lo largo de los siglos y las culturas, los paisajes han cambiado. Digamos que han tenido un distinto espesor simbólico. Los volcanes que miró y fijó en su pintura el Dr. Atl no son los mismos que otros vieron.
Su Paricutín es muy distinto al que miró el campesino Dionisio Pulido el 20 de febrero de 1943, cuando el fenómeno geológico sólo fue un temblor intenso, una emanación de vapores azufrosos y un voladero de piedras incandescentes. En ocho meses se levantó de la tierra 365 metros y nueve años duró su actividad. El pintor y el campesino no vieron lo mismo; ni los vulcanólogos de todo el mundo que acudieron, ni el escritor José Revueltas.
Jan Hendrix ha visto paisajes y los ha fijado en su obra como nadie ha hecho. Si un árbol puede ser una metáfora del bosque, para él una hoja puede ser la síntesis de una selva y su destrucción. Los altos contrastes entre luz y sombra en su obra nos hablan, desde hace tiempo, de las huellas que el reino vegetal nos deja con su fuerza hidráulica.
Sus obras pueden parecer por momentos fragmentos de un mapa o secuencias como las de las cintas de Eisenstein, que expresan muchas cosas con lo que se ve, pero también con lo que no se ve: la hoja que arrancó el viento o la sequía provocada por el cambio climático son el mapa de la selva.
A veces nos da la sensación de que en su mirada predomina la visión del botánico, en otras el ojo del antropólogo y en otras más la del arquitecto.
Jan Hendrix fue hijo de un hombre de campo. Tal vez de allí surgió su amor por el paisaje, aunque me aclara que su llegada a México reforzó ese interés por la vastedad del país y su diversidad: México representó un laboratorio de formas, de paisajes, de climas, de vegetaciones, de topografías, tan distintos, que desde un principio me atrapó
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–La idea del paisaje ha cambiado con el tiempo… también físicamente.
–Velasco pintó a finales del siglo XIX, y si voy al mismo lugar donde hizo un cuadro es muy posible que vea el mismo paisaje tapizado de granjas de pollo o algo así. O sea, si voy comparando lo que es la representación del paisaje del siglo XVIII y XIX, incluso entrando al XX, y lo busco en el mismo lugar, me voy a encontrar con una situación completamente distinta y una visión y una imagen completamente diferentes.
Cada vez me intriga más lo que está pasando con nuestro mundo y con aquella idea romántica del paisaje. El hombre todavía piensa que es dueño de la Tierra. Incluso, los grandes cuadros de los pintores alemanes, como Caspar Friedrich, lo demuestran con el hombre de espaldas y en frente de él, la gran montaña, como queriendo expresar que es su dueño. Hoy día, si llegamos a ser guardianes de la montaña, deberíamos estar contentos.
Con sus obras, Hendrix busca los elementos más simples “para contar una historia mayor.
Me gustaría que mi obra no fuera la pura forma, sino también transmitir una sensación, una especie de narrativa interrumpida o no lineal; un cuento dentro de la obra.
Le pregunto si esa sencillez también tiene que ver con el uso del blanco y el negro, con los no matices, con la ausencia del color en sus últimas obras. “Esa decisión la tomé en Kenia. Un día estaba tomando una taza de té en compañía de Carlos Payán y su mujer cerca del mediodía en la zona que es la línea del Ecuador. La luz era tan intensa que hacía ver todo el paisaje como a contraluz, sí, como en alto contraste… Desde entonces pensé que no necesitaba matices ni colores para expresar al mundo”.
La práctica artística para Hendrix es la única que permite pasar de lo crudo a lo cocido, de lo blando a lo rígido, de lo matemático a lo musical, de lo botánico a lo cósmico sin cambiar de instrumentos
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Este artista transcultural (nació en los Países Bajos y se asentó en México desde 1975) considera que el acto de mirar, como el acto de crear, está ligado con la historia de todos los códigos y su memoria en todos los documentos y sus réplicas
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Jan Hendrix fue reconocido recientemente con la Medalla Bellas Artes y tiene montada la exposición Atlas, una cartografía inspirada en el mundo vegetal con muchas historias entre luz y sombra, entre blanco y negro; historias que no se pueden repetir.