Opinión
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Aprender a morir

Duelo sin lágrimas

I

nteresantes reacciones en muchos partidarios de la llamada fiesta brava, tan debilitada a últimas fechas que incluso el Congreso y las autoridades de la Ciudad de México decidieron modificar su normativa, dándole la puntilla o golpe de gracia a la versión tradicional de la corrida al decretar, de manera unilateral, que la única forma en que dicho espectáculo puede continuar es sin violencia, de modo que las reses no sean lastimadas bajo ningún pretexto, salvo durante su traslado de ida a la plaza y de vuelta a la ganadería en estrechos cajones de madera; ah, y cuando les toque convertirse en alimento, que acá no es India.

Según los conocedores, una tradición de 499 años en la Ciudad de México, que alcanzó momentos de gran brillantez nacional e internacional sobre todo en los recientes 125 años, ha sido interrumpida por legisladores y funcionarios firmemente comprometidos con la protección… animal visible, pues la que no se ve no puede prohibirse, ya que dejaría sin alimento a amplios sectores de la población.

Se trata entonces de una condicionada defensa visceral de las reses de lidia en los cosos taurinos, no a las especies que de cualquier manera son aniquiladas en rastros y mataderos para posibilitar la cadena alimenticia tradicional. Contradicciones de leyes al vapor que pasan por alto usos y costumbres que se volvieron expresiones idiosincrásicas e identitarias de nuestra sociedad, me informa un vecino sociólogo.

Sin lágrimas el duelo de los taurinos de la capital, ¿por qué? Sin que los aficionados lo reconozcan, exhiben una resignada aceptación, más que a la prohibición propiamente, a la enfriada relación habida en años recientes entre los públicos y el espectáculo, entre sus expectativas de emoción, no de crueldad, y las emociones recibidas por unos protagonistas anquilosados y unas reses disminuidas de bravura y edad. Hay negación e indignación, sí, pero sobre todo una pena sorda tras el inconfesado distanciamiento entre esa tradición y su clientela. Habrá regateos jurídicos de las partes e incluso depresión, más por la nostalgia que por la pérdida, y al final una aceptación inevitable por no haber sabido ser unos deudos genuinamente comprometidos con la difunta. Como suele ocurrir con los enfermos terminales, se propondrán remedios emergentes cuando ya no hay nada qué hacer, excepto si en lo taurino el pacto federal conserva alguna vigencia.