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¿La fiesta en paz?

Posturas, imposturas e imposiciones o los inexcusables descuidos ante la tradición taurina de la capital

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▲ Una rica expresión identitaria de casi 500 años fue descuidada por los metidos a promotores taurinos y por las autoridades de la ciudad.Foto Dibujo de José Reyes Meza
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ostura significa también la actitud que alguien adopta respecto de algún asunto. Es asimismo opinión, posicionamiento o perspectiva que puede cambiar o no, según la persona y las circunstancias. De ahí que el grueso de las opiniones de cada época estén determinadas por los sentimientos e incluso la sensiblería, no por la inteligencia y el discernimiento. Por ello, seguido las ideologías confundan sensaciones con ideas, prejuicios con conciencia política, preferencias con idiosincrasia. De Calígula a Trump, por decir. El primero, su amor enfermizo por los animales; el segundo, su fobia por los migrantes en general y por los mexicanos en particular.

“Mi escaso contacto con la fiesta brava –explicaba Andrés Manuel López Obrador en una entrevista para el entonces semanario Proceso, en junio de 2000– se lo debo a mi paisano el poeta José Carlos Becerra, de quien leí la crónica de una corrida celebrada en Villahermosa a finales de los años 50. Había una frase que me impresionó y se refería a la falta de seriedad del ganado y al exceso de diversión del público. Lo que más me llamó la atención fue que un hombre tan sensible como José Carlos se sintiera atraído por algo tan sanguinario como los toros, y me hizo preguntarme si en todo esto no habría algo mucho más profundo…”

En otra parte de esa entrevista el tabasqueño agregaba: Como jefe de Gobierno me interesa sobre todo garantizar el respeto por la ciudadanía, así como apoyar una tradición popular que tiene raíces profundas en la historia. Si la fiesta brava demuestra que vale por sí misma, es decir, si los directamente interesados la hacen valer, el apoyo residirá en hacer cumplir la reglamentación correspondiente, sin complicidades ni intromisiones innecesarias.

En los siguientes 30 años, ni durante la jefatura de Gobierno de AMLO en el entonces Distrito Federal ni en los cuatro sexenios posteriores –los de los panistas taurinos de clóset y los de Peña y López Obrador– hubo mayor respeto a la ciudadanía que asistía al coso ni se hizo cumplir la reglamentación correspondiente, ni se dieron intromisiones innecesarias, sino que continuó la autorregulación de sendas empresas y los directamente interesados en hacer valer la fiesta de toros en la capital, no supieron hacerlo.

El viciado sistema de partidos de México –más de 7 mil millones de pesos recibirán este año para seguir jugando a la democracia– en vez de atender problemas urgentes de la ciudad acató la orden de civilizar la fiesta de toros y tanto los de derecha como los de izquierda se desentendieron de una expresión popular de casi cinco centurias, dejándole al impresentable e ignorante Partido Verde el papel de antitaurino oficioso, en tanto perredistas y panistas permitían todo a los autorregulados promotores taurinos, a ciencia, paciencia y conveniencia de la delegación y ahora alcaldía Benito Juárez.

Con renovados bríos regeneradores, pero sin idea ni sensibilidad política, luego de tres largas décadas de ineficaz autorregulación de los concesionarios de la Plaza México, a los de la nueva administración morenista en la capital sólo se les ocurrió prohibir la celebración de corridas de toros tradicionales, sacándose de la manga un engendro de función para no lastimar a los toros, vulnerando la memoria, pluralidad y democracia de la lastimada Ciudad de México. Primero me desentiendo y ahora prohíbo sin conocimiento de causa, pero con irreflexivas poses, parece decir una autoridad que no prohíbe la crueldad animal en los rastros.