La segunda revancha
a Semana Santa es una celebración de las religiones católica y cristianas que conmemora la pasión, muerte y resurrección de Jesucristo. Considerada una de las festividades más importantes del año junto con la celebración de la Navidad o nacimiento de Cristo, los llamados creyentes no suelen valorar con suficiente cuidado su estilo personal de celebración de la Semana Santa, considerada por ciertos estudiosos como la segunda revancha de Satanás. En este espacio hemos recordado algo que los creyentes parecen olvidar: que al mismísimo maligno, satanás, lucifer, diablo o demonio no se le puede vencer en sus tentaciones sin que esas promocionadas victorias tengan sus consecuencias, sea en pleno desierto mientras el mesías ayunaba o en pleno atrio del templo de Jerusalén, cuando, contra su apacible costumbre, iracundo expulsó a los mercaderes con todo y sus puestos, recordándoles que su casa es casa de oración, no cueva de ladrones. 37 años después, esa casa de lo que haya sido fue destruida por las legiones romanas.
Esos mercaderes expulsados de aquel templo por el mismísimo Jesús, precisamente el Lunes Santo, en breve tiempo y apoyados por su guía y protector, el derrotado
Lucifer, convertirían la temporada de Navidad, en un agobiante despliegue de mercaderías que colocaría en segundo plano el nacimiento del redentor, incapaz de expulsarlos nuevamente dada su condición de recién nacido. Esta segunda revancha del maligno es todavía peor, si cabe, que la navideña. La fe mueve montañas, sobre todo de gente, que con el pretexto de la pasión y muerte de Jesús enloquece igual o peor que meses atrás, ahora en busca desesperada de lugares de esparcimiento, tales como playas prohibidas, no tanto por los vicios como por los precios de alojamiento, comidas, de preferencia pescados y mariscos, y bebidas. Grandes descuentos antes de llegar, después no se la van a acabar entre desembolsos, tarjetazos y atracos, que los mercaderes son inmortales.
De conmovedoras procesiones y dramáticas representaciones de la pasión, ni hablar, así como de películas temáticas –hay quien hace penitencia y ve, otra vez, El mártir del calvario–; liturgia y turismo, religión y vacaciones, crucifijos y bikinis, todo cabe en esta época de igualitarismos emergentes. Sólo es de desearse que las autoridades capitalinas no detengan ni multen a quienes participen en ceremonias sanguinarias ficticias.