ermino esta serie con el complejo enredo de las relaciones Estados Unidos y México en la coyuntura actual. Como se ilustra con frecuencia, si algo camina como gato, maúlla como gato, se mueve como gato, araña como gato y retoza como gato… pues no nos hagamos pendejos: es que es gato.
Desde una retórica racista y antimexicana expresada no sólo en las profundidades del alcantarillado de la extrema derecha estadunidense, sino en las innumerables intervenciones en el Congreso federal de personajes claves del gabinete actual, hasta la definición de zonas especiales militares en la frontera con México, la denominación terrorista de los cárteles criminales y la amenaza de usos de drones, helicópteros, buques, y aviones, todo bajo el manto sagrado del Destino Manifiesto al cual se refirió el presidente Trump en su discurso inaugural, nos indican que es probable una amplia intervención militar de Estados Unidos contra México.
Estados Unidos no tiene ni ha tenido nunca amigos. Un viejo intervencionista lo resumió bien: sólo tiene intereses.Así es que hay que mandar al cesto de basura ese discursito hipócrita y vulgar de que Estados Unidos es un país amigo de México. Para el gobierno actual, como dijo una ácrata, somos, junto con Rusia, Irán y China, antagonistas. Ojalá que haber omitido a Corea del Norte haya sido sólo un lapsus.
¿Qué hacer frente al intervencionismo? El expansionismo estadunidense ha sido el mismo desde su origen, y para México esta nueva versión imperialista (que abarcaría desde Panamá hasta Canadá y Groenlandia) representa una amenaza existencial.
Al menos nos es dable recordar los elementos claves de la guerra provocada por el gobierno de Estados Unidos contra México de 1846 a 1848, para contrastarlos con el momento presente.
General Ulysses Grant: en sus memorias, el dos veces presidente de Estados Unidos de América y ganador de la guerra civil, escribió: No pienso que haya habido una guerra más malvada que la que desató Estados Unidos contra México. Así pensé en su momento, cuando eran joven, pero carecía del coraje moral suficiente para renunciar
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Nogal El Viejo: así apodado, Andrew Jackson fue un abogado y general del ejército, así como el séptimo presidente de Estados Unidos, desde 1829 hasta 1837. Con él floreció el sistema de botín en la burocracia del Estado ( spoils system), por medio del cual se repartían recursos monetarios y físicos y puestos administrativos entre los partidarios del presidente ganador.
Aunque se declaró ganador en las elecciones de 1824, en el Congreso una alianza entre dos poderosas fracciones del partido de los Whigs (después el Partido Republicano) le dieron el triunfo a su contrincante, Quincy Adams. Jackson rompió con ese partido y con sus simpatizantes y fundó un nuevo partido: el Demócrata. Llegó a tener fama nacional por el papel que jugó en la guerra angloestadunidense de 1812, ganando la batalla de Nueva Orleans También enfrentó al pueblo seminola e invadió su territorio en 1818. Esto originó el Tratado de Adams-Onís de 1819, mediante el cual transfirió la Florida de España a Estados Unidos. También firmó la Ley de Traslado Forzoso de los Indios, que expulsó a un número de tribus nativas a la región sur del territorio indio (hoy Oklahoma).
Nogal El Joven: James Polk –apodado así por ser el joven político más apreciado por Jackson– nació en Carolina del Norte en 1795, aunque sus haciendas y esclavos los desarrollará en Tennessee. Junto con Sam Houston, primer gobernador de Texas, y con David Crockett, héroe popular por estar en contra de las guerras contra los indios, eran considerados los halcones guerreros a favor de la guerra contra México.
Encarnaban la versión jacksoniana de la democracia, pregonando expansión territorial y manteniendo un discurso populista a favor del ciudadano de a pie y en contra de las élites ilustradas del este y sus principales instituciones: bancos, fábricas y medios de comunicación.