n mapa muestra la senda de las heridas abiertas en nuestro país. Las que gritan no sólo de dolor. Las que exigen justicia. Es la ruta de la memoria, un atlas en el que hay marcados puntos que no aspiran a perpetuar el recuerdo. Que son ejercicio de rememoración nacida de las entrañas de la resistencia. Fueron colocados allí para no olvidar los agravios. Para homenajear a las víctimas. Tienen la forma de esculturas urbanas. Fueron bautizados como antimonumentos.
Los Anónimos, los Nadie que los instalan no piden permiso. No avisan a la autoridad. Ignoran reglamentos. Su mandato viene de abajo, no de arriba. Sólo llegan y los colocan. Los cuidan. Las restauran cuando el vandalismo de la reacción quiere borrarlos, desaparecerlos, dañarlos. Y, como si fueran seres vivos, los alimentan en las fechas que marca el calendario cívico, con pases de lista, fotografías, música, consignas, flores y misas.
Los antimonumentos coexisten con los monumentos oficiales del pasado. Se yerguen orgullosos al lado de las estatuas de bronce de personajes históricos, convertidas en meros adornos de la traza urbana, en Paseo de la Reforma, avenida Juárez y el Zócalo. Son el otro lado del espejo de las efigies institucionales. El que denuncia la impunidad y falta de justicia. El que sirve como ventana para que entre la luz de la resistencia y se vean las estrellas que anuncian un nuevo amanecer. El que funciona como puerta abierta a la vida.
Desde que el 26 de abril de 2015 se instaló el primero, +43, dedicado a los estudiantes desaparecidos de la Normal Rural Raúl Isidro Burgos, se han levantado varios más. Frente a las oficinas centrales del IMSS se colocó el 5 de junio de 2017 el 49 ABC, para recordar a los niños de la Guardería ABC que murieron quemados en Hermosillo, Sonora. Sobre Reforma, al lado de la Bolsa de Valores, se instaló otro, dedicado a los mineros atrapados en la mina de Coahuila. Un desafiante busto de Samir Flores, el ambientalista indígena opositor a la termoeléctrica de Huesca, arteramente ultimado por pistoleros en Amilcingo, Morelos, apareció desafiante en el Zócalo el 21 de febrero de 2020.
Lo cierto es que, de la mano de las afrentas, éstos crecen como hongos en temporada de lluvias. Así sucedió el pasado sábado 16 de agosto. Como parte de esta ruta por la memoria, una nueva instalación de gran formato fue sembrada frente al edificio de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Está dedicada a Gaza. Se llama Palestina: la puerta de la resistencia y la vida. Es una bella y hermosa bandera de ese país. Un reconocimiento a la dignidad, resistencia y autodeterminación de ese pueblo y nación heroica. Un grito para poner fin al genocidio.
Cuando los funcionarios de la cancillería entren a sus oficinas, lo verán. Alguna noticia de su existencia llegará a la administración pública y al Legislativo. ¿Podrán hacer como que nada sucede? ¿Ignorarán cómo el colonialismo israelí está llevando a cabo una limpieza étnica llamada nakba, sin que nuestro país haga lo necesario para evitarla? ¿Pretenderán que es correcto mantener relaciones diplomáticas con un Estado que asesina a miles de seres humanos de hambre, sed, enfermedades y bombardeos? ¿Permanecerán impasibles ante la peor tragedia humanitaria en muchas décadas? ¿Desconocerán el derecho del pueblo palestino al retorno y permanencia en su tierra? ¿Seguirán guardando silencio sobre lo fundamental: el genocidio gazatí?
Esa instalación es, también, un mural en el que, en las franjas verde, blanco, negro y rojo, están representados los miles de niños huérfanos, desnutridos, sin hogar, heridos y asesinados por Israel. En el que se recuerda a los siete pequeños ultimados en un bombardeo de la aviación del país de la Estrella de David mientras esperaban agua en un punto de distribución. Allí se encuentran simbolizados, además, los seis periodistas asesinados, cinco de ellos del canal catarí Al Jazeera, incluido el corresponsal de 28 años, Anas al-Sharif, para que no haya ojos, bocas, plumas que den cuenta de las atrocidades perpetradas por el gobierno de Benjamin Netanyahu.
El nuevo antimonumento se suma a multitud de iniciativas que colectivos y ciudadanos de todo el país realizan cada semanas en solidaridad con los gazatíes. Apenas el pasado 4 de agosto, en el Encuentro de resistencias y rebeldías, ante representantes de 37 países, milicianos del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) marcharon con banderas palestinas. Su solidaridad con la causa de este pueblo es tan antigua como su lucha misma.
En el encuentro, el subcomandante Moisés dijo, resumiendo el sentir de muchos: “hoy, en una de esas partecitas de esta Tierra, el siste-ma capitalista está haciendo un genocidio con-tra el pueblo Palestino. No lo podemos olvidar ni hacer a un lado; por eso, nuestra humilde palabra para ellos es: todos somos niñas palestinas; todos somos niños palestinos”.
El antimonumento Palestina: la puerta de la resistencia y la vida nos recuerda que no debemos callar ante el crimen de lesa humanidad perpetrado por el Estado de Israel contra los gazatíes. Palestina está en nuestro corazón.
X: @lhan55