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Cuba: la amenaza del buen ejemplo
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n su libro Diario de Turín. La solidaridad en tiempos de pandemia, Enrique Ubieta Gómez, quien acompañó a la brigada médica cubana a Italia en los primeros meses del covid, narra cómo, en la tarde del 1º de mayo de 2020, se inauguró el Árbol de la Vida. Era un pequeño pero frondoso arbolito junto al hospital en el cual se iban atando cintas blancas, cada una representando una de las vidas salvadas. Es una costumbre, explica, que se remonta a la brigada cubana que en 2014 colaboró en África cuando el ébola arrasaba en Liberia, Sierra Leona y Guinea. Como los de África, con el paso del tiempo, el arbolito en Turín se fue llenando de cintas blancas.

Las brigadas médicas cubanas que llegaron a Italia y a África durante esas crisis son tan sólo unas de las múltiples instancias en que Cuba ha colaborado tanto con países afectados por desastres naturales, como con aquellos cuyo propio personal médico no labora en regiones remotas, como con naciones donde simplemente hacen falta galenos. En 60 años Cuba ha enviado unos 605 mil trabajadores médicos a 165 países, cantidad mayor a la sumada de los países del G-8. Habría que añadir otra igual de impresionante: la Escuela Latinoamericana de Medicina (ELAM), inaugurada en 1999, ha graduado más 31 mil médicos de 122 países.

Esta historia de solidaridad cubana representa lo que Noam Chomsky caracterizó como la amenaza del buen ejemplo. Por qué es, preguntaba Chomsky en 1992, que son los países más pobres y débiles que tan frecuentemente suscitan la más grande histeria. Entre más débil y pobre sea un país, más peligroso es como ejemplo. Explicaba Choms­ky que, si un país pobre puede mejorar la condición de vida de su pueblo, otros lugares con más recursos tarde o temprano preguntarán: ¿por qué nosotros no?

Desde el triunfo de la revolución en 1959, el sistema de salud cubano ha ejemplificado esta amenaza del buen ejemplo. Al mantener que la salud constituye un derecho humano y al diseñar un sistema sanitario capaz de elevar los índices a, o por encima de, países ricos, Cuba mostró que la salud no tenía que depender de la riqueza. Pero Cuba fue más allá. Al extender al mundo sus prácticas sanitarias –enviando personal médico, donando equipo de tratamiento, fabricando fármacos y haciéndolos accesibles por debajo del precio de mercado y formando a médicos de otros países– ha desafiado normas que caracterizan el orden internacional.

Teóricos de relaciones internacionales se han esforzado por caracterizar esta política cu­bana. Los marcos tradicionales como diplomacia médica, ayuda humanitaria, soft power, capital simbólico, altruismo o caridad, no logran captar las dimensiones históricas ni el desafío a las estructuras de poder que conllevan la colaboración médica cubana. Ante la insuficiencia de estas ca­tegorías, el académico canadiense Robert Huish ofrece otra: la solidaridad.

La solidaridad internacional, escribe Huish en texto publicado en 2014 en Public Health Ethics, es una acción intencional de cooperación entre dos naciones que produce beneficio a las dos. Tiene el potencial de forjar relaciones que desafían estructuras de opresión y genera una sensación de emancipación basada en lo que pudiera ser (en este caso acceso a salud para todos) y no lo que es (acceso a salud para quienes la pueden pagar). Es decir, con el mero hecho de dar atención a quienes las estructuras hegemónicas se las han negado, médicos cubanos o quienes hayan sido formados como médicos por Cuba, crean una experiencia alternativa a los sistemas que mantienen una inequidad basada en la negación de atención.

Continúa Huish: aunque una colaboración solidaria beneficie a ambos países, esto no implica que la relación sea puramente transaccional. Lo más importante es la disposición de participar en un esfuerzo colectivo que promueve la colaboración. A diferencia del altruismo, que es unidireccional, la solidaridad implica –aunque no requiere– de reciprocidad. Quienes participan en un acercamiento solidario reconocen la vulnerabilidad de su vecino como una potencial vulnerabilidad a sí mismos porque ambos están sujetos a fuerzas estructurales similares.

Si comprendemos la colaboración médica cubana desde este marco de solidaridad es evidente por qué EU sigue empeñado en terminar con ella. Desde el programa de Medical Parole iniciado por George W. Bush, que promovía la deserción de médicos cubanos, a la campaña mediática que plantea que los galenos cubanos son mano de obra esclava, a la más reciente declaración de Marco Rubio: que habrá sanciones contra funcionarios en otros países que colaboren con misiones médicas, EU ha buscado minar, sabotear y terminar con esta solidaridad. Y es que no sólo representa la amenaza del buen ejemplo a un país donde la medicina es una mercancía y no un derecho (consecuencia de lo cual 100 millones de habitantes se encuentran seriamente endeudados). Representa además una colaboración en el Sur global cuando la cooperación regional pudiera aportar uno de los pocos frenos a los actuales asaltos ­imperiales.

* Profesora-investigadora del Instituto Tecnológico de Massachusetts. Autora del libro Lecciones inesperadas de la revolución. Una historia de las normales rurales (La Cigarra, 2023)