l 15 de julio podría ser el último día del Espacio Público Autogestionado Leoncavallo. Y si no es el 15 de julio, será porque en septiembre el centro social cerrará su experiencia en la calle Watteau, donde se encuentra desde el 8 de septiembre de 1994, para mudarse a otro lugar.
Lo que sucede alrededor del Leoncavallo es lo mismo que pasa en gran parte de Milán: el barrio crece, se levantan nuevos edificios, los sentidos de las calles cambian mes con mes, los espacios públicos desaparecen, y los pobres son expulsados. El cemento y la industria de la construcción se lo están comiendo todo, imponiendo una idea de ciudad basada en lo privado y la especulación inmobiliaria.
En el barrio llamado Greco, el costo del alquiler casi se ha duplicado en los pasados 10 años. Y si miramos a toda la ciudad, el valor por metro cuadrado de una vivienda ya superó 5 mil euros. Diez años atrás, antes de la Expo 2015, estaba en alrededor de 3 mil 200 euros. Hoy, no se puede vivir en Milán con menos de 2 mil euros al mes; hace 10 años, bastaban mil 500. Es una imagen brutal.
Se dirá que la prisa por sacar al Leoncavallo se debe a otras razones. Tiene que ver con presiones del gobierno, que estaría feliz de colgarse la medalla histórica de haber eliminado el centro social más famoso del país. También tiene que ver con la multa de 3 millones de euros que el Ministerio del Interior debe pagar a la empresa Orologio, propietaria del inmueble. Sin duda, también influye la incapacidad de la política local para encontrar una solución, aunque el Leoncavallo la ha buscado varias veces.
Pero también tiene que ver con la voracidad del cemento que domina Milán, con el interés económico de la familia Cabassi que, después de años de diálogo
sobre la antigua fábrica de papel, decidió extraer riqueza incluso de esos metros cuadrados que ahora valen oro.
Si el Leoncavallo termina en la calle, ganará la lógica extractivista de ciudad: la misma que fue impuesta con Expo 2015. Es la misma lógica que está detrás de los Juegos Olímpicos de Invierno Milán-Cortina 2026, y que también quiere demoler el estadio de San Siro para construir uno nuevo, privado, iniciando así la fragmentación del tejido social del barrio homónimo para dar lugar a hoteles, restaurantes y edificios de lujo.
¿Es casualidad, o parte del mismo problema, que también el Centro Social Cantiere, a pocos cientos de metros del estadio, esté en riesgo de ser desalojado?
La ciudad ha cambiado y sigue cambiando rápido: hay obras de construcción por todos lados, abren y cierran locales, llegan nuevos habitantes. Milán atrae profesionales y extranjeros, mientras expulsa poco a poco a las clases populares, que son empujadas hacia las periferias… hasta que esas periferias se vuelven nuevas zonas de especulación.
Es un modelo que muchas otras metrópolis ya han vivido –y del que algunas están tratando, con dificultad, de escapar–. O por lo menos, están empezando a hablar de ello.
En Barcelona, por ejemplo, hay un debate intenso sobre cómo equilibrar las necesidades de quienes viven ahí, lasostenibilidad ambiental, la protección de las clases más vulnerables, y al mismo tiempo atraer turismo y visitantes extranjeros. La situación es tan compleja que los movimientos por el derecho a la vivienda –como en toda España– están discutiendo la posibilidad de organizar una huelga de rentas, y hay protestas contra el turismo.
En la Ciudad de México también hay iniciativas periódicas contra la gentrificación: los movimientos indígenas urbanos luchan contra los desalojos de mercados informales en el Centro. En Buenos Aires, Quito, Santiago de Chile, Mumbai, Ciudad del Cabo o Nairobi, hay luchas distintas que se oponen a un mismo fenómeno: una transformación urbana que, en nombre de una ciudad para turistas y ricos, destruye el tejido social.
En Nueva York, el candidato demócrata para las próximas elecciones es Zohran Mamdani, quien ganó las primarias hablando de congelar los alquileres, transporte público gratuito, tiendas comunitarias de bajo costo y políticas de justicia social con redistribución de la riqueza.
Milán, en cambio, corre en la dirección opuesta, como muestra, entre otras cosas, el caso del Leoncavallo. Las metrópolis primero, y luego las ciudades en general, se han convertido en lugares de extracción de riqueza para el capital. Se extrae valor de los cuerpos, de la vida –en todas sus formas– y se impone, de forma asimétrica, al mundo rural que se adapte a las necesidades urbanas.
Si Milán no logra dar una respuesta al caso Leoncavallo, si la Ciudad de México no construye una solución para la Casa de los Pueblos, si en Barcelona se siguen desalojando personas o cerrando espacios sociales, si las ciudades no logran construir modelos diferentes y formas de resistencia capaces de recuperar espacios de democracia, entonces las ciudades serán sólo para los ricos.
Ya no hay tiempo. Es urgente, es necesario. Vamos tarde, pero todavía no está dicha la última palabra.
* Periodista italiano