e Yeonghye, la infortunada heroína de La vegetariana, la novela de la sudcoreana Han Kang, no sabemos nada más que está casada, se dedica a colocar los textos en los parlamentos de los cómics y lleva una vida discreta y diligente, tal y como lo había deseado su marido. En realidad, por ello la escogió como pareja. Así da inicio el relato: “Nunca pensé –se dice a sí mismo el esposo– que [Yeonghye] fuera una persona especial. Para ser franco, ni siquiera me atrajo cuando la vi por primera vez […]. Si me casé con ella fue porque, así como no parecía tener ningún atractivo especial, tampoco parecía tener ningún defecto. Su manera de ser, sobria y sin ninguna traza de frescura, ni genio o elegancia, me hacían sentir a mis anchas”.
En su momento, la crítica vio en esta novela –que data de 2007– otra historia basada en la crítica al orden patriarcal, ese espacio donde el marido se siente a sus anchas
. Y en cierta manera, hay razones para ello. Yeonghye vive en un monótono micromundo delineado por las expectativas de su familia y la rutina definida por las demandas del esposo. A su manera, un moderno sistema de encierro. Pero la densidad y la inteligencia de la obra de Kang, la escritura residual de lo que aparecen como desechos humanos, convierten a un tema convencional en un problema de orden filosófico y existencial. La vegetariana reúne a una mirada incisiva sobre las entrañas de una sociedad que anula y corrompe todo deseo que amenaza con desestabilizar ese orden, vindicando la permisividad de liberar casi cualquier deseo. No sólo se trata del orden de las cosas en Corea del Sur, sino de una genealogía radical de algo más general: la sociedad de control, según una antigua definición de Gilles Deleuze.
La historia es narrada desde las disímiles perspectivas del esposo, el cuñado y la hermana. No hay traza de la voz de Yeonghye; sólo de sus sueños y de algunas expresiones mínimas y aisladas; como si fueran ruidos apenas audibles. Uno podría afirmar que la novela recrea así la distancia de vacío e indiferencia que rodean a lo que piensa y siente la joven esposa. Sin embargo, este método contiene y procura un efecto más radical. Una exégesis de la imagen que nace de sí misma tal y como emana de la percepción que tienen los otros de ella. Es decir, la frontera donde la sociedad
se hace presente con sus gustos y aversiones: con sus anclajes donde no hay escapatoria, y con definiciones que no sólo moldean la conducta, sino que la modulan, como explica Salvador Gallardo en el libro La mudanza de los poderes.
Un buen día, Yeonghye empieza a experimentar pesadillas lúgubres y brutales. Las imágenes se repiten: hombres con cuchillos que degüellan animales; partes de los mismos cuchillos clavadas en espaldas humanas; su bello y mejor amigo de infancia, un gran perro blanco, es colgado de un árbol por su padre después de que intenta morderle la mano. Hasta que una noche, movida por una pulsión exenta de cualquier reflexión, se dirige al refrigerador para tirar a la basura todos los filetes almacenados en el congelador. Su esposo la observa atónita. Ella está a punto de devenir vegetariana.
Pronto comienza a cocinar para ello e impone en casa una estricta dieta exenta de carne. Él deja de sentirse a sus anchas
y la relación empieza a descontrolarse. No debido a sus nuevos hábitos en la comida, ni porque renuncie a seguir buscándolo, sino porque le ha puesto nombre a un deseo que inhabilita toda posibilidad de control. Ella empieza a adelgazar y la familia teme por su salud. La rodean constantemente de comida y de su boca sólo sale una frase: No quiero
. Incluso hay un momento en que su padre la golpea para que coma proteínas
.
Como Bartleby, el protagonista del cuento de Melville, que un día decide responder con un prefiero no
a toda iniciativa que se le encomienda, Yeonghye se ha despojado de su reacción natural
a reprimir su aversión al control, a evadir el silencio frente a la exigencia de aumentar el silencio mismo. Aunque de por medio sólo se encuentre su aislamiento completo. El auténtico novelista no tiene ojo de profeta, sino de un crítico radical; aquél que figura ideas y situaciones que devendrán conceptos. Kang es abundante al respecto.
Mientras el marido se va distanciando, porque sólo ama lo que pretende controlar y deja de amarlo cuando lo ha logrado
, el cuñado se obsesiona con ella hasta convertirla en el aire que respira
. Es un artista que le pinta el cuerpo con flores y partes de bosques. Ella cree que ha vuelto a recuperar el sentimiento de los sentidos. Y, sin embargo, ya no hay marcha atrás.
A Yeonghye la ha invadido un duelo infinito, que retorna una y otra vez, por una sociedad incapaz de mostrar la mínima compasión frente a la transversalidad de sus violencias. Una sociedad que se ha acostumbrado a la masacre como método de cancelación. Y a sustituir el deseo por el otro con el consumo del otro. Porque de eso trata el delirio de la gula actual.