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Siete lecciones a la luz de una vela
E

l lunes todo se apagó en la península ibérica. Nos dimos cuenta de forma gradual y al mismo tiempo rápida. No era la primera vez que se iba la luz en casa. Que se fuese en todo el edificio ya fue más raro. Ver a todos los vecinos de la calle salir al balcón a ver qué ocurría resultó definitivo. Todo se paró. Hasta los relojes tuvieron reparos en seguir contando segundos. Quietud absoluta y, al mismo tiempo, cierta inquietud. ¿Qué ha ocurrido? Una primera constatación: no sabemos vivir sin electricidad.

Segunda lección: claro que sabemos. Al menos por un rato. Hubo situaciones extremas y gente que lo pasó mal; no hay que frivolizar, pero en términos generales, el apagón no fue un gran drama para la inmensa mayoría de la gente. Fue una anécdota que nos sacó a la calle. El día era hermoso, la gente desplegó su silla en la calle y, por un rato, saboreamos la vida en comunidad. Un apagón de vez en cuando –con previo aviso y tiempo limitado, a poder ser– no sea quizá una mala receta.

Tercera nota: había bulos, rumores y fake news antes incluso de que el apagón fuera total. Corren más que los propios hechos que tergiversan. No emergen de la nada, responden a intereses y agendas muy concretas y viven agazapados a la espera de su oportunidad. Tan pronto como alguien mencionó la posibilidad de ciberataque, todos pensamos en Rusia, aunque geopolíticamente no tenga mucho sentido. Así de programados estamos. Aprovechar lo ocurrido para echar más leña al fuego del rearme era demasiado goloso, pero la respuesta al apagón no parece estar en los Urales.

Cuarta: le dicen península, pero es una isla. Bruselas exige a los países miembros una interconexión de 10 por ciento, pero en la península, los cables que nos unen al resto del continente apenas cubren 2 por ciento. En Madrid siempre se ha acusado a París, alegando que nunca le ha interesado demasiado integrar a su vecino meridional. El apagón en Andorra, enclave soberano en medio de los Pirineos, duró exactamente 10 segundos, los que tardó en desconectarse de la red española y conectarse a la francesa. Una mayor interconexión hubiera mitigado el apagón, pero no lo hubiera evitado.

A las causas concretas todavía hay que ponerles nombre y apellido, pero entre las declaraciones de la empresa responsable de la distribución, Red Eléctrica, que ya ha descartado el ciberataque y ha apuntado hacia las instalaciones solares, los alegatos del presidente del gobierno español, Pedro Sánchez, contra las empresas eléctricas, y la opinión de ingenieros y otros expertos que entienden algo de esto, se va formando un relato que apunta directamente al oligopolio eléctrico.

Nada es fácil en este campo, pero a mí quien mejor me lo ha explicado ha sido la profesora de la Universidad del País Vasco Oihane Abarrategi, que nos pide que nos imaginemos una cisterna. Se llena conforme le echamos agua –o electricidad de diferentes fuentes, en este caso– y se vacía conforme la sacamos –la distribuimos a los consumidores que la demanda–. Es crucial mantener el equilibrio entre lo que entra y lo que sale para que la cisterna se mantenga estable, y eso no ocurrió el lunes, cuando en el sistema entró muchísima más electricidad de la que se demandaba en ese momento. Hay tecnologías que ayudan a estabilizar estos desfases, pero por lo visto, resultan muy caras y no siempre se instalan como debieran por parte de unas empresas eléctricas que también saben mucho de llenar la cisterna de dinero y sacar más bien poco.

Todo esto es mucho más complicado técnicamente –léase el artículo de Alonso Romero de esta semana en estas páginas–, pero sirve para ilustrar la quinta lección: dejar sectores estratégicos en manos de entes que no responden al interés común, sino al de sus accionistas particulares, es peligroso.

Sexta: hay que aprovechar este escenario para revertir privatizaciones que se han demostrado un fiasco, como las del sector eléctrico, comenzadas por Felipe González (PSOE) y rematadas por José María Aznar (PP). De nada sirve cargar contra las Iberdrola, Endesa y Naturgy de turno si no se actúa sobre las condiciones que les permiten campar a sus anchas. No es fácil pintarle una raya a ese tigre, pero se impone aprovechar contextos como el de esta semana para dar pasos hacia una suerte de terapia de shock a la inversa.

Y va la séptima y acabamos. La regulación y el impulso público activo son imprescindibles cuando de transición energética hablamos. Por el monto de las inversiones a realizar y porque no hay que hacerlo bajo un prisma empresarial que sólo quiere optimizar beneficios. Uno de los problemas que revela el apagón es que se está avanzando en el despliegue de las renovables sobre un sistema de distribución centralizado y obsoleto que responde a lógicas de otro tiempo y a grandes plantas generadoras a partir de materia fósil. La crisis climática nos obliga a las renovables, y ellas nos fuerzan a replantearnos dónde y cómo obtenemos la energía. Son preguntas cruciales que van a marcar el futuro de nuestros países. Las respuestas no pueden dejarse en manos de empresas que nada tienen que ver con la búsqueda del bien común.