n tiempos de incertidumbre, retos y amenazas, reafirmar la unidad y la fuerza de la clase trabajadora es un gesto de dignidad y una necesidad histórica. Frente a un escenario internacional convulso y ante los desafíos de desigualdad, precariedad y concentración de poder económico, la clase trabajadora de México debe permanecer unida, firme y con la frente en alto. Históricamente, esa unidad es la que le ha permitido avanzar, resistir y transformar.
Dentro de esta gran hermandad obrera hay ejemplos que brillan con particular fuerza: las y los mineros de México, especialmente los de Lázaro Cárdenas, Michoacán, encarnan el honor, la solidaridad y la fuerza colectiva que debe resistir a lo largo y ancho del país. No es casualidad que en esa ciudad industrial se erija uno de los movimientos obreros más unidos y con mayor conciencia social. Allí, donde la historia del trabajo se escribe con sudor, con riesgo y con valentía, los mineros han sabido ser más que trabajadores: son también defensores de sus derechos, impulsores de la justicia laboral y protagonistas de la transformación.
En los muros de Lázaro Cárdenas se ve reflejado ese legado: una pancarta que dice Unidad, organización y lucha, que no es sólo una consigna, es una forma de vivir. Es la imagen viva de un México que no se rinde, que no se vende y que no olvida que la dignidad no se negocia. Pero no basta con resistir. Urge, con claridad y visión de futuro, una nueva política laboral, social, económica y esencialmente solidaria y comprometida que revalore el trabajo humano. Es tiempo de avanzar hacia una agenda transformadora que reconozca a las y los trabajadores como centro de la vida nacional.
En este contexto, la lucha por la reducción de la jornada laboral a 40 horas semanales es impostergable. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), trabajar más de 55 horas por semana aumenta significativamente el riesgo de enfermedades cardiovasculares y derrames cerebrales. México es uno de los países de la OCDE donde más se trabaja: en promedio 2 mil 226 horas al año, muy por encima de otros, como Alemania (mil 349), Francia (mil 505) o Canadá (mil 688). ¿Los resultados? Precariedad, estrés, desintegración familiar. Es hora de que el país avance hacia un modelo laboral más justo y humano.
También es urgente retomar el aumento del aguinaldo de 15 a 30 días, medida que permitiría a millones de familias mexicanas enfrentar con mayor dignidad y menos angustia los compromisos de fin de año, porque el trabajo no es sólo una fuente de ingresos: es un proyecto de vida, una plataforma para el bienestar familiar y comunitario. Y así hay un paquete acumulado de 10 iniciativas en la Cámara de Diputados que propuse para restaurar la deuda histórica con la clase trabajadora.
Las y los trabajadores no son únicamente un engranaje del aparato productivo, una estadística de empleo: son personas con historias, necesidades, sueños y derechos. Son quienes generan la riqueza de cualquier nación y deben ser reconocidos, valorados y honrados. Ya no podemos seguir hablando del desarrollo sin integrar plenamente a la clase trabajadora como sujeto y motor del cambio.
Este reconocimiento no puede seguir condicionado por los intereses de empresarios o políticos que prefieren mirar hacia otro lado. Un gobierno con ideología social, con visión democrática y con convicción histórica debe asumir, sin temor, un papel vanguardista y futurista. No se trata de antagonizar, sino de equilibrar, de distribuir con justicia, de construir desde abajo un país más sólido, más humano y más justo. Y en ese camino, darle a las y los trabajadores su apropiado lugar en la construcción de la nación, que no implica nada más un acto de justicia: es una estrategia inteligente de desarrollo sostenible.
Es necesario señalarlo: este 1º de mayo marcó un momento histórico en la vida política del país. Por primera vez, el nuevo gobierno de México se reunió con las y los líderes sindicales del país. Hasta ahora se habían realizado más de 40 reuniones con representantes empresariales; ésta fue la primera ocasión en que la clase trabajadora fue escuchada en ese mismo nivel de interlocución. No es un detalle menor: es quizás el inicio de una nueva relación entre el gobierno y el mundo del trabajo. Una relación que debe profundizarse, consolidarse y traducirse en políticas concretas. Hoy, más que nunca, el futuro de México se construye desde el trabajo: con unidad, organización y lucha; con dignidad, justicia y visión de país.