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Ciudad tóxica, inhóspita, cruel y fea
C

ronistas y otros agentes difundían la idea de Monterrey como una ciudad alhajada por un paisaje natural y urbano al que ceñían sus montañas y le aportaban frescura y salud sus bosques y cursos de agua por doquier. Así se mantuvo desde mediados del siglo XIX hasta un siglo después.

Los primeros cambios citadinos se empezaron a notar con los inicios de su industrialización (asentamientos de campesinos trasterrados en núcleos de población cerca de las fábricas, pero socialmente lejos de sus dueños). Pronto Monterrey ganaría el sobrenombre de la Chicago de México o el Pittsburgh del país. Gracias al porfiriato y su prolongación paralela en el gobierno de Bernardo Reyes, los miembros de la élite regiomontana mantuvieron una influencia económica determinante en los capitales de la ciudad, dirá Alex Saragoza ( The Monterrey Elite and the Mexican State).

Esa influencia se tradujo en el imprimátur a las características urbanas, sociales y culturales de la capital de Nuevo León bajo el sello y los intereses de la élite empresarial en un considerable periodo que abarca casi siglo y medio.

Por tanto, esa élite es la responsable de que sus industrias intoxiquen a la población del área metropolitana de Monterrey (AMM); de que el crecimiento urbano sea acromegálico y desordenado; de que los recursos naturales, como el agua y la tierra, falten a la gran mayoría de la población, mientras a ellos les sobra. Responsables también de que la salud, la educación, la vivienda y la transportación sean precarias por la insuficiencia y mal funcionamiento de los servicios que los prestan y las políticas estatales que los diseñan.

Tal responsabilidad se deriva de que no hay gobierno estatal ni municipal de las ciudades más importantes, hoy conurbadas en torno al eje Monterrey-San Pedro, que no haya dependido de su voluntad o de la capacidad determinante con el gobierno federal o con los partidos dominantes (antes PRI o PAN y ahora Movimiento Ciudadano) para negociar candidaturas y cargos de elección popular.

La gran mayoría social es la que padece sus imposiciones en favor de la acumulación de riqueza, que es la que les sirve a los industriales, comerciantes, constructores, especuladores financieros e inmobiliarios para comprar candidaturas y puestos públicos o bien para imponer a los individuos que representan a los poderes constituidos y políticas que respondan a sus proyectos de negocios. Aunque, para ser más objetivos, su hegemonía es introyectada por quienes toman las decisiones de gobierno y actúan como empleados que se atropellan por servirles.

Es por ello que el Monterrey metropolitano está convertido en una cámara de gas que produce enfermedades. La atmósfera se ve cotidianamente cargada de micropartículas (PM10, PM5 y hasta PM1) de metales, de desechos químicos y gases provenientes de combustiones que generan emisiones tóxicas. El caso reciente de Zinc Nacional (EU nos envía basura peligrosa y se niega a recibir riqueza humana en quienes pretenden trabajar en su territorio) es sólo uno entre muchos. Hay fraccionamientos cuyo suelo está forrado de arsénico donde se ha permitido la construcción de viviendas. Hay fábricas enclavadas en densas áreas citadinas cuyos desechos industriales son incontrolables. Hay pedreras en las mismas condiciones.

Ninguna autoridad, a pesar de múltiples estudios y reclamos ciudadanos, ha sido capaz de resituar a las industrias contaminantes fuera del área urbana del AMM ni de controlar las emisiones peligrosas para la salud y ni siquiera, como el actual gobierno, de medir la polución para emitir las alarmas correspondientes, pues su acción para monitorear la calidad del aire ha sido suspender el mecanismo correspondiente. Es como si en la Ciudad de México se suspendiera la alarma sísmica para erradicar los temblores.

En el AMM gran parte de la fuerza laboral emplea entre cuatro y hasta seis horas para transportarse de su vivienda al trabajo y regresar. Con muy altas o bajas temperaturas debe esperar a la intemperie un autobús con cupo suficiente. Carece de tiempo libre y de una posible reflexión sobre sus condiciones de vida, de reparación física y anímica o de hacer hogar con su familia. El transporte colectivo es, además de insuficiente y malo, tan caro que ya se pide al gobierno que lo estatice.

Resultado de la incuria e irresponsabilidad de su élite, la fealdad y asimetría social de Monterrey se puede medir comparándola con el municipio aledaño, San Pedro Garza García. Aquí se han concentrado las cúpulas económica y política del estado. Su perfil es el de una ciudad próspera de EU, mientras la capital del estado es una urbe descuidada, caótica, incómoda e impaseable.

Otras ciudades del país pueden verse en el reverbero de la antigua Sultana del Norte. Tendría que haber un cambio drástico, profundo, de las condiciones económicas, políticas y sociales para que pudiera esperarse un horizonte urbano distinto en las áreas citadinas con mayores concentraciones poblacionales del país.

Nada que pueda calcularse a corto o mediano plazos, y quién sabe si en el largo, largo plazo.