os actos protocolarios fueron impecables. La constancia que describe la legalidad del alto cargo fue entregada, como era debido, en el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación y, la receptora, Claudia Sheinbaum Pardo, cumplió, con sensible tacto, con las reglas al recibirlo. Ella la mostró, orgullosa a la conspicua concurrencia y, a través de los medios de comunicación, a todas las audiencias posibles. Después, en el teatro Metropólitan, se llevó a cabo la celebración por el final del proceso electivo. Un acto que fundió a la concurrencia con la electa mujer que, desde ese momento es, por derecho, la legítima presidenta de México. El electorado le ha otorgado un amplio y masivo mandato para situarse a la cabeza del gobierno del país. Tiene garantizado un muy amplio margen de maniobra (poder) para cumplir lo prometido y avanzar el proyecto que, ahora, ella encabeza.
Dos puntos neurálgicos para la vida organizada de la República quedaron por mientras asentados. Uno que pone de relieve la trascendencia de que una mujer ocupe la Presidencia, después del ininterrumpido predominio masculino. El otro, no de menor calado, puntualizando la continuidad político-ideológica de un esfuerzo pretendidamente transformador. Ambos presentados, con toda claridad, precisión y sencillez, en las discursos pronunciados por doña Claudia.
El arribo de una mujer es, quizá, el fenómeno que tendrá las mayores ramificaciones y consecuencias en la historia presente y futura. De ahora en adelante, cualquier niña, jovencita o mujer madura podrá sentir, dentro de ella, las capacidades de ocupar cualquiera de los miles de cargos y distinciones habidos y por haber. Ya no habrá para ellas alguna responsabilidad o aventura de diversa índole que quede fuera de su alcance y ambición. Esto mismo, por sí y ante sí, les confiere seguridades y garantías de un desarrollo más pleno y humano. Las pone a salvo de sentirse incapaces, despreciadas o subyugadas por algo fuera de ellas y de sus deseos y voluntad. Lo que tal circunstancia adiciona a la nación forma enorme caudal de energía constructiva. Caudal que ha estado cercenado por largo tiempo. O que se le había sometido a castigos y minusvalías por demás injustas. Queda ahora un largo trecho por recorrer para darle solidez a la gobernabilidad del país. La nueva Secretaría de la Mujer confirma tales pretensiones. Sin hacer de lado el hecho de ser conducido por una mujer, que llega con todas las demás mujeres. Aunque, ciertamente, tendrá y quiere, responder y atender a la totalidad de los demás.
Sin la relección, como escalón de continuado traslado, el haber elegido a Sheinbaum, una militante formada dentro del movimiento de regeneración, tiene y tendrá repercusiones profundas. Muy por el contrario de los deseos de la oposición conservadora, no habrá, asegura la misma presidenta electa, interrupción ni pleito destructivo. Por el contrario seguirá tanto el espíritu como el trabajo cotidiano para perfeccionar el proceso, ya muy trabajado, de transformación. Y se hará, con los medios, los conductos, valores y objetivos ya marcados: prioritariamente mirando hacia abajo, a los que lo requieren más. Las pendientes reformas que se estudian en el Legislativo, redondearán el cambio de régimen prometido. Y no sólo se llegará ese deseable estadio, sino que continuará con tareas de mayor visión y alcance.
El ambiente inducido por tan celebradas ceremonias propició un horizonte, altamente positivo, con proyecciones de confianza y esperanzas fundadas. A este momento de casi euforia se le debe introducir un toque crítico que pueda balancear expectativas. El cauce de izquierda, tal como lo sugirió el presidente Andrés Manuel López Obrador debía cargarse en esa dirección reivindicatoria. No hay, por ahora, mayores datos para tal respaldo futuro que la voluntad y el discurso de doña Claudia. Pero sí hay media docena de secretarios de la presidenta electa que tienen un perfil propenso a los acuerdos y la negociación, prendido a su historia. Las mismas secretarias a sus cargos se prestan a comportamientos moderados. A lo anterior, hay que adicionar su importancia, crucial, para la definición del quehacer cotidiano y las señales hacia el futuro. Y, en ese ámbito, no se encuentran funcionarios que se distingan como populares adalides progresistas. Otros, por fortuna, sí portan garantías de continuidad y son los que habrán de responder, de nueva cuenta, por el resguardo y aumento de las apreciadas, conquistas sociales. Tal constatación recargará, sobre la doctora, un continuo trabajo de revisión, guía y rencauzamiento para la continuidad justiciera y soberana.
Los rostros y la algarabía de los concurrentes de primera línea a la celebración dieron un toque recordatorio de la familia feliz
de los aciagos tiempos de tecnócratas elitistas y priístas decadentes. Un peligro del que hay que ponerse a salvo. Ya se verá, en poco tiempo, cuál será, en verdad, el rumbo que aguarda a esta República.