Y sin embargo, el voto fluyó
ue viva la democracia!” La presidenta Sheinbaum dejó salir la expresión con un gesto inconfundible de triunfo, y sí, pese a todos los escollos, a las trampas, a las maledicencias y otras trampas difíciles de probar, pero muy duras para la realidad del país, la gente salió y votó. La elección más grande del mundo, la elección histórica, se hizo.
¿Fueron muchos? ¿Pocos? Bien visto, en esta ocasión la cantidad no importa, no tanto. Tal vez salieron a votar más de 10 por ciento de los ciudadanos, tal vez menos, pero lo que sí queda claro es que las casillas se abrieron y estuvieron recibiendo a quienes se interesaron por el ejercicio. Y con eso basta.
Esos que acudieron a las casillas, que pasaron un rato de la mañana o de la tarde buscando dónde estaba el lugar de votación porque las ubicaciones no fueron las mismas en muchos casos, y que por fin recibieron –en esta ciudad, cuando menos– un montón de papeletas para ejercer su derecho a sufragar, tuvieron algo que decir.
¿Qué quisieron decir? Eso queda más que claro. Ya no soportaban un sistema judicial corrupto, lejano a cualquier problema de las mayorías y decidieron deshacerse de él. Tal vez no fue la mejor estrategia, pero se ajustó a la orden popular: cambiar el sistema judicial.
Sí, es muy probable que debido a las fallas de estrategia muchos hombres y mujeres muy conservadores, miembros del pasado, se cuelen a las filas del nuevo ejercicio por la justicia, pero por eso, en el diseño el organismo, el peso de un instrumento como el Tribunal de Disciplina Judicial será definitivo.
En ese organismo es donde debe hacer eco el reclamo popular, porque ese parece ser el dique que frene la ola de corrupción donde está hundido el sistema judicial del país. Todo puede fallar, incluso la Suprema Corte de Justicia de la Nación, pero nunca el organismo disciplinario.
Los ataques al ejercicio de ayer tendrán que topar con la realidad. Aunque nadie dijo que la elección sería perfecta, el fracaso de quienes la descalificaron sin razonar, por mandato, como en un coro de pericos, bajarán otro escalón en las mediciones de credibilidad cuando los resultados se presenten, pero aún ahora ya se puede vislumbrar el dolor de los que apostaron a las casillas vacías.
Por cierto, ¿alguien sabe algo de la marcha que supuestamente había organizado la derecha para tratar de boicotear la elección? Parece que otra vez mostraron su debilidad y pocos fueron los que se atrevieron a salir de casa, y al final de cuentas dejaron que el voto, la máxima expresión de la democracia, fluyera hacia las urnas.
Así que, haiga sido como haiga sido, la gente protegió el ejercicio al no dar oídos a la sarta de falsedades alrededor de los comicios que se efectuaron, sobre todo, en paz. Ninguna de las amenazas que se tendieron en contra del cambio por medio del voto al sistema judicial se cumplió.
Ahora sí podemos decir que a lo mejor las mujeres y los hombres elegidos no son los más idóneos para darle forma a un nuevo sistema, pero con toda seguridad no serán peores que los ministros, por ejemplo, que hoy no acudieron a votar y que forman parte de la justicia podrida. Así es.
De pasadita
De todas formas, una de las imperfecciones de lo que ayer sucedió en el país es permitir que ciertos personajes se conviertan en candidatos o candidatas, cuando todo el mundo sabe que son parte de grupos clientelares que responden a los intereses de algún líder no muy bien visto.
Es muy probable que Lenia Batres –la venganza de López Obrador en contra de los componentes de la Suprema Corte de Justicia de la Nación– se convierta en la presidenta del organismo, pero la pregunta es: ¿y sin la tribu que encabeza su hermano Martí y sus alianzas con otras familias, como los Alcalde, podría Lenia llegar a ese puesto. Si la señora Batres triunfa, las protestas seguramente opacarán alguna parte de la que fue la lección más importante del país en su historia.