l Partido Revolucionario Institucional (PRI) continúa la caída libre en que se encuentra atrapado desde 2018. El domingo, la 24 Asamblea Nacional Ordinaria del organismo votó a favor de un cambio en los estatutos que permitirá a su presidente, Alejandro Moreno Cárdenas, Alito, presentarse como candidato a la relección este año y potencialmente mantenerse en el cargo hasta 2032. La adhesión incondicional que le mostraron los delegados parece garantizarle el puesto, cuando menos, hasta 2028.
Horas después de haber afianzado su control sobre la formación antaño hegemónica, el dirigente tricolor amenazó con expulsar a todos y cada uno
de los 250 ex líderes partidistas, ex gobernadores, ex dirigentes estatales y ex integrantes del Comité Ejecutivo Nacional que firmaron un desplegado en contra de sus maniobras para perpetuarse.
Sea que las instancias de disciplina interna del PRI expulsen a los disidentes, o que éstos acaben yéndose por decisión propia tras comprobar que el partido ya no les ofrece un espacio para realizar sus labores políticas y luchar por cargos de elección, parece inevitable un nuevo cisma dentro del PRI, con la subsecuente desbandada de cuadros históricos (y no necesariamente menos desprestigiados que el propio Moreno Cárdenas) y, sobre todo, de militantes: sólo entre 2020 y 2023, el Revolucionario Institucional perdió a más de 653 mil afiliados, prácticamente un tercio de su ya previamente mermada militancia.
La dirigencia de Moreno Cárdenas puede contarse como una sucesión de derrotas: antes de que el campechano llegara a la dirigencia nacional, el instituto político ya había perdido de manera estrepitosa la Presidencia y había quedado relegado a la tercera posición en el Senado y la quinta en la Cámara de Diputados, pero desde entonces la debacle no hizo sino acelerarse. En 2021 perdió las gubernaturas de Sonora, Sinaloa, Zacatecas, San Luis Potosí, Tlaxcala, Colima y Campeche, esta última de especial significado porque él la había ocupado apenas dos años antes. En 2022 perdió Hidalgo y Oaxaca, y en 2023 el estado de México. Las del altiplano fueron pérdidas dolorosas tanto porque el PRI las había dominado de manera ininterrumpida desde 1929, como porque la mexiquense es la entidad más poblada y con el mayor padrón electoral del país. El pasado 2 de junio se consumó la catástrofe: respecto a 2018, el partido pasó de nueve a apenas 5 millones de votos en la elección presidencial.
La única manera en que una institución puede concebir esperanzas de sobreponerse a semejante cadena de fracasos es con una autocrítica sincera, cuyo primer e ineludible paso es la renuncia de quienes causaron el desastre; en este caso, Alito y todo su equipo. Sin la separación de los responsables, el reconocimiento sin justificaciones ni racionalizaciones de lo que se hizo mal y la rendición de cuentas, la profunda reforma
anunciada por Moreno Cárdenas es una mera simulación para sustraerse a sí mismo y a sus aliados internos de las responsabilidades que les tocan por el inédito y acaso irreversible distanciamiento entre el partido y los ciudadanos.
En suma, si Alito se sale con la suya y perpetra el golpe a la democracia interna del priísmo, su soberbia podría sentenciar al partido a transitar de la irrelevancia a la inexistencia.