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Domingo 16 de febrero de 2025, p. 3
La Trinidad Tenexyecac, Tlax., En los talleres de cerámica de la familia Vázquez Corona, uno de los tantos que se dedica a la creación de cazuelas moleras y arroceras de barro, no sólo se han creado piezas de arte, sino historias que representan la vida de generaciones. Se encuentra arriba de una casa ubicada en una colina, con vegetación; para llegar, hay que caminar con cuidado por un sendero pequeño e inclinado.
En ella trabaja Álvaro Vázquez Corona, maestro que lleva 40 años trabajando el torno. Es la gran herencia que recibió de su padre, alfarero que recorrió Puebla y Tlaxcala. Ahora, junto con su hermano, sigue con la tradición familiar.
Cuando queremos ganar buen dinero tenemos que trabajar mucho, mucho. Puedo aventarme hasta tres o cuatro cazuelas por día, pero uno no puede apurarse o producir de más, porque hay que esperar unos 15 días a que sequen bien, dependiendo del clima
, aseguró Vázquez Corona en entrevista con La Jornada.
El maestro explicó que el barro viene en bruto: “hay que secarlo y molerlo para que quede polvo; después se revuelve con agua para que tenga la consistencia que se requiere. Para esto hay que mezclar dos tipos de barro, para que quede bien.
“La tierra no es como la de antes, se va ‘cansando’, ya no tiene la fuerza. Es como nosotros, parece broma, pero así lo veo, las personas ya no llegamos a 80 o 90 años; los señores de antes, con esa edad y están enteros, y a nosotros ya nos cuesta”, señaló el maestro alfarero mientras da golpecitos con una piedra al barro, el cual colocó sobre un metate.
Vázquez comenzó a trabajar a los 13 años, para ayudar a su madre con los gastos de la casa. De 10 hermanos, él es el segundo. Estudió hasta la secundaria; tras eso, su vida quedó en el taller de la familia. Luego se casó y tuvo tres hijos. Afortunadamente, su gran calidad de artesano alcanzó para procurarles una buena vida, y aunque su interés por trabajar la cerámica era grande, mejor los puse a estudiar
, comentó.
Estoy muy orgulloso de mis muchachos; siempre fueron buenos en la escuela, salieron rápido de la preparatoria y se fueron a Puebla, a estudiar en la Benemérita Universidad. Salieron de informática y con mención honorífica, y al poco tiempo regresaron y me sacaron de trabajar
, apuntó contento el alfarero.
Hace seis meses, uno de sus hijos falleció y dejó a su esposa con sus dos pequeños. Para apoyarla, Vázquez Corona tuvo que regresar a trabajar de alfarero. La pérdida de su hijo le ocasionó una parálisis facial, tuvo que esperar, pero no dejó de trabajar.
Sus clientes son principalmente revendedores. Vázquez las vende en mil 600 pesos por pieza, a precio de mayoreo. En la Ciudad de México, una cazuela puede llegar a costar de entre 2 mil a 3 mil pesos cada una, según el tamaño. En Puebla pueden llegar a costar mínimo 2 mil 500.
“Viene mucha gente a comprarnos; la damos a 500 o 600 pesos, por pieza, y nuestros proveedores se llevan unas 30 o 40 cazuelas, lo que se pueda, aunque no podemos producir nada más porque sí. Calculamos todo, desde el clima hasta las cantidades que podemos vender dependiendo los meses.
Hay quienes tienen con nosotros unos 30 años, uno en particular, cuando no tenemos piezas para vender, pues se va sin nada y no compra en otro lado por la confianza que tiene en nuestro trabajo, porque cuidamos mucho los detalles y eso tiene su recompensa, aunque a todos los que somos artesanos nos regatean mucho
, aseguró Vázquez Corona.
Después de que su sobrino aplana el barro de manera uniforme, se le espolvorea una mezcla especial para que no se pegue al molde; posteriormente, la ponen en un torno para golpear el barro y darle forma; luego se le seguirá pegando con una piedra para después ponerla a secar en un cuarto aledaño, donde hay arena. En la habitación hay otras 40 piezas.
La arena sirve para absorber la humedad del ambiente; aunque no parezca, cuando hay heladas o granizo en lugares cercanos, quedan pequeños fragmentos de hielo que circulan por el aire y esos se adhieren al barro y lo vuelven quebradizo a la hora de meter las piezas al horno
, aseguró el maestro.
Cuando concluye el cuerpo de la cazuela, el maestro moldea con sus manos dos tiras grandes que serán las agarraderas de la cazuela; también empieza a dar forma a los bordes. Tras el proceso de secado será ingresado por primera vez al horno para la primera quema.
Posteriormente se saca y se coloca la capa de pintura con plomo, lo que le da el característico tono negro. Se deja secar nuevamente, lo cual tarda dos o tres días, y de nuevo se introduce al horno para la segunda y definitiva quema.
Hay que tener cuidado con las cazuelas al manejarlas, porque a veces le meten mucha leña cuando se están cocinando y eso las rompe. Las que son buenas requieren poco para cocer los alimentos. Una vez fui a Santa Anita (localidad cercana) a entregar mole y arroz, y unas señoras que vieron mis cazuelas se pelearon por quedarse con una
, comentó riéndose.