Sábado 27 de julio de 2024, p. a12
El pianista Brad Mehldau (Jacksonville, Florida, 1970) publicó recientemente dos discos simultáneos: After Bach II, que reseñamos la semana pasada, y Après Fauré, que ahora nos ocupa. En ambas grabaciones realiza análisis, homenaje, interpretación y creación. Es decir: interpreta obras del autor en cuestión; enseguida, realiza improvisaciones a partir de obras de ese autor y, finalmente, compone obras inspiradas en ese compositor.
En el caso del disco dedicado a Bach, se trata de la continuación de un trabajo emprendido hace años: After Bach. En el segundo caso, enarbola una serie de méritos indudables tratándose de un autor, Fauré, que no goza de la popularidad y el conocimiento generalizado que sí tiene Bach. Por el contrario, estamos frente a uno de esos autores exquisitos que disfrutan iniciados. Hay que sumar a esos méritos que Brad Mehldau es uno de los pocos pianistas que se han tomado la molestia (es un decir) de grabar música de un compositor cuyo centenario luctuoso se conmemora este 2024, frente a la desidia generalizada.
Gabriel Fauré es autor de una música exquisita, estilísticamente ubicada en la última etapa del romanticismo y la primera del modernismo, plena de acordes de gran sensualidad y hermosas melodías.
Creó prácticas innovadoras que más tarde siguieron Serguei Prokofiev y Maurice Ravel. Su música goza de considerandos como el siguiente: respira austeridad y rareza
. Rasgos exactos para un pianista como Brad Mehldau, quien gusta de lo austero, lo raro, lo exquisito.
Mehldau fundó en 1992 su trío de jazz y con él grabó una docena de discos. El baterista inicial, Jorge Rossy, fue sustituido en 2005 por Jeff Ballard y continuó Larry Grenadier en el contrabajo.
En 2012 realizó un experimento que lo caracteriza: grabó con el pianista Kevin Hays partituras de Patrick Zimmerli a partir de ideas propias y de otros autores. El proyecto surgió cuando se sentaron a escuchar Metamorphosen, de Richard Strauss. Trabajaron también con arreglos para cuatro manos de Tabula Rasa, de Arvo Pärt, y de fragmentos de la Tercera Sinfonía de Henryk Górecki, además de Música para 18 músicos, de Steve Reich, obra monumental.
Lamentablemente, no siguieron hasta el final con Arvo Pärt ni con Henryk Górecki, pero sí con Steve Reich, con resultados fascinantes. Añadieron composiciones del propio Mehldau, de Philip Glass y de Zimmerli y una exquisita transcripción de Lovely Woman, de Ornette Coleman.
Ese experimento con dos pianos Steinway frente a frente presentó momentos de sumo interés, como cuando los dos pianistas tocaron un fragmento de música escrita especialmente para la mano izquierda mientras improvisaban con la mano derecha. El cerebro se siente dividido por la mitad
, hizo notar Mehldau.
En el disco Après Fauré, Brad Mehldau interpreta cuatro Nocturnos de ese autor, además de un fragmento del Adagio del Quinteto con Piano opus 45 y cuatro piezas inspiradas en Fauré (a la Fauré).
Explica Mehldau: Opté por presentar esos cuatro Nocturnos en una modalidad contraintuitiva, para confrontar al escucha con el lenguaje tonal radical que alcanzó Fauré al final de su vida. De esa manera, podemos escuchar su música anterior con una luz diferente, como sucede con el Nocturno 4
.
Gabriel Fauré compuso 13 Nocturnos a lo largo de 36 años, el primero en 1875 y el último en 1921. En su Nocturno 4, anota Mehldau en el largo ensayo a manera de notas al programa dentro de este disco, podemos notar que Fauré posee ya una voz, aunque sentimos todavía la presencia de Chopin. Fauré se apartó de su gran predecesor de una manera distinta a como lo hicieron sus contemporáneos que también escribieron música para piano en el estilo extendido de Chopin
.
A saber, escribe Mehldau, nunca escuchamos un sistema con Fauré. El escritor Italo Calvino postuló: un método sutil y flexible suficientemente para ser lo mismo que la ausencia de un método
.
Al considerar que estamos en el año del centenario luctuoso de Fauré, surge a Mehldau la pregunta: ¿cuál es su legado?, y es una pregunta que me ha ocupado a mí y a otros músicos apasionados amantes de su música y hemos resuelto el rompecabezas con el aserto de que Fauré es un compositor para compositores
.
Su nombre no resulta tan familiar como los de sus pares: Debussy y Ravel, aunque son apreciadas sus obras, especialmente su Réquiem, su Pavana y canciones como Après Un Reve y Claire de Lune.
Como asistente a conciertos durante décadas, observo que su música para piano no aparece en los programas con regularidad. Una de las razones puede ser que su obra no es virtuosística y está ausente de efectos pianísticos para novatos.
Otra de las razones puede ser que Fauré es de esos autores históricamente sin suerte; aunque ambos rechazaron la designación en referencia a su música, Ravel y Debussy son considerados como ejemplos del impresionismo francés, lo cual representa por sí mismo una entidad muy singular, un momento en el cual la música y lo visual se alinearon en un referente cultural
.
La posteridad protege a quienes cobija el paraguas de lo que representa un limpio quiebre con el pasado, una ruptura seguida por un nuevo lenguaje revolucionario que cambia para siempre todo. Pero sabemos, evalúa Mehldau, que la historia nunca opera de esa forma, sino como una serie perpetua de corrientes que se superponen unas a las otras.
Fauré es más bien visto como una figura puente, con un pie en el romanticismo alemán de Schumann y Brahms y el otro en el modernismo.
Brad Mehldau compuso para este disco cuatro piezas Après Fauré para acompañar la música de este autor “y para mostrar mi compromiso con su música y con el escucha, en un formato semejante al de mi disco After Bach, aunque las conexiones no son tan abiertas, pero sí está presente la impronta armónica de Fauré en todas ellas”.
Estamos frente a una influencia textural, en términos de cómo Fauré presentó su material musical en piano, para explorar al máximo y de manera magistral su sonoridad con medios expresivos
.
Fauré estableció las bases para la libertad creativa que habrían de disfrutar los compositores del siglo XX, y pueden percibirse con claridad en el Nocturno 12, interpretado en este disco por Brad Mehldau, donde notamos un pasaje que llega como una tormenta marina en un equilibrio de fuerzas donde la mano derecha juega con una cierta quietud mientras la mano izquierda se aproxima “a la melodía de Thelonious Monk en su obra Epistrophy, donde el escucha puede distinguir claramente tonos de blues”.
El disco culmina con la reducción de un fragmento del movimiento Adagio del Cuarteto con Piano. Esta música es la quintaesencia de Fauré, con su habilidad de conducir al escucha hacia algo semejante a un caminar en sueños, un ensueño confortable que solamente puede ganar poder expresivo a través de su delicado carácter efímero, lo cual lo convierte en una música misteriosa y embrujante
.
Escuchamos en este disco, Après Fauré, momentos sublimes y descubrimientos asombrosos, como en el Nocturno 7, cuando percibimos con claridad el cromatismo de Wagner.
Estamos ante un disco de grandes vuelos, con música de suprema elegancia, rigor formal, abierta en sus alcances antes inimaginables.
Tenemos frente a nosotros la recuperación de un autor, Gabriel Fauré, hasta este momento desconocido, aquí presentado de manera sencilla pero no lineal sino geométrica.
Es notoria la organización volumétrica, la densidad, la profundidad del mensaje musical de un compositor vivaz, reflexivo, trascendental.
La música de Gabriel Fauré en manos de Brad Mehldau es una corona de guirnaldas, un racimo de bendiciones, el crujir de una rama atravesada por una gota de rocío. Cuando la rama quebrada cae al estanque a mitad del bosque, el hada de cuyo ojo izquierdo salió esa gota en forma de lágrima se desvanece.