamente sacramentado. Sin embargo, ese angelismo no atenúa sino que aumenta los graves problemas de la sobrepoblación y su consiguiente enajenación.

Crecemos con la idea de que aceptar es claudicar, transigir, doblegarse e incluso fallar ante las circunstancias adversas que se nos presentan; rajarnos, traicionarnos a nosotros ante la impotencia, más que nuestra de hechos que nos rebasan o aplastan, ajenos a nuestros deseos, voluntad e imaginación.

No se imparte en las escuelas del mundo las imprescindibles materias de perdidología y aceptología, es decir, el estudio, variables y estrategias ante las pérdidas y la aceptación de estas como condición de vida, sino que se insiste en la obligación de realizarnos a como dé lugar, por encima incluso de las pérdidas y la aceptación que posibiliten esa invocada realización. Aceptar no es ciencia sino reconocer, con elemental sentido común, que no todas las cosas se pueden cambiar, entre otras, nuestra condición de mortales. En el planeta todo organismo que logra nacer, ya ha empezado a morir. Es ley de vida, no antojo de claudicantes. Resulta más inteligente aceptarlo que aferrarse a que las cosas sean como no pueden ser.

Condición imprescindible para el manejo consciente de esta aceptología es soltar, desanudar, dejar ir y, a la vez, honrar la memoria de quien solo se nos ha adelantado. Soltar no es desentenderse de la pérdida sino relativizar esta y a la vez echar mano de un ego sabio que nos repita: no voy a morirme con mi muerto o con mi objeto sino a darle sentido a su desaparición con nuevos propósitos de vida y una desafiante dignidad.

Impresionante la neurosis desatada en ciertos sectores por las recientes elecciones. Si perdió la candidata que ofreció una desconcertada oposición, acepta y suelta. Si no ganó por falta de liderazgo y compra de votos, acepta y suelta. Si no hay una oposición con líderes carismáticos, partidos organizados y propuestas convincentes que nos salven del comunismo, acepta y suelta. Que la selección nacional de futbol refleja los niveles de corrupción de ese intocado deporte en México, acepta y suelta. Y así, salvo que puedas influir en los cambios.