l pasado 25 de julio, la caída de los líderes del cártel de Sinaloa desencadenó una serie de preguntas que hasta el momento, al menos en México, han sido difíciles de contestar, a pesar de que, cómo mencioné en mi entrega pasada, las respuestas de las instituciones estadunidenses estuvieron ahí desde el día de la captura.
Es cierto que para México los cárteles han sido una presencia constante en casi todo el territorio, enmarcada por el resentimiento, la muerte, las vejaciones, el hostigamiento y, por supuesto, la intimidación, sólo por mencionar algunas de las actividades a las que podríamos remitirnos con meramente pensar en estas organizaciones criminales.
Aunque no podríamos atribuir todos los delitos al crimen organizado, la ola de violencia que ha golpeado a nuestro país parece incontenible y desgarradora. De acuerdo con el secretariado ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, de enero a julio de este año se han registrado 25 mil 513 homicidios, 283 secuestros, 20 mil 727 casos de abuso sexual y 53 mil 892 denuncias por narcomenudeo, sólo por mencionar algunos de los ilícitos.
Las noticias reportan día con día actos sobre crímenes y delincuencia; aunque no dejan de mencionar aquellas que, de alguna manera, nos recuerdan hechos positivos: avances científicos, tecnológicos, educativos, deportivos y hasta sobre el amor al prójimo, desafortunadamente, la brutalidad ha ganado terreno llevándonos incluso a normalizar las agresiones.
El fenómeno de la delincuencia organizada debe ser analizado desde diferentes perspectivas, y aunque existen factores que pueden considerarse catalizadores, como la desigualdad social, la falta de educación, empleo y oportunidades, el uso de sustancias ilícitas, la violencia intrafamiliar o incluso la ausencia de valores y principios, ninguno de ellos puede actuar por sí solo; lo que nos invita a un examen mucho más exhaustivo para explicar los orígenes y las posibles causas de la violencia.
Probablemente el panorama mundial se vislumbre complejo, sobre todo por la enorme capacidad que ha encontrado el crimen organizado en la globalización para diversificarse, expandirse y traspasar barreras geográficas.
Es así que con el firme propósito de tener un panorama más concreto, Iniciativa Global contra la Delincuencia Organizada Trasnacional, red mundial conformada por unos 600 expertos, emitió el Índice Mundial de Delincuencia Organizada 2023, el cual nos arroja datos importantes que, estoy convencido, deben ser analizados.
Por ejemplo, se menciona que la región de América disminuyó en 0.03 por ciento su capacidad de resiliencia y, lamentablemente, México ocupó el tercer lugar con el mayor índice de criminalidad, sólo por debajo de Myanmar y Colombia y el primero en trata y tráfico de personas. Incluso se refiere que en nuestro país los delitos financieros involucran a instituciones estatales, entidades del sector privado y particulares, y la malversación de fondos públicos, la evasión fiscal y la corrupción como las principales preocupaciones.
Pero además de ello, como he mencionado, ante una muestra cada vez más evidente de las violaciones, atrocidades y atropellos causados por el crimen organizado, debemos preguntarnos quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios, ¿los criminales aprovechan las deficiencias políticas, económicas y sociales para presionar a la población a delinquir?, ¿de qué forma la creación de aparentes oportunidades de desarrollo aunadas a amenazas por parte de la delincuencia organizada justifica la ausencia de denuncias?
El análisis previamente mencionado sostiene que, al contrario de lo que podríamos creer, la barrera que impide a una víctima convertirse en victimario, puede ser bastante frágil e incluso confusa. Muestra de ello es lo sucedido los días 7 y 11 de agosto en Sonora, donde fueron detenidos diversos niños sicarios entre 11 y 13 años de edad. Si bien no escaparán de la justicia, también vale la pena cuestionarnos las razones que los llevaron a elegir
ese estilo de vida o incluso preguntar si fue una decisión propia, se encontraban cooptados por miedo a represalias, o bien al límite del horror y sin opción para pedir ayuda.
Al igual que los niños sicarios –los cuales con el tiempo se han convertido en tema común, aunque no por ello menos doloroso– se encuentra la trata de personas que en el índice citado ocupa el número dos de los ilícitos más perpetrados por la delincuencia organizada. Incluso, de acuerdo con la Alianza Global contra la Trata de Mujeres, aunque las redes de tráfico de personas a escala global cuentan con muchas similitudes, se destaca que en México y América Latina existe una participación activa del narcotráfico, sobre todo en la frontera sur, donde la disputa entre cárteles ha afectado la migración; a lo cual además habría que añadir el incremento en los feminicidios y el aumento en las desapariciones forzadas.
Queda mucho por reflexionar; tenemos que repensar el significativo rol de la familia, la manera en que la comunicación y el diálogo pueden ayudar a rescatar de las redes criminales a nuestros niños y jóvenes; debemos recomponer el tejido social para trabajar conjuntamente, pero, sobre todo, reformular la seguridad, procuración, impartición de justicia y readaptación social, rexaminar las vías y modalidades de denuncia y rediseñar la protección a los testigos… Pero eso, querido lector, si me lo permite, lo abordaré en futuras colaboraciones.
* Consultor en temas de seguridad, inteligencia, educación, religión, justicia, y política