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Cómo derrotar a Donald Trump
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stamos ante lo indecible: el hombre más rico del mundo atacando al más pobre; el supremacismo; la plutocracia; la resurrección del sur esclavista, resentido por la abolición de la esclavitud; incluso la amenaza de una invasión suave a México. El 20 de enero de 2025 marcó un desfondamiento del pacto social en EU y en el mundo. El ajuste opresivo será global y pondrá en peligro conquistas sociales, laborales y culturales ganadas a lo largo de décadas o incluso siglos. El tsunami Trump rompe el orden legal internacional, implanta el unilateralismo y daña a la salud pública planetaria. No hay que menospreciar el peligro del encumbramiento de las derechas, debemos asumir el inmenso desafío. Quizá nos ayude recuperar los ejemplos históricos de movimientos sociales que han derrotado a Donald Trump.

En 1973, según el libro de Michael Kranish y Marck Fischer (publicado por The Washington Post) Trump Revealed: an American Journey of Ambition, Ego, Money and Power, cuando Donald Trump hacía esfuerzos por saltar de Brooklyn a Manhattan, hizo hasta lo imposible para que lo admitieran en Le Club donde conoció a Roy Cohn, un abogado que se jactaba de sus relaciones con las más prominentes familias de la mafia italiana, cuyos tentáculos habían infiltrado a profundidad al poder judicial. Cuando el Departamento de Justicia demandó a Trump por prácticas discriminatorias al negarse a rentar departamentos a afroamericanos, Cohn lo ayudó contrademandar y se volvió su abogado favorito. Cohn asesoró al senador Joseph McCarthy y participó en la elaboración de una lista de 205 trabajadores del Departamento de Estado, acusados de ser simpatizantes comunistas. El comité del Senado inculpó a empleados gubernamentales, profesores universitarios, guionistas y actores de Hollywood por supuestamente pertenecer a células comunistas. Uno de los acusados, Julius Rosenberg, fue condenado a la silla eléctrica. Roy Cohn se jactaba de haber convencido al juez de enviar también a la silla eléctrica a su esposa Ethel Rosenberg.

Años más tarde, en 1981, cuando el magnate se propuso construir la Torre Trump, anunció la demolición del edificio Bonwit Teller. De acuerdo con el texto de Kranish y Fischer, los amantes del art deco reclamaron la supervivencia de las diosas semidesnudas, de 15 pies de altura, que flanqueaban su entrada. Robert Miller, dueño de una galería ubicada frente al Bonwit Teller y Penelope Hunter-Stiebel, curadora del Museo Metropolitano de Arte de Nueva York, hablaron con Trump y acordaron con él que donaría las esculturas al museo, a cambio de condonación de impuestos. Sin embargo, el 5 de junio de 1981, Miller telefoneó a Hunter-Stiebel para decirle que estaban demoliendo las esculturas. Stiebel, en ese entonces con un embarazo de nueve meses, salió corriendo del MET para impedirlo. Los trabajadores dijeron que tenían instrucciones del joven Trump de destruir las esculturas y comenzaron a golpear el cuello de las diosas con un martillo neumático hasta convertirlas en polvo en el viento.

La demolición del Bonwit Teller la realizaron inmigrantes polacos sin papeles. La llamada brigada polaca trabajó siete días de la semana, sin cascos, con jornadas de entre 12 y 18 horas. De acuerdo con Trump Revealed, los obreros de la construcción dormían frecuentemente en el suelo de la obra. Les pagaron menos de cinco dólares la hora. Incluso se les llegó a retribuir con vodka. A muchos les quedaron a deber varios jornales. Cuando los trabajadores exigieron sus pagos, los amenazaron con deportarlos. El caso fue a juicio. En 1990 Trump dijo desconocer que eran trabajadores sin permisos migratorios y culpó a Kascinsky & Sons. En 1999 la corte dijo que Trump mentía, pues era imposible que desconociera la situación de los migrantes que trabajaban en su torre y condenó al magnate.

En 1985 tras comprar su casa en Mar-a-Lago, Florida, Trump compró también un terreno en Upper West Side, en Nueva York, y anunció el proyecto Ciudad Trump, que costaría 4 mil millones de dólares, e incluiría el edificio más alto del mundo, una torre de 150 pisos, en la ribera del Hudson, flanqueada por 6 torres de 76 pisos. Time llamó al proyecto intento por besar el cielo. En contraste los vecinos calificaron el megaproyecto como auténtico Gargantúa que devoraría todos los recursos, destruiría la escala humana, impediría ver el horizonte y expulsaría a los artistas e intelectuales que vivían a lo largo de Broadway y el Parque Central (Upper West Side Story Fighting Trump City, The Washington Post, 4/3/90). Para impedir la construcción de la torre, los vecinos crearon una organización llamada Westpride en la que participaron figuras como la feminista Betty Friedan, autora de The Feminine Mystique, E. L. Doctorow, autor de novelas como La gran marcha, y el historiador Robert Caro, ganador de un premio Pulitzer. El arquitecto Steven Robinson creó el lema This building is too big. Anthony Gliedman, empleado de Trump, dijo: están mal informados, será un lugar hermoso, los turistas lo disfrutarán mucho, recuperaremos el edificio más alto que perdimos frente a la torre Sears de Chicago. Las movilizaciones obligaron a Trump a sentarse a negociar, hasta que aceptó el plan de los vecinos y tuvo que reducir su torre a la mitad. Trump es peligroso, pero no invencible, eso nos confiere una responsabilidad: organizarnos, resistir, construir comunidad, reforzar la unidad latinoamericana y recuperar nuestros propios poderes.