ra Consulado General
y jugó un importante papel en el fomento de las relaciones económicas y culturales de México con Barcelona. Incluso hubo una brillante gestión que dotó a dicha oficina de una espléndida residencia, catalogada incluso como patrimonio cultural de la ciudad condal, que le da una gran prestancia a nuestro país.
Mas con el tiempo se entronizaron en dicha representación un conjunto de personajes de filiación blanquiazul que le fueron bajando la guardia y lo dejaron en su mínima expresión, no tanto porque se redujera el personal, sino porque éste se concretó a lo indispensable.
Llegó a tal extremo la contracción que muchos barceloneses llegaron a suponer que de plano el dicho consulado había cerrado sus puertas.
El cambio se empieza a producir cuando Adrián Michel hace su arribo para hacerse cargo de los asuntos políticos. El hombre tiene una característica que lo diferenciaba de todos los demás empleados: le gusta trabajar. De inmediato se empezó a notar la diferencia y, claro, sus fosilizados compañeros a manifestarle su inquina.
Pronto, afortunadamente, apareció otro personaje de singular valía para encabezar la oficina. En primer lugar, sin serlo, consiguió que se le diera trato de consulado general y su presencia se dejó sentir enseguida lo mismo en el ámbito público que en el privado.
Se trataba de Claudia Pavlovich, con el antecedente de haber gobernado con gran eficiencia el estado de Sonora…
Varias veces me ha tocado oír el comentario entre los nativos de ¡qué bueno que volvieron a abrir el consulado!
Puede decirse que la famosa finca se ha convertido, además de desempeñarse muy bien para asuntos de mexicanos en Barcelona, en una suerte de casa de la cultura mexicana: frecuentes conferencias, varios libros sobre México han gozado de espléndidas presentaciones, festejos de las fechas patrias, entre las que destacan –con cierta intención– las de septiembre en celebración de la independencia respecto de España, misma que cuenta siempre con la adhesión de muchos catalanes…
En fin, por decirlo con un poco de cursilería, que con frecuencia queda bien, a diferencia de lo que sucedió hace algunos años, el consulado de México en Barcelona, a pesar de mexicanos detractores, pone el nombre de nuestra patria muy en alto, además de que motiva el crecimiento de visitantes de ese país en el nuestro, lo mismo con fines comerciales y culturales que turísticos.
No puedo negarlo: en mis frecuentes viajes a Barcelona, con fines académicos y sanitarios, me pongo como pavorreal cuando oigo a los catalanes que comentan que ahora sí México tiene una digna representación, que abre su corazón y sus puertas a tantos catalanes que tienen motivos más que sobrados de gratitud por nuestro país.
No de balde fueron casi 20 mil los naturales de esa nación que encontraron refugio seguro en la nuestra y no pocos los que se quedaron aquí para siempre, lo que envidiaron muchos de aquellos que no lograron escapar del franquismo, el cual parece ser endémico entre los españoles.
No puedo hacerlo de otro modo: cada vez que ingreso al consulado de México en Barcelona no dejo de detenerme un momento para levantar la vista y contemplar los tres colores de nuestra bandera que ondea con elegancia singular mirando el cielo desde la parte alta de Barcelona.
Ya sé que soy cursi, pero tampoco dejo de suspirar por lo que soy: un ciudadano que lleva con gran orgullo en el bolsillo el pasaporte con el escudo del águila y la serpiente.