Cultura
Ver día anteriorSábado 8 de febrero de 2025Ver día siguienteEdiciones anteriores
Servicio Sindicado RSS
Dixio
 
Disquero
Les Luthiers de la L la S
Foto
▲ Fotografía de Les Luthiers, incluida en el libro.
 
Periódico La Jornada
Sábado 8 de febrero de 2025, p. a12

¿Qué puedo decir yo que no haya sido dicho ya?

La frase hizo célebre a Marcos Mundstock y es una expresión cuya genealogía se instala en la zona del cerebro donde residen las sonrisas.

¿Qué se puede decir de Les Luthiers que no se haya dicho ya?

Que tenemos una novedad bibliográfica de lujo: Les Luthiers de la L a la S, en cuya portada aparece un sello: Edición definitiva (aproximadamente).

Son 368 páginas que se leen sin dejar de sonreír. Añaden frases que no recordábamos, cuentan anécdotas fuera del escenario, en la vida personal de cada integrante, documentan, dejan registro, hilvanan alegrías.

Leer este libro puso en movimiento mi rocola mental que empieza a girar y suenan los episodios uno a uno. Y los diálogos entre Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock:

−Muchas veces mis alumnos me preguntan si la hermenéutica telúrica incaica trastrueca la peripatética meteórica de la filosofía aristotélica por la inicuidad fáctica de los diálogos socráticos no dogmáticos. Yo siempre les respondo que no.

−¿Que no qué?

−Que no sé.

La poencia elocuética de estos humanistas, el largor o longanismo o longitudinismo del efecto de sus gags, su inicua virtud de razonar fuera del recipiente, sus óperas con tango, sus libretos basados en una vieja leyendo ebria o en una vieja leyenda hebrea, aunque no describan bien los sexos, dos, los dos sexos, los éxodos del pueblo hebreo, su manera de rendir pleitesía a la musa de todas las musas: Ésther Píscore, conocida por los bromistas como Terpsícore, en la forma más natural de un taller literario.

−Disculpe, ¿aquí es el taller literario?

−Sí, pase usted.

−Solamente vine a dejarles este texto para que me lo compongan, ¿estará para el martes?

Antes de leer el libro Les Luthiers de la L a la S, mi mente repasa:

¿Éster Píscore?, ¿es un apellido griego? Ah, la que se casó con García: Ésther Píscore de García El Griego. Pero su mamá la llamaba por su nombre de pila, o batería: Esthercita, ven acá. Pero ella no iba, porque era díscola. Ésther la Discóbola de García.

Y llegaba el momento del recital, repasa nuestra mente toda la escena, en que Daniel Rabinovich lanzaba solos virtuosísticos increíbles: Ésther Píscore, Piscis, es tesis tisis, si es Piscis puede ser sistitis tisis sitis itis titis disípides estítipes disistis tisis… this is the pencil… is this the pencil of Ésther Píscore? No, this pencil is of Thomas Jefferson; is she cleaning the blackboard? Is she at the publicum clapping hands? Is she looking for a bus at the avenue?

Porque para reír no hace falta una reflexión sesuda, aunque por reír también se suda.

Los Niños Cantores del Tirol. Véalos. Antes de que crezcan.

Nuestra mente: El Quinteto de Vientos opus 28, también llamado El ventilador, de Johann Sebastian Mastropiero, ha sido compuesto en tres tiempos: el primero, allegro molto, el segundo andantino grazioso y el tercero allegro piachébole ma con ánimo de nostalyía meridionale sensa pérdere de vista il quiaro ralentando de le pasione humane e il fiato sémpliche de le luminose matine quando il bucheli cantábano feliche e lasciate la esperanza voi qui entrate… assai.

Mi mente rememora el pasaje de La bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa, cuando el perro de un convento de carmelitas en las noches de luna llena se convierte en hombre, así el séptimo hijo varón de un pastor protestante en las noches de luna llena se convierte al budismo.

En el imaginario aparece uno de los grandes personajes de Les Luthiers: Yoghurtu Ngué, el joven más apuesto y hermoso de la tribu, protagonista de la pieza lutheriana de título Cartas de color.

Todo eso piensa uno cuando comienza a leer el libro que hoy recomendamos y que puede conseguir en la Librería de La Jornada y en las Cafebrerías El Péndulo.

La presente edición es novedad bibliográfica porque ya es un libro diferente al original, que se publicó en 1991 en Argentina, bajo la autoría de Daniel Samper, el lutherólogo número uno del orbe. El libro se cansó rápidamente, es decir, se agotó de inmediato, y fue inconseguible durante muchos años hasta que Samper, siempre simpático, publicó una segunda edición 16 años después.

El libro Les Luthiers de la L a la S, edición reciente, lo firman Daniel Samper y Álex Grijelmo. El primero modificó su original y su redición, el segundo escribió la historia de Les Luthiers hasta donde la había dejado siempre Samper: 2014, y documentó la última etapa de Les Luthiers, ya sin sus hacedores principales, Daniel Rabinovich y Marcos Mundstock, pero ya nunca fue lo mismo. Fue como cuando murió Charlie Watts, marcando el fin de la era Rolling Stones, aunque sigan grabando discos y les otorguen chorrocientos Grammys, así Les Luthiers siguieron tras la muerte de sus principales creadores, como la locomotora que no se detiene abruptamente cuando se aplican los frenos, sino que sigue deslizándose, soplando deliciosamente, porque el repertorio Luthiers siempre da para mucho.

En la segunda parte del libro, que es la sustancia que le otorga novedad, Grijelmo sigue el esquema que trazó el autor original, Samper, y añade datos, anécdotas, materiales entrañables.

En ese esquema, se dedican capítulos enteros a cada uno de los integrantes de Les Luthiers.

He de decir que el mejor episodio de todos ellos es el dedicado a Daniel Rabinovich, el mejor contado, mejor cantado, mejor decantado.

Así inicia ese capítulo:

“Abraham K. Halevy hizo un esfuerzo y se incorporó del camastro. Llevaba tres meses tendido allí, víctima de insoportables dolores en las articulaciones. Apoyado en el hombro de su hijo se asomó a la ventana. No había duda alguna: era febrero de 1890 en Besarabia. Los campos estaban cubiertos de nieve. Próximas al establo, bajo los árboles pelados, caminaban unas figuras negras y desvalidas; la mayor de ellas daba saltos ágiles y picoteaba desperdicios.

“−Han vuelto las grullas −comentó Abraham a su hijo Daniel.

“−No, padre: son mamá y mis hermanos; han salido a recoger castañas con el panadero Rabinovich.”

Nos enteramos, en esa cita breve, brevecita, que Daniel Rabinovich era literato y escribió y publicó dos libros de cuentos.

En la página 160 disfrutamos de la exquisita biografía de mi compositor favorito: Johann Sebastian Mastropiero: su padre le envió una carta en la que le pedía encarecidamente que abandonara la música. El compositor se vio obligado a optar entre su familia y la música, y eligió la música, para desgracia de ambas.

Narra esa biografía: A los 23 años, Mastropiero comenzó a tomar clases de música con Franz Schutzwarg, de tan sólo cuatro años de edad.

Y del largo listado de las amantes de Mastropiero. Destaco:

Henriette Leforquiere. Viviendo en París, Mastropiero trabajó como pianista acompañante de cine mudo en el célebre Vieux Royal. Henriette era una tierna adolescente que solía sentarse junto a Johann en la estrecha banqueta del pianista, vigilada de cerca por su madre, madame Leforquiere. Con Henriette a su lado, Mastropiero aporreaba el piano para ilustrar las películas. Henriette, por suerte para ella, era sorda. Y la madre, por suerte para Mastropiero, era ciega.

Leo enseguida: Archiduquesa Úrsula von Zaubergeige. Durante su estadía en Viena, Mastropiero se enamoró de ella. La noche en que J. S. M. la conoció, la invitó a dar un paseo por los bosques de Viena, pero Úrsula rehusó por considerarlo prematuro y un tanto atrevido; sin embargo, ante la insistencia de Johann Sebastian, accedió, y ambos se vistieron y salieron.

Sonrío:

La gitana Azucena. Mastropiero la tomó a su servicio para que no sólo le lavara la ropa, sino que después también le leyera las manos y le tirara las cartas. Pero tuvo que despedirla, porque Azucena le tiraba la ropa, también le leía las cartas y después se lavaba las manos.

Aparece otro compositor entrañable: Wolfgang Gangwolf, en bonito homenaje a Volfi Mozart en espejo: Wolf gang = Gang wolf.

Y así, página a página, sonreímos.

Porque basta con decir Les Luthiers, para que uno sonría.

@PabloEspinosaB

[email protected]