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Soberanía no se decreta: se produce
L

a economía mundial atraviesa una reconfiguración profunda. EU ha dado un giro proteccionista que desmonta la lógica de integración regional construida durante décadas. En este escenario, México no puede seguir esperando una avalancha de inversiones como recompensa por su cercanía geográfica y su acomodo ante Washington. Esa certidumbre ya no existe.

Desde el gobierno mexicano se insiste en que se han cumplido las exigencias de EU en migración y seguridad, y se pide que no se nos maltrate. Pero el T-MEC está desfondado. Voceros del trumpismo –como Steve Bannon y Tucker Carlson– no ocultan su proyecto: cerrar fronteras, expulsar migrantes, repatriar industrias y romper vínculos de dependencia. Ahí, México no tiene cabida, ni siquiera como socio menor.

Trump aclaró el 3 de julio: Los aranceles que impusimos no se quitarán. Vamos a ampliarlos si es necesario. Días después, la Casa Blanca envió una carta oficial a la Presidenta, anunciando otro arancel de 30 por ciento a partir del 1º de agosto. El argumento: inacción frente al fentanilo y los cárteles. Advierte que cualquier intento de represalia comercial se castigará con medidas adicionales.

El 12 de julio, México anunció el envío de una delegación a EU. Se informó sobre reuniones con agencias estadunidenses y la instalación de una supuesta mesa binacional permanente. Se expresa el rechazo a las medidas de Trump y la voluntad de diálogo. Se trata de un gesto simbólico, sin perspectivas de resultados ni avances concretos. Esa respuesta no sólo fracasa en el plano diplomático; también evidencia la fragilidad de un modelo que, durante décadas, apostó por una integración subordinada.

En el terreno económico persiste una conducción demasiado cautelosa, cuando se exige decisión y liderazgo. Se ha optado por administrar inercias en vez de trazar un rumbo propio. Las respuestas han sido más defensivas que estratégicas. La Presidenta cuenta con un respaldo amplio y legítimo, y ha trazado un rumbo transformador. Ello no basta, si quienes deben convertir su visión en política económica siguen atrapados en inercias, sin dirección ni estrategia.

Esta crisis revela un cambio estructural: la relación bilateral ya no es estratégica: ahora depende de que México cumpla condiciones de EU, sin reciprocidad ni diálogo real. La narrativa de integración pasó. El viejo sueño de cooperación duradera con EU se extinguió. México debe dejar de esperar y empezar a construir soberanía.

Pero construir un rumbo propio no sólo implica romper la dependencia con EU: también exige revisar la influencia de las grandes corporaciones extranjeras que operan aquí. Muchas presionan al gobierno para mantener intactas las reglas del ­T-MEC, asegurar privilegios fiscales y evitar políticas que fortalezcan a los proveedores nacionales. Mientras las decisiones estratégicas sigan condicionadas por intereses externos, hablar de soberanía será una contradicción.

El nearshoring ha funcionado como consigna, no como política. En el primer trimestre de 2025, México recibió más de 21 mil millones de dólares en inversión extranjera directa. Pero 78 por ciento fueron reinversiones internas entre fi­lia­les, y menos de 10 por ciento correspondió a nuevas inversiones. La supuesta bonanza no se refleja en encadenamientos productivos ni en transferencia tecnológica.

La economía mexicana da señales claras de estancamiento. En mayo, la actividad cayó 0.3 por ciento, la industria retrocedió 1.1 por ciento y se perdieron más de 93 mil empleos formales. La producción industrial bajó 0.8 por ciento respecto de 2024. Aunque hubo un repunte marginal mensual, la tendencia sigue siendo negativa.

El índice manufacturero PMI lleva más de un año en zona de contracción: 47.4 puntos en mayo. No hay dinamismo.

A casi un año del nuevo gobierno, seguimos sin una estrategia de crecimiento económico. Mientras la economía no despegue, los programas sociales serán indispensables. Sin crecimiento, esos programas serán financieramente insostenibles: el gasto social aumentará sin una base productiva que lo respalde, y el Estado perderá margen de acción.

Con crecimiento sostenido, en cambio, el ingreso por habitante aumenta, el empleo se formaliza y el bienestar se vuelve estructural. Ahí, el respaldo del Estado fortalece derechos.

Sin una economía dinámica, corremos el riesgo que enfrentaron gobiernos pro­gresistas en AL: gastar sin producir, distribuir sin crear riqueza. El desenlace: endeudamiento, inflación, fuga de capitales, devaluación. Y luego, el regreso de la derecha con su motosierra. No basta con resistir: hay que transformar. No basta con repartir: hay que construir.

El mundo no respeta a los países pobres. Sólo las economías fuertes son escuchadas. Mientras México siga siendo débil, el discurso de soberanía será retórica interna. Está bien que por el bien de México vayan primero los pobres, pe­ro por el bien de los pobres, el país de­be ser fuerte. Un país no se respeta por su humildad, sino por su tamaño, su dinamismo, su tecnología y su capacidad productiva. Sin eso, no hay interlocución posible en el mundo que viene.

Sin aparato productivo, no hay soberanía. La 4T no puede avanzar si no se ancla en una base sólida, con estrategia de industrialización moderna y autónoma. Reconstruir la economía no es volver al pasado, sino recuperar la capacidad del Estado para impulsar el desarrollo. El proyecto transformador de­be ir más allá de lo simbólico: debe traducirse en instituciones fuertes, infraestructura nacional, conocimiento aplicado y cadenas productivas con valor agregado interno.

Para ello hace falta un organismo de planeación con poder real, respaldo constitucional y visión de largo plazo. No una oficina decorativa ni un consejo sin dientes, sino una institución operativa que convoque al empresariado, a las universidades públicas y al sistema de ciencia y tecnología. Un vértice estatal capaz de pensar estratégicamente el país que queremos.

Esto no es tecnocracia. Es una estrategia de sobrevivencia. Lo entendió Ávila Camacho en plena Segunda Guerra Mundial, en un momento muy distinto, pero igualmente exigente en términos de definición nacional. Su gobierno no esperó lineamientos externos: impulsó un proceso de industrialización decidido. Se fortalecieron instituciones como Nacional Financiera –creada años antes– y se expandió la inversión pública para sentar las bases de una economía moderna. Se protegieron sectores claves y se fortaleció la infraestructura. No se trató de administrar la escasez, sino de construir capacidad productiva. Reconstruir el Estado no es nostalgia: es la condición mínima para que el país tenga futuro.

*Director del CIDE