a historia está llena de damas ilustres por mil razones, pero los varones las hemos tratado egoístamente. Les hemos dado acceso a presidir su país sólo cuando irrumpen imparables.
En tiempos cercanos la cosecha política ha sido notable: Margaret Thatcher, Angela Merkel, en Europa, y en terrenos latinoamericanos mucho más: Michelle Bachelet, en Chile; Dilma Rousseff, en Brasil; Laura Chinchilla, en Costa Rica; Violeta Chamorro, en Nicaragua; Mireya Moscoso, en Panamá, y María Estela Martínez de Perón y Cristina Fernández de Kirchner, ambas de Argentina.
Repasando esta larga nomenclatura se extraña la ausencia de una jefa de Estado mexicana. Países tan pequeños como Panamá o grandes como Brasil las han tenido, México no. ¿La razón?, no es la ausencia de grandes mujeres. Busquemos más bien en el machismo del régimen político posrevolucionario.
Por 80 años el PRI/gobierno ni remotamente consideró a una señora como candidata. No dio espacio a María de los Ángeles Moreno, a Dulce María Sauri o a Beatriz Paredes. El PAN que también tuvo su oportunidad después de Fox, no lo pensó impedido por su misoginia religiosa. La izquierda no supo crear una oferta para personajes del tamaño de Ifigenia. El sistema en conjunto nunca tuvo un proyecto femenino, tuvo que venir una corriente universal y una voluntad nacional para que se diera.
Pero como sea, ahí está la señora virtual presidenta electa Claudia Sheinbaum. Llegó por la voluntad popular. Ahora nos viene una exigencia de gran calibre: ¡dejémosla gobernar! El país requiere corrientes adversas inteligentes, firmes, leales a la democracia. No confundamos rencillas con oposición ni frustraciones con legitimidad.
Claudia es presidenta en momentos de enorme complejidad por más que en cada fin de administración nos jalemos los pelos anunciando el fin del mundo. Recordemos aquella histeria de José López Portillo quien, al rendir su último Informe, lloró, golpeó el atril, se declaró culpable de sus fallas; pidió perdón y se fue.
A pesar de que esas escenas hoy pintan más que ridículas, es inevitable recordarlas como lección: no es lo que cuenta empezar bien, sino terminar bien, asumiendo los propios riesgos desde el primer momento con entereza y serenidad para ejercer un mandato exigido como de alto nivel.
Un ejercicio justo, honesto y eficiente, al que hoy habrá que sumar aquello que hasta hoy no habíamos tenido necesidad de descifrar: los enigmas y circunstancias del hecho de ser gobernados por una mujer.
Se trata de gobernar un país desapasionadamente, con firmeza, objetivos, metas y programas sensatos. Eso sería algo y ya es mucho. Ahora la responsable es una mujer a la que nuestro machismo originario ya le señala como defectos centrales ser serena, firme, clara y predecible. ¡Vaya defectos! Cuando es eso precisamente por lo que se le eligió. Esos antis desearían ver a la mujer actual como un personaje literario delicado, propio de la Jane Austen del siglo XIX.
Del PRI brotan voces machistas, valentonas, ataviadas de oposición ideológica. No conocen el camino de ser de respetables; son indigentes en la materia, sólo buscan el poder por el dinero, más dinero. Emocionalmente se identifican con la personalidad de algún ídolo ranchero y bravucón.
La presidenta Claudia suma como opositores a empeñosos stars miembros del PAN, que no son lo peor, están fracasados. Más letales son los embozados que sonríen, lucran y atacan con golpes bajos. Pero los hay peores: aquellos membretados como fieles miembros de su círculo, pero que dan la espalda cuando en los hechos no se cumplen sus expectativas.
Y ese es el frente palabrero. Ahora viene el desafío formal: la señora tiene el deber institucional de garantizar la gobernabilidad, considerando en ello como lo más arduo la seguridad pública, debe definir el perfil de las fuerzas armadas, cuidar las finanzas, torear a Trump y 100 lindezas más. Ese es a la ligera el paquete duro de la debutante señora presidenta.
Ese es su desafío institucional agregado por el recóndito plus de ser la primera presidenta de este nudo gordiano llamado México. El paquete se constituye tanto con grandes retos como promisorios momentos, ¡capturemos los dos! La coyuntura es propia para reconocer que en ciertos espacios nuestra democracia tiene limitados avances como es la igualdad de oportunidades ante la desigualdad vigente. Hoy se da un delicado paso más.
Para terminar con acento histórico, femenino fundamental de fines de la Edad Media, es propio recordar a la primera reina de España, Isabel la Católica, que igual quieren llevarla a los altares que hundirla en el averno. Desempolvemos entre otras cosas que en 1503 aprobó los casamientos interétnicos. Una forma eminente de igualdad.